Para los actores tiene que ser un gustazo trabajar con un director como Martin McDonagh, autor teatral con una sólida experiencia en la dirección de intérpretes. Se nota en los magníficos trabajos de Christopher Walken, Woody Harrelson, Tom Waits y, sobre todo, Sam Rockwell, cuyo personaje de psicópata simpático y disperso eclipsa a todos los demás, incluido el soseras de Colin Farrell, que se supone debe ofrecer el contrapunto de seriedad y de sentido común a todos ellos.
Siete psicópatas (2012) ofrece una atractiva versión británica del estilo alocado y despreocupado que utiliza la violencia para provocar humor pasado de rosca que ha puesto de moda Tarantino. Argumento mínimo, tipos raros, ausencia de personajes femeninos importantes, enredo incremental, tensión dosificada, diálogos chispeantes... Nada que no hayamos visto en unos cuantos filmes recientes, pero esta vez con el añadido de un montaje y unas interpretaciones muy cuidadas.
La película se estructura a base de escenas concebidas como microrrelatos semi-independientes, que proporcionan la información justa para hacer avanzar la historia: planteamiento, desarrollo, crisis, complicación y desenlace, un formato clásico que sin duda debe mucho a la formación teatral del guionista/director. También se nota en la preferencia por el trabajo actoral y los diálogos por encima de la acción (cuando lo lógico sería al revés en este tipo de películas). Por separado (la escena del hospital, las del desierto...), las escenas dan la impresión de que se trata de dramatizaciones que sirven de ensayo a los intérpretes, con el propósito de desarrollar un personaje o algo así. Con todo, se trata de deméritos menores, ya que, en conjunto, el filme consigue reunir interés suficiente para mantener al espectador en vilo (que ya es mucho), disfrutando del humor negro negrísimo y de la violencia sin mala conciencia; pero sin caer en el deslumbramiento que nos provocó Pulp fiction (1994). Siete psicópatas es una buena colección de situaciones narradas con ese posmodernismo casero que implica hablar sobre cosas que podrían incluirse en una película (cuyo guión está escribiendo el protagonista) que en realidad tienen lugar en la que el espectador está viendo. Dicho así parece más enrevesado de lo que en realidad es, y aunque diluye el argumento hasta casi convertirlo en una excusa para lucimiento del reparto, al menos añade planos de significación a una película que no destacaría únicamente por su guión. El epílogo/monólogo de Walken en medio del desierto ilustra a la perfección esto que quiero decir. Todo ello rematado con un gag final brillantísimo, aunque si se hubiera limitado a las dos primeras frases del diálogo lo hubiera descrito como antológico.
Curiosamente, McDonagh ganó el Oscar 2006 al mejor cortometraje con Six shooter (2004), que contiene personajes y elementos dramáticos que luego ha desarrollado en Siete psicópatas: el más claro el personaje del muchacho (Rúaidhrí Conroy, el actor que lo interpreta, recuerda bastante a Sam Rockwell), la presencia del conejo como elemento extraño/inquietante y, además, un gag final muy notable. Puedes verlo aquí mismo:
Para terminar, suscribo totalmente la valoración de Jesús Palacios en Fotogramas: si no hubiera existido Pulp Fiction --en general, si el estilo Tarantino no se hubiera impuesto como influencia en determinado cine contemporáneo-- estaríamos aclamando a McDonagh como la revelación del año, el cineasta del momento. Pero no es así, y por eso nos arrellanamos tranquilamente en la butaca pensando "Ah bueno, es como una película de Tarantino, voy a disfrutar sin más..." y ya nada nos tuviera que preocupar, excepto disfrutar de la tensión verbal y de la violencia aséptica. McDonagh tendrá que darle otra vuelta de tuerca a sus obsesiones temáticas y de estilo para que podamos liberarlo de la órbita del Planeta Tarantino...