A propósito de Menotti, Bielsa, Niemeyer y Aravena
El pasado domingo David Trueba apareció en dos momentos de mi día. Por casualidad revisé la película Los peores años de nuestra vida, que yo recordaba con cierta simpatía pero que en esta ocasión me aburrió considerablemente (el escritor firmó el guión en 1994, aunque el borrador era de algunos años antes). Por la noche leí un artículo suyo sobre Pep Guardiola (El hijo del "paleta", EL PAÍS SEMANAL, 27 de agosto de 2010, págs. 38 a 43). No me gustó el primer párrafo y estuve a punto de abandonarlo ahí mismo.
El catalán es una lengua hermosa que coquetea con el francés para desespañolizarse, que tiene música portuguesa, pero que cuando alcanza la mayor expresividad es puro italiano. En catalán, al albañil le dicen paleta, en ejemplo prodigioso de metonimia popular. La paleta es también el arma del pintor.
No dudo que en catalán llamen así a los albañiles, entre otras cosas porque también lo hacen así en el resto de España, de la misma manera en que se llama chispa a los electricistas. No creo que sea por tanto una palabra catalana.
Se llama paleta a los albañiles, en todas las obras de España por la sencilla razón de que usan, precisa y generalmente, la paleta de albañil, utensilio de palastro, de forma triangular y mango de madera, con la que manejan la mezcla, pastas o morteros.
Pero he de reconocer que una vez superado esa parte del texto, el resto me interesó, sobre todo cuando el escritor recuerda que recién retirado del fútbol (como jugador), Guardiola marchó a Argentina para seguir conociendo entrenadores: Ricardo La Volpe, Marcelo Bielsa, el flaco Menotti.
En ese momento del artículo paré la lectura para recordar que los profesionales reconocidos en cualquier disciplina humana lo son, entre otras cosas, por haber aprendido, en la mayoría de los casos, de quienes le precedían. Y no pude evitar fantasear con la idea de poder desplazarme a Latinoamérica para entrevistarme también con arquitectos a quienes admiro y con los que me gustaría citarme, no digo yo que en un restaurante de Belgrano, pero sí en su estudio de Copacabana (con Oscar Niemeyer, por supuesto) o en las aulas de la Universidad Católica de Chile, donde antes estudió y ahora enseña uno de los jóvenes arquitectos cuya obra más me interesa, Alejandro Aravena.
Quizá algún lo haga. Quizá algún día pueda hacerlo.
Mientras tanto me conformo con recordar, en homenaje al maestro, un comentario de Oscar Niemayer a propósito de su abuelo, que fue ministro del tribunal supremo y de quien dice haber heredado la solidaridad:
“Mi abuelo fue un hombre útil y murió pobre. Qué orgullo”
En eso estamos.
Luis Cercós (LC-Architects)
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