La reproducción clásica del slasher parte de unos personajes adolescentes atacados en un mismo escenario por un único psicópata. Toda la puesta en escena contribuye a que el espectador note que algo malo va a pasar y que los personajes están condenados a morir. Green Room entiende a la perfección como funciona este subgénero de terror y lo transforma y matiza para hacerlo interesante. Una banda de música punk se traslada a un local neonazi para tocar. Una vez acabado el espectáculo descubren algo que compromete a los trabajadores. Estos, liderados por el propietario del local (interpretado por el siempre increíble Patrick Stewart), deciden encerrar a la banda y acabar con ellos. De repente, el psicópata asesino típico del slasher se convierte en un enorme grupo de skinheads neonazis armados hasta los dientes.
Muy inteligentemente Green Room renuncia a transmitir sensación de terror y la sustituye por una tensión constante de aumento progresivo. Además consigue que nos identifiquemos con unas víctimas que no son tradicionalmente inocentes y que están guiadas por valores agresivos y apáticos.
Uno de los aspectos más fascinantes del film es su capacidad de transmitir dinamismo y tensión con un solo espacio reducido. La mitad de la acción sucede en una sala en la que la banda está encerrada esperando el momento en que serán atacados. La violencia es una constante pero no es tratada de una forma virulenta o sangrienta, contribuyendo a generar mayor sensación de realismo y tensión. Uno de los errores en los que podría haber caído es en no dejar claros los motivos de los atacantes, pero introduce la suficientemente información para que el espectador se de cuenta de que el grupo está perfectamente organizado y con un mismo objetivo. El único aspecto reprochable es que muchos de los personajes se quedan algo planos y sin profundidad psicológica. Pero teniendo en cuenta que van desapareciendo progresivamente uno entiende que no han tenido suficiente tiempo para desarrollarse como es debido.