Los cultos religiosos se establecen como jerarquías de poder que en muchas ocasiones convierten a la sociedad en un sistema de obediencia marcado por las reglas. Las películas de terror utilizan en numerosas ocasiones la representación del culto, ya sea pagano o cristiano, para componer historias que hablan de temáticas más allá del propio género. Destacamos en esta nueva crónica del 54 Festival de Cine Fantástico de Sitges algunas de las películas incluidas en su programación que tienen diferentes formas de culto como elementos esenciales para construir dramas sobre el abuso, la soledad o la dominación.
COMPETICIÓN OFICIALCuenta el director de Son (Ivan Kavanagh, 2020) que la idea de la película surgió después de ser padre, tras un período de embarazo difícil, y que trataba de establecer ese vínculo especial que une a una madre y su hijo, que está más allá de cualquier explicación científica, nacida precisamente de esa conexión que ya está implícita en el proceso de gestación. Desde esa idea del apego se desarrolla una historia que se envuelve en otros muchos temas, y que comienza en el momento en que Laura (Andi Matichak) huye embarazada de una secta que practica la pedofilia. Ella al principio reniega de su hijo a punto de nacer, porque está concebido desde la maldad, pero finalmente la encontramos ocho años después teniendo una vinculación absoluta con David (Luke David Blumm), en una relación madre-hijo que parece consistente. Sin embargo, una noche ella ve fugazmente a un grupo de personas en la habitación de David, probablemente miembros de la secta que regresan para cumplir el mandato establecido hace años. Sin embargo, el director plantea una posición ambigua en la que el espectador no sabe si lo que sucede alrededor de Laura es real o simplemente es producto de un cierto desequilibrio mental (se nos informa que ella estuvo durante varios años en un psiquiátrico). La posición equidistante de la película entre el terror psicológico y el drama de cultos satánicos establece un tono de ambigüedad que es interesante (y que además provoca que el desenlace, sin embargo, sea decepcionante).
Mientras tanto, su hijo David comienza a sufrir espasmos, vomita sangre y se producen llagas en su cuerpo, que solamente se pueden mitigar comiendo carne y bebiendo sangre. Aunque también se plantea la posibilidad de una enfermedad degenerativa en ese juego de ambigüedades que propone el director irlandés, lo cierto es que el padecimiento del niño está más cercano a las tendencias vampíricas de la película Déjame entrar (Tomas Alfredson, 2008). Ivan Kavanagh sostiene que no quería que el niño fuera una especie de demonio como Damien en La profecía (Richard Donner, 1976), y en ese sentido se esfuerza por hacer que sea un niño normal cuando no padece los terribles dolores y la necesidad de sangre fresca. Hay, por supuesto, una lectura religiosa en la representación de la carne y la sangre que necesita David para curarse, físicamente pero también espiritualmente. La vinculación materno-filial provocará que Laura adopte una posición protectora que pasa por estar dispuesta a hacer cualquier cosa para mejorar el estado de su hijo. Pero, nuevamente, no sabemos hasta qué punto estamos ante una psicopatía que provoca alucinaciones que tienen relación con el culto satánico y la violación que sufrió.
El principal problema de Son es que requiere también del espectador una fe ciega, como si se tratara de un culto religioso que exige la reafirmación de todos sus conceptos. Esto se muestra sobre todo en el tramo final de la película, cuando el director parece tener la necesidad de "guiar" a los espectadores para explicarnos lo que estamos viendo. Pero en este sentido resulta frustrante porque la historia se movía hasta ese momento perfectamente en el terreno de la ambigüedad, en la indefinición de lo que es real y lo que responde a las alucinaciones de la protagonista. Pero se trata de un acercamiento al lado oscuro de la maternidad que resulta sobrecogedor en su concepto del sacrificio, de la renuncia incluso a la propia condición maternal protectora.
