Estimados señores lectores: Cada vez que se sufre un atentado terrorista en cualquier parte del mundo, dirigidos (los ataques) por la escoria subhumana más absolutamente indeseable que vive entre la gente normal, trabajadora y racional, me dan ganas de vomitar. Lo digo en sentido literal: las imágenes y los actos me ponen mal, me hierve la sangre y observo una pasividad europea increíblemente indignante. No sé, no me podía esperar mucho de Francia – un país que abiertamente en el pasado ha luchado contra las medidas antiterroristas que pedimos otros. Pero no tengo la bajeza moral como para aprovecharme de este terrible atentado para meterme con los franceses y sus gobiernos.
Todavía es muy pronto para poder tener una narrativa coherente de estos asesinatos tan repugnantes.
Ahora bien, voy a lanzar una advertencia que no será del agrado de fascistas y xenófobos varios que pretenden usar estos criminales atentados para fomentar más sus planes de odio: existe una gran diferencia entre solidarizarme con periodistas y solidarizarme con islamófobos. Me solidarizo con los periodistas asesinados, pero no me solidarizo con fascistas. Nunca lo haré.
También lamento el hecho de que la casta y las élites que gobiernan en Europa y USA usarán este atentado terrible para fomentar su discurso engañoso de “o estás con nosotros, o estás en contra”, para seguir justificando políticas económicas injustas y medidas de seguridad excepcionales que destruyen nuestras libertades. Mucha gente que debería usar más el cerebro caerá en esa trampa que nos van a tender próximamente.
Surgirán también otras voces que intenterán darle la razón a los movimientos neo-fascistoides que nacen por toda Europa para atacar a la población musulmana y a menudo también cualquiera que tenga aspecto de “moro” o “inmigrante”.
Lo que pasó ayer en Paris no tiene justificación alguna. Ningún periodista debe ser asesinado tan vilmente y menos en el nombre de un “profeta” en el que nadie debe creer.
Justamente un día antes de estos terribles atentados, el presidente turco, Erdogan, dio un discurso diciendo que el peligro que de verdad amenazaba a Europa era la “islamofobia”.
Erdogan, sin duda, tenía en mente las recientes manifestaciones racistas en Alemania, dirigidas por el grupo Pegida “Patriotas Europeos contr la islamización de Occidente”.
En Francia, el partido anti-inmigrante y anti-musulmán de Marine Le Pen sigue creciendo e intuyo que crecerá más tras los atentados. Yo ya dije la semana pasada que desgraciadamente, entramos en una etapa muy oscura de autoritarismo financiero, fascismo y amenazas en toda Europa.
Pero hay que hablar de los problemas de forma honesta. Lo que está contribuyendo al crecimiento de esos grupos indeseables es el hecho de que la clase obrera autóctona europea siente que sus líderes no están reconociendo la realidad de que, en efecto, sí hay algunos extranjeros hostiles y bélicos en su seno que deben ser expulsados inmediatamente y duramente reprimidos por sus actos.
La naturaleza paramilitar de los atentados demuestra que esos asesinos subhumanos recibieron entrenamiento de Al Qaeda. Hay que reconocer, cómo no, las raíces islamistas del ataque. Pocos líderes se han atrevido a hacerlo, incluido el propio Obama.
Piensan, quizá, como buenos liberales