Seguir la programación asiática de Sitges cada año es como contemplar una serie de fotos fijas de los restos de un tsunami. Pese a que hace tiempo que las Nuevas Olas del cine oriental colapsaron, multitud de aficionados siguen intentando surfear en poses contrahechas una mar de sol y moscas, en lugar de bucear y dar testimonio de lo que acontece bajo la superficie.
The World of Kanako
Una de estas transformaciones calladas se refiere al cine de Hong Kong. Fagocitado en los últimos años por la creciente industria de la China continental y su tendencia a la evasión acrítica que demanda la dictadura, poco a poco algunos de sus autores recuperan el manto de realidad que envuelve asimismo las recientes protestas masivas en la ex colonia británica. Uno de ellos es Pang Ho-Cheung, quien después de asomarse a la idiosincrasia hongkonesa desde el prisma de la comedia (Vulgaria) o el terror (Dream Home) opta por un tratamiento más directo en el drama familiar Aberdeen. Su artificioso guión y un calculado diseño de producción evidencian los sofisticados constructos que sostienen la identidad ciudadana; así, lo extraordinario emerge como demanda de un orden socioeconómico visibilizado por los espacios urbanos.explorar los extremos de la conducta humanaUna aproximación muy distinta a la de The Midnight After de Fruit Chan, quien ya alcanzó notoriedad con su propia visión de aquella sociedad en los noventa, de inequívoco título Made in Hong Kong (1997). En lugar de la reflexión poética Chan se decanta por la comedia negra, donde personajes atrapados en una pesadilla buñueliana encarnan sueños y miserias de una metrópolis en permanente duermevela, como transmite —quizá inevitablemente— su falta de resolución. Y sin caer en los manierismos del thriller coreano que vimos en entregas anteriores, el policíaco hongkonés también gusta de explorar los extremos de la conducta humana. That Demon Within sobresale en la irregular filmografía de Dante Lam por sus salvajes metáforas visuales sobre la autodestrucción de la persona, incardinada en el abandono del romanticismo en el cine de acción de la ex colonia encabezado por Johnnie To.
The Midnight After
Percibimos intentos similares en el cine japonés de señalar la descomposición del ideal colectivo, si bien en el marco de una industria esclerotizada por una maraña de intereses comerciales. Nadie como Takashi Miike representa mejor el encaje de lo iconoclasta en esta cadena de favores corporativos, cual líder pandillero al que dan el trabajo de RRPP de un club nocturno. Aunque Over Your Dead Body supera el filtro de pulcritud exigido al mainstream e incluye rostros populares como los de Kô Shibasaki o Hideaki Itô, Miike usa estos condicionantes a su favor para reflexionar sobre hitos de la cultura popular muy anteriores al presente statu quo. La película gira en torno a la representación de la célebre Yotsuya Kaidan, una obra kabuki de fantasmas que sirve de punto de partida para un drama de terror espejado en la ficción representada, evidenciando conflictos de género que trascienden los respectivos contextos históricos.Otros dos films japoneses, The World of Kanako (Tetsuya Nakashima) y R100 (Hitoshi Matsumoto), exhibieron una mayor radicalidad incluso respecto a las de por sí poco convencionales filmografías de sus autores. En la primera descendemos a los infiernos del vacío adolescente de la mano de un Kôji Yakusho tan sincopado como la estética de la cinta; bella, sangrienta y con un remate nihilista que trae a la memoria The Sword of Doom (Kihachi Okamoto, 1966). Por su parte Matsumoto reivindica en R100 la necesidad del estímulo por medio de fantasías sadomasoquistas que disipan la alienación de sus personajes, como hace con nosotros un relato que nos cuestiona desde la autoridad moral que le confiere su propia anarquía.
Al margen de tales convulsiones artísticas hubo lugar para la nostalgia de los viejos, buenos tiempos del cine asiático. De entre los títulos más conservadores merece la pena destacar 2030 del vietnamita Minh Nguyen-Vo, un drama de ciencia ficción cuya estética, al igual que el agua omnipresente del futuro que habitan los protagonistas, termina por ahogar un terreno abonado para el misterio. El director recorre con desgana los derroteros de una trama que le aparta progresivamente de las escenas de pareja, refugios de una poesía visual que deviene sentido último del film. Apurado su disfrute seguimos igual que al comienzo: a la deriva y pendientes de la marea.FINÁlvaro Peña