¡Hermanito ha vuelto de vacaciones! Ya solo falta que Hermanita esté aquí para qu!e volvamos a estar toda la familia reunida. La verdad es que con Mamá y El Gordo se está bien, pero a mí me gusta tener más actividad en casa. Cuántos más haya más pueden jugar conmigo a tirar. Es que El Gordo sigue sin jugar a nada, aunque si os digo la verdad me da lo mismo. Él es un rollazo. Lo bueno de que se acabe el verano es que también llegan todos mis amigos. ¡Ayer estuvimos jugando en el descampado! Nos tiramos unos encima de los otros, corrimos, les tiré del moflete… Todo es perfecto. Además, en ningún momento vino El Gordo a molestar y a ladrar. Él, como siempre, estaba con Mamá. No hay quién le despegue de ella. Supongo que Mamá lo adoptó por pena, ¿qué sería de esta familia sin mí?
Hermanito llegó tarde. Era casi la hora del último paseo cuando tocó el timbre, aunque tengo que deciros una cosa, yo sabía que ya había llegado antes de que lo hiciese, tengo un olfato de escándalo. Puedo oler a gente para jugar a la distancia que queráis. Cuando abrió la puerta le vi. Estaba cargado con cientos de bolsas, en alguna tenía que haber algo para mí. Seguro. Aunque El Gordo lo primero que hizo fue irse a olisquear la comida, yo sabía que tenía que saludar a Hermanito como es debido, así que cogí carrerilla y me tiré contra él. Siempre grita mucho cuando lo hago, pero yo creo que es de felicidad.
Tras esto sí que me puse a ver qué había en las bolsas. Algunas estaban llenas de comida. No entiendo como a veces las personas se dejan alimento en el plato. Si cuando empiezas a comer es imposible parar… Si me diesen a mí lo que ellos no quieren… pero no, y la culpa es de El Gordo, que les da lástima. Por eso me dan muchos premios cuando él está por ahí tirado. Si sigue comiendo va a convertirse en una pelota. Al final Hermanito llegó a la cocina. Y allí, por fin, me dio mi regalo.
Había traído dos pelotas. A simple vista parecían normales. Pero en cuanto las lanzó empezó a brillar. «Luuuuuuuuceeeeeees», pensé mientras me quedaba mirándolas. Eran unos juguetes que tenían lucecitas, ¡cómo la tele! Eran increíbles. Tuve que seguirlas, tenía muchas ganas de jugar con ellas. Por ello la cogí con la boca y se la pasé a Hermanito para que volviese a lanzármela. Ahí estaban otra vez, una multitud de luces mezclándose para deleite de mis ojos. Por fin me habían traído un regalo a mi altura, que soy una princesa.
¿Pero sabéis qué era lo más divertido de todo? ¡Que a El Gordo le dan miedo! Jajajajajajaja. Sí, tal y como lo estáis leyendo. Koko sale corriendo en cuanto se enciende una de las lucecitas. Pero no os creáis que simplemente se aparta no, tras lanzar la primera pelota se había escondido debajo de la mesa del salón. Nunca se había metido ahí hasta ahora. Y es que El Gordo está cada día más miedica. Si yo os contara todas las cosas que le dan miedo… Los globos, las tazas, los ruidos, las pelotas que brillan… ¡Un día tenemos que gastarle la broma del siglo!
Bueno chicos, yo os voy dejando que tengo dos pelotas para jugar y vosotros no tenéis ninguna. Alguna vez tenía que salir yo favorecida. En casa es todo: «Koko esto, Koko lo otro, Koko sube a dormir…» Pues las pelotas son mías.
@CarBel1994