Águila pescadora perseguida por una bandada de estorninos. (Flickr.com)
Gracias a ese ejercicio de sinergias, la humanidad ha sido capaz de desembocar en este momento. Pero en la vida no habría equilibrio si sólo tuviésemos blancos o negros, buenos o malos, cielos o infiernos. Lamentablemente, para que aprendamos el valor de las cosas o de las personas a las que nos apegamos, primero tenemos que haberlas perdido o haber temido perderlas. Sin la noche, seríamos incapaces de otorgarle al día todas sus virtudes. Sin el sufrimiento, tampoco habríamos aprendido a valorar en su justa medida los buenos momentos.Para valorar la importancia de la sinergia, hemos de compararla con las situaciones de conflicto. Esas situaciones en que los individuos o los grupos a los que pertenecen se rebelan incapaces de llegar a un acuerdo que favorezca a todas las partes.Todas las guerras son el resultado de un fracaso de la diplomacia. Pero, desgraciadamente, los que se matan en las guerras no son esos políticos que gustan tanto de ensimismarse con su propio ombligo, sino los pobres soldados o los indefensos civiles que han cometido el error de estar en el lugar más inapropiado y en el momento menos adecuado. Personas que se enfrentan a muerte con otras personas a las que, en otras circunstancias, quizá habrían invitado a tomar café, porque tienen caras de buenas personas y están igual de aterradas que ellas mismas. Pero pasan por alto esas debilidades del corazón, para dejarle el paso libre a las balas con las que se matan por unas ideas que ni siquiera conocen. ¿Puede haber muerte más vana?Enrocarse en el conflicto, decidir que la única verdad es la que nosotros abrazamos y promulgamos y que el resto carecen de toda razón, es como optar libremente por volver a habitar las cavernas de nuestros antepasados trogloditas.
A veces nos olvidamos de que hay muchas formas de inteligencia y de que una de ellas, la inteligencia creativa, se nutre, precisamente, de la divergencia. Porque la creatividad no puede basarse en lo que se ha hecho siempre, en guiones previamente diseñados, en reglas lógicas que no puedan infringirse. Al contrario, la creatividad tiene mucho que ver con la capacidad de sorprender, de idear algo nuevo, de atreverse a probar soluciones que a priori puedan parecer locuras, pero que cuando se intentan, a veces funcionan mucho mejor que las tradicionales.Cada vez es más frecuente que la creatividad y el pensamiento lateral se tengan en cuenta en infinidad de ambientes en los que, tradicionalmente, había prevalecido el pensamiento lógico. En la escuela, en las empresas, en la atención al público en general o en centros hospitalarios, no es raro toparnos con profesores, con directivos o con personal sanitario que se reinventan cada día para ofrecerles a sus alumnos, a sus empleados o clientes o a sus pacientes, la mejor versión de sí mismos, siendo capaces de interactuar con sus compañeros y con las personas a las que enseñan, lideran o atienden como si fluyeran con ellos, como en un banco de peces o en una nube de pájaros nadando o volando en sincronía, como si se tratase de un único organismo inmenso cuya fuerza tuviese mayor magnitud que la suma de la fuerza de cada uno de ellos. Así, los problemas no se les pueden resistir y puede llegar a darnos la sensación de que se resuelven solos, difuminándose en la niebla.Sin embargo, es muy difícil encontrar esas situaciones en el mundo de la política. Y es muy curioso, porque si algo tienen los políticos, es facilidad de palabra. Aunque su verbo se limite a las palabras hirientes, a las promesas vacías, a las mentiras disfrazadas de verdades convenientes. La creatividad de la mayoría de nuestros políticos sólo les alcanza para simular un circo o un teatro en el hemiciclo donde deberían centrarse en idear soluciones factibles para combatir los problemas que de verdad nos preocupan a los ciudadanos. Si quisiéramos ver payasos o peleas de gallos rebosando testosterona, iríamos al circo o al gallinero. Pero, cuando nos dan la oportunidad de ir a votar, lo que perseguimos los ciudadanos es que sus señorías se olviden de sus propios ombligos y sean capaces de entenderse entre ellos, de respetar lo que el pueblo ha votado, de gobernar para todos y no sólo para los suyos, de combinar lo mejor de cada opción política para idear y sacar adelante proyectos que de verdad nos beneficien a todos y sirvan para algo más que para llenarle los bolsillos al corrupto de turno.Si no son capaces de imitar a aquel primer troglodita que se atrevió a usar el cerebro para hacer algo más productivo que darle porrazos al que no pensaba como él, quizá no merezcan estar donde están ni ostentar el poder que ostentan. Sólo en nosotros reside la decisión de seguirles hasta el precipicio y permitir que nos internen con ellos en la noche de los tiempos o la de plantarnos y exigirles que cumplan con su obligación y aprendan a entenderse entre ellos, a converger, a sumar fuerzas y a ofrecernos la mejor versión de sí mismos, sin recurrir a conflictos innecesarios y a ataques impropios de seres evolucionados.No es tan difícil: sólo han de atreverse a dar el primer paso para abandonar su zona de confort y aprender a mirar la realidad con otros ojos: los ojos del otro.
Estrella PisaPsicóloga col. 13749