Foto: 500px.com/Vladim_Shipulin
Algunos dicen que los libros no se prestan. Pues disiento.
Algunos libros sí se prestan, seguramente con la ilusión de que quien los lea “flashee” con lo mismo que nosotros, y así tener un punto más de conexión con esa persona.
En un acto menos sublime, también puede ser que uno los preste con la seguridad de que éstos no serán nunca devueltos, entonces la tan temida pregunta: “Me prestás…?” no volverá a escucharse de esa boca, segmento humano que no acostumbra a hacer devoluciones de objetos ajenos.
Para este caso se elegirán libros no entrañables, y también aquellos que han dejado marcada alguna senda por la que no se volverá a pisar.
Un par de anécdotas?
El primer libro que presté fue el Diario de Anna Frank, un libro delicioso, un regalo que en su momento –mi adolescencia- me dolió mucho perder en el camino de los préstamos sin retorno.
Otro hecho ocurrió hace poco, cuando de la nada apareció una mujer que hace mil años no veía y con la cual no nos unía más que alguna charla de mostrador. Pues parece que en una de esas charlas le presté el libro –reconozco me había olvidado tanto del libro como del suceso- y tuvo la gentileza de devolverlo unos años después.
Siempre pensé sobre mí persona que era excelente en eso de hacer devoluciones.
El libro prestado es un objeto inanimado que debe devolverse en el mismo estado en el que se adquirió. Es decir: impecable, o amarillento, sin dobleces o con ellas. Dejando todo intacto y en el mismo lugar. No acercarlo a lugares en donde pueda absorber otros olores como la cocina o algún difusor de esencias. Preferentemente no llevarlo a la playa, ni subirlo al auto, menos usarlo como material de lectura en salas de espera o colas bancarias. Menos que menos hacer anotaciones en los márgenes, esto último sólo debe hacerse únicamente a pedido del propietario.
Pensé yo era buena en cuidar libros ajenos y devolverlos hasta que –para mi sorpresa- me quedé con un par de libros prestados, absolutamente identificados como ajenos, pero hoy alineados con los propios en la biblioteca, esperando a que los vuelva a agrupar y llevar con su dueño.
Lectora corrupta!
Muchos dicen que la lectura es una actividad solitaria, egoísta y antisocial.
Definitivamente quienes me conocen saben que tengo esas tres características. Pero hablando de lectores en general no es tan así. Como tales pensamos a menudo mientras leemos en otras personas: fundamentalmente a quién le interesaría el párrafo que estamos leyendo, a quién le podemos comentar ese fragmento, a quién le haría bien esa frase, a quién nos hace acordar el protagonista o con quién iríamos a ese lugar tan maravillosamente descripto.
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