En una cochambrosa habitación de Estambul, James Bond descubre a un compañero herido, apostaría que se llama Johnson, nombre muy dado a caer a las primeras de cambio, al que le han sustraído el disco duro de un portátil donde figuraba una lista de agentes del MI6 infiltrados en grupos terroristas. A saber que hacía el bueno de Johnson paseando tan valiosa información por esos mundos de Dios, pudiera ser que viviera su propia "pasión turca" a lo Ana Belén. 007 pide ayuda médica para el compañero herido, pero M, que ya empieza a despuntar como una mala pécora, le dice que olvide el asunto y persiga a los facinerosos. Bond obedece e inicia una persecución, muy currada, en moto por los tejados de Estambul hasta que se sitúa en el techo de un tren, iniciándose una pelea con el individuo que se supone ha robado el disco duro. Moneypenny, que por entonces era una agente de campo, los tiene a tiro e informa a M que no lo tiene muy claro, que puede darle a Bond. A ésta le trae al pairo si le da a uno o a otro, así que le ordena que dispare de una vez. Ya vemos que la estima que le tiene al mítico 007 es bastante frágil, así que el disparo termina impactando en el agente del MI6, al que dan por muerto. M, en el colmo del cinismo, es la encargada del obituario del infeliz de James, aunque ya se le tacha por los pasillos de inteligencia británica como caduca y vieja chocha a la que hay que relevar del mando. En estas, nuestro peculiar agente, ha sobrevivido (de lo contrario la película hubiera acabado tras los brillantes títulos de crédito iniciales) y se otorga su momento sabático en alguna perdida costa tropical en compañía de una buena moza, entregándose al alcohol y a los escorpiones, en una especie de ruleta rusa para beodos.
James Bond vuelve a la vida pública cuando se entera que han volado las instalaciones del MI6 y que, seguramente, su responsable es el mismo tipo maquiavélico que encargó robar el disco duro en Estambul. Después de un fraudulento examen psíquico y físico vuelve al servicio activo y se pone en marcha en su búsqueda del villano de turno. Logra eliminar al tipo que persiguió de tejado en tejado en una moto y le descubre una ficha de un casino de Macao. Allí conocerá a la chica del malo y a unos empedernidos matones a los que se enfrentará en un foso repleto de dragones de Cómodo, entre la desidia de los presentes en el casino, que parecen acostumbrados a peleas, muertes y desmembramientos en susodicho foso.A nadie se le ocurre llamar al 112. La chica, que va a durar menos que un chavico en la puerta de un colegio, le conduce hasta el malo de la película, un extraordinario Bardem, Raúl Silva, que atrapará a Bond y a las primeras de cambio le hará ojitos, en una escena de mucho sobeteo que no se si viene mucho a cuento. El tal Silva se deja atrapar para así llegar al MI6, en donde descubrimos que fue un antiguo agente a las ordenes de M y que una vez más, nuestra querida vieja bruja, lo abandonó a su suerte porque no le caía demasiado bien. Silva no planea otra cosa que la venganza. Se escapa y con un grupo de mercenarios irrumpe en plena comisión de investigación, dando buena cuenta de policías y políticos, pero se le escapa M.
Aquí empieza lo bueno. A James Bond no se le ocurre otra cosa que llevarse a M a un lugar seguro. Nadie de los servicios secretos sería capaz de protegerla, así que se la lleva a un caserón en medio de un páramo desolado en tierras de Escocia. Allí contará con la ayuda de un viejo armado hasta los dientes con una escopeta de caza. A 007 le sobra con su pistola, su viejo Aston Martin y sus pelotas. Porque además quiere que le encuentren los malos, dando las oportunas instrucciones para que así sea. M, que no se entera de nada, no se da cuenta, de que lo que en realidad pretende Bond es darle el finiquito, el pasaporte al otro barrio, aunque le deje semejante tarea a Silva. La estrategia no puede ser otra distinta, porque a nadie se le ocurriría en su sano juicio esperar a un ejército de mercenarios en semejantes circunstancias. Claro que, si la película fuera medianamente sincera, hubiera permitido que James Bond metiera a la vieja en un saco y que entre él y Silva la hubieran cosido a patadas, mientras gritan como locas, "¡Toma y toma, vieja bruja!". Pero no, se opta por mostrarnos a un 007 incompetente, al que visto lo visto propongo que intercambie papeles con el guarda jurado de los juzgados de Palma de Mallorca, que seguro no cometerá tantas estupideces a la hora de elaborar un plan de protección.
El de la derecha podría ser el nuevo Bond
Es una lástima que teniendo un material tan excelente se haya descuidado la resolución del guión de forma tan burda. No es el hecho de que Bond y M acaben en una ratonera, sino que lo hacen deliberadamente y a conciencia. Pongo un ejemplo ilustre para intentar establecer la diferencia. En la estupenda película de Carpenter "Asalto a la comisaría 13", los protagonistas terminan en un escenario hostil de forma fortuita, sin saber lo que está a punto de suceder. No eligen el escenario de una comisaria, abandonada en un barrio solitario destinado a la demolición, para escapar de los asaltantes que están a punto de acabar con sus vidas, sino que son un cúmulo de circunstancias y coincidencias lo que les ha llevado allí. En "Skyfall" podían haber resuelto utilizar un escenario como el de la mansión aislada por ser de un tremendo atractivo, pero también deberían de haber optado por otro mecanismo que les conduzca forzada e irremediablemente a tan significativo lugar.Hay alguna que otra tontería destinada a producir cierto efectismo, como la detonación de una bomba por parte de Silva que hará caer sobre Bond nada más y nada menos que un tren subterráneo, como si el villano supiera exactamente en que punto de una persecución, bastante tramposa, va a ser acorralado. Teniendo en cuenta que la película no es mala en absoluto, si que es cierto que molesta esa falta de atención en el desarrollo de la trama, esos defectos de guión que son fácilmente subsanables. La historia es atractiva como concepto de transición, como factor de cambio en la que algún personaje de peso desaparecerá y otros se incorporan, como homenaje a su clásica trayectoria y, en definitiva, como consolidación de un nuevo renacimiento por parte de un más que eficiente Daniel Craig. Las anomalías que arrastra se arreglan con algunas noches de café y tabaco, o siendo más políticamente correctos en estos tiempos tristemente descafeinados, con bebidas isotónicas y chocolate desnatado.