NUEVAS VISIONES
En la película Agnes (Mickey Reece, 2021), el director de Climate of the hunter (Mickey Reece, 2019) aborda otra clase de vampirismo a través de la exploración de la fe, en una historia que se desarrolla al principio en un convento, donde Agnes (Hayley McFarland), una de las monjas, parece poseída. En realidad, el director está más interesado en reflexionar sobre los resortes de la administración eclesiástica que en elaborar una película de terror propiamente dicha. De esta forma, incluye como personajes principales a un cura veterano especializado en realizar exorcismos, el padre Donaghue (Ben Hall), y al seminarista Benjamin (Jake Horowitz), que le acompaña como ayudante, a los que se unirá posteriormente el padre Black (Chris Browning), otro experto en exorcismos pero cuyas prácticas le valieron la expulsión de la iglesia católica. Por tanto, la fe está representada en quien está a punto de formar parte de la iglesia, quien ya lleva años formando parte de ella y quien ha sido expulsado de ella. Las tres visiones masculinas se enfrentan al rigor de la Madre Superiora (Mary Buss) y la inocencia de la novicia Mary (Molly C. Queen) en un convento en el que se desarrolla una primera parte más cercana al género de terror.
Mickey Reece utiliza su habitual estilo minimalista para reconstruir los resortes del género de exorcismo, incluso con algún toque de humor que refleja cierta incredulidad. Hay más interés en la relación entre las monjas que en el acto en sí del exorcismo, que se describe de forma rápida. No es tan importante saber si Agnes está realmente poseída (tiene una conversación privada con Mary en la que se muestra como una joven normal), sino reflexionar sobre cómo se enfrentan a la fe los diferentes puntos de vista que se dan cita en el convento. Por eso, el director abandona este escenario en una segunda parte que, a la manera de Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960), deja atrás al supuesto personaje principal, Agnes, para enfocarse en Mary y su exploración de la vida después de haber dejado los hábitos. La posesión de Agnes provoca en ella un deseo de conocer la vida al margen de la fe, de incorporarse a otros hábitos, los mundanos, para absorber la vida en toda su extensión. La película entonces deja, aparentemente, de abrazar el género de terror. Pero no del todo, porque la experiencia de Mary en el exterior no deja de ser también terrorífica.
Su trabajo como dependienta en un supermercado le enfrenta a Curly (Chris Sullivan, uno de los protagonistas de la serie This is us (NBC, 2016-2022)), un jefe iracundo y abusador, así como otros personajes que reflejan una cierta visión estereotipada de la masculinidad grotesca. Pero lo que importa es que Mary parece perdida en su propia pérdida de la fe, y la vida cotidiana se convierte en una especie de infierno. Cuando se encuentra con Benjamin, ya sacerdote, su conversación gira en torno a la dificultad que supone llegar a la fe, a los tropiezos que se encuentran por el camino. Con su defectos narrativos, Agnes, que fue seleccionada en el Tribeca Film Festival, se sitúa en un interesante término medio en el que saborea el género clásico de terror para girar después por un camino más dramático. Mickey Reece califica a todas sus películas como comedias, y se puede extraer un cierto cinismo en algunos de los diálogos, en una película que desafía al espectador rompiendo la estructura habitual del género.
La protagonista de Gaia (Jaco Bouwer, 2021), se encuentra en mitad del bosque de Tsitsikamma en Sudáfrica con dos hombres que practican una especie de culto a la naturaleza. Gabi (Monique Rockman) y Winston (Anthony Oseyemi) exploran esta jungla con la ayuda de drones, pero la pérdida de uno de ellos provoca que ambos se separen. Ella cae en una trampa y es rescatada por Barend (Carel Nel) y su hijo Stefan (Alex Van Dyk), pero sobre todo es preservada de una especie de hongo carnívoro que tiene especial interés en la infección de los seres humanos. Se construye así una "body horror", película de infecciones, que también es una propuesta ecológica que advierte del carácter infeccioso que ha tenido el ser humano en la naturaleza. Barend se refiere a ello cuando afirma que la llegada de la la era industrial fue una declaración de guerra contra el medio ambiente, y que éste parece a punto de perder la batalla. Pero aún hay resistencia, como en este bosque en el que Barend es una especie de Moisés que ha creado una religión propia en torno al hongo asesino, un Dios cruel al que sin embargo se puede controlar con la sumisión de la fe.
Esta idea del culto a una forma de hongo gigante no es aceptable para una mentalidad científica, pero el director consigue que resulte al mismo tiempo una idea hermosa y terrorífica, lo cual de hecho es lo que pueden ser los hongos, tan atractivos como mortales. Hay una escena en la que se recrean los efectos alucinógenos de la psilocibina que se extrae de algunos hongos, una sustancia que tiene similares efectos al LSD, y que se utiliza para estudiar mejor el cerebro humano. Hay una investigación que parece profunda de los efectos y la manera de comportarse de estos organismos, lo que se utiliza para construir una película de terror que funciona bien en los dos primeros actos pero que se encamina en el tercero por caminos más funcionales y estereotipados. La dicotomía entre permanecer aislados en ese mundo natural o tratar de regresar a la civilización se plantea entre los tres personajes principales, pero hay determinados comportamientos que parecen tener como única función una evolución narrativa dejando a un lado cierta verosimilitud. Y aunque el director consigue una estética visual impactante y un diseño de sonido que provoca desasosiego, el resultado final es menos alentador de lo que parece.
PANORAMA FANTÁSTICO
Aunque no es estrictamente un culto religioso, la sociedad que propone la película The colony (Tim Fehlbaum, 2021) se parece bastante. Cuando la nave Ulysses 1 parte de regreso a la Tierra después de que las clases gobernantes hubieran huido del planeta hacia Kepler 209, un planeta lejano y más seguro, los habitantes les despiden murmurando casi como un rezo repetitivo, la misma frase: "For the many" (Para muchos), una especie de letanía que reivindica el trabajo en beneficio de la mayoría, aunque esto suponga sacrificios (por supuesto, los sacrificados son los que menos recursos tienen). La desaparición de esta nave que pretende explorar la situación de la Tierra dos generaciones después de que se marcharan, y de camino tratar de encontrar una explicación a por qué han perdido su capacidad de procrear, provoca que sea enviada una nueva nave de reconocimiento, Ulysses 2, en la que viajan Blake (Nora Arnezeder) y Tucker (Sope Dirisu), que descubrirán que aún quedan supervivientes de aquellas clases bajas que sus padres abandonaron en nuestro planeta.
El cambio climático, las pandemias y la guerra lo convirtieron en un lugar inhóspito, pero la decisión de la clase gobernante de salir huyendo no parece ahora la más inteligente. Los que han sobrevivido en la Tierra lo han hecho sin perder su capacidad de reproducción, y por tanto la sostenibilidad del ser humano no está en riesgo. Esta coproducción germano-suiza tiene un aspecto visual excelente, una representación del planeta en un tono de grises que le da cierta textura a lo Mad Max (George Miller, 1979), pero en un entorno eminentemente acuático, ya que la Tierra se ha cubierto completamente de agua. La idea más interesante que se plantea es la de la colonización desde el punto de vista del colonizador, ese "bien común" sugiere que los "regresados" tienen el poder de dominar a los supervivientes, aunque ello suponga el sacrificio de los más desfavorecidos.
La idea de la colonización se hace más patente en la representación de un gran barco como la base de esta nueva sociedad controlada por los colonizadores, junto a alguna referencia más obvia a Cristóbal Colón. Y en este sentido la película despliega algunos conceptos interesantes, que abordan la ética de la dominación, como cuando Gibson (Iain Glenn) adopta como suyas a las hijas de las supervivientes, denominándolas "hijas de Kepler", con el objeto de convertirlas en madres de una nueva generación frente a la infertilidad de las mujeres que habitan el planeta Kepler 209. Pero algunos de estos conceptos no están del todo desarrollados, y la historia se pierde en una trama que parece más cómoda encontrando caminos trillados del género de supervivencia que explorando nuevos horizontes.
Cuando la protagonista de la película británica The power (Corinna Faith, 2021) llega a la East London Royal Infirmary sus ilusiones como enfermera se difuminan al encontrar un sistema fuertemente jerarquizado, en el que Val (Rose Williams) será advertida por la matrona (Diveen Henry) que se espera de ella que cumpla las órdenes sin discusión, que su uniforme siga el estándar de la falda tres pulgadas bajo las rodillas y que no está previsto que hable directamente con los médicos porque se encuentran a un nivel superior. A esta cadena de mando se refiere el título de la película, pero también a la falta de energía eléctrica que sufre el Londres de 1974 en el que, debido a una confrontación entre los sindicatos mineros y el gobierno, se producen apagones todas las noches para conservar las fuentes de energía. Este contexto interesante sirve a la guionista y directora para establecer el fondo de una historia que habla de abusos y de posesiones.
Pero es precisamente la primera parte de la película, estrenada en la plataforma Shudder, la que mejor funciona en su representación de esta jerarquía, que no solo se mantiene en los niveles más altos de la burocracia dentro del hospital, sino que también se produce entre las propias compañeras enfermeras, e incluso entre ellas y los enfermos. Debido a los apagones, permanecen en el hospital solo unos pocos, entre los que se encuentra la adolescente Saba (Shakira Rahman), que no habla inglés con fluidez y a la que el resto de enfermeros trata con cierto grado de desprecio. Otra de las ideas destacadas de la película es la de la relación entre pobreza y salud, que se refleja cuando la matrona menciona que "la conexión entre pobreza y salud es que la gente de aquí vive como animales". Cuando a la protagonista le asignan el turno de noche, la película comienza a caminar por terrenos más cercanos al horror, en un proceso inverso al que describimos en Agnes (Mickey Reece, 2021). Y entonces de la oscuridad surgen las sombras, los fantasmas y las posesiones, pero también el regreso de un pasado traumático.
Un año después de la muerte del presentador de televisión Jimmy Savile, ocurrida en 2011, un documental le revelaba como un auténtico depredador sexual, especialmente con víctimas adolescentes, y años más tarde se descubrieron más de cien casos de necrofilia en los que estuvo involucrado. Se le consideró el peor depredador sexual de Inglaterra, con más de 300 víctimas. Este fue uno de los casos que inspiró a Corinne Faith para introducir el tema del abuso como una especie de posesión que acompaña a la víctima toda su vida. Hay una intención de construir un relato de terror psicológico que vaya más allá de la simple representación del suspense, pero aunque se consigue una atmósfera inquietante, la conexión no termina de encajar del todo, especialmente cuando se aborda el terror en un proceso demasiado convencional, como una especie de checklist del género de posesión. Pero hay buenas ideas que funcionan especialmente fuera del propio género.
SEVEN CHANCES
La restauración de la película The Amusement Park (George A. Romero, 1975) revela la única producción de encargo que realizó el cineasta, por petición de la Sociedad Luterana del Oeste de Pensilvania como una película educacional que reflejara el abuso hacia personas mayores. No se sabe cuáles fueron los motivos por los que se encargó esta producción al director de películas como La noche de los muertos vivientes (George A. Romero, 1968) o La estación del bruja (George A. Romero, 1972), pero lo cierto es que el realizador hizo un trabajo más cercano a su propia concepción del cine relacionado con el género fantástico que a los requerimientos de una película publicitaria. De hecho, el resultado no parece que convenciera demasiado a la Sociedad Luterana porque lo archivó durante años, hasta que se encontró en 2017 y la Fundación George A. Romero la restauró en 2019 en 4K, a partir de dos copias en 16 mm., que la plataforma Shudder ha estrenado este mismo año.
Presentada por su propio protagonista, el actor Lincoln Maazel (que curiosamente tuvo una larga vejez, falleciendo a la edad de 106 años en 2009), esta representación del maltrato de la sociedad a las personas mayores se convierte en las manos de George A. Romeo en una pesadilla que vive el protagonista dentro de un parque de atracciones, un entorno que aparentemente transmite diversión pero que en esta realidad provoca abusos y discriminación. El guión de Walton Cook, que había trabajado con el director en Los Crazies (George A. Romero, 1973) plantea una serie de situaciones de la vida cotidiana que suceden en el marco del parque de atracciones, que se convierte en un lugar fantasmagórico en el que la discriminación se plantea a través de metáforas y simbolismos que a veces resultan demasiado obvios. Hay ideas interesantes, como cuando el futuro de dos jóvenes es mostrado por una adivina, que les enseña cómo vivirán cuando sean viejos, él enfermo y ella intentando que su médico les haga caso. Una realidad venidera a la que los jóvenes responden con violencia.
The Amusement Park funcionaría bien como episodio de una serie antológica de género fantástico, y es una curiosidad completista dentro de la filmografía de George A. Romero, que le proporciona ese ambiente de pesadilla que resulta inquietante, con algunos mensajes sobre el abuso de las compañías de seguros a los ancianos que posiblemente no estaban entre las peticiones de la Sociedad Luterana. Es una visión sombría, pesimista, en torno a la vejez, con el protagonista viviendo su particular estación de penitencia, un Vía Crucis que contiene una llamada de atención: "Considere como espectador que el hombre del parque de atracciones es su propia imagen reflejada, solo separada por el paso del tiempo", advierte Lincoln Maazel.
Déjame entrar, Psicosis y La noche de los muertos vivientes se pueden ver en Filmin y Movistar+.
La profecía se puede ver en Disney+.
Mad Max. Salvajes de autopista se puede ver en HBO España.
Los Crazies se puede ver en Filmin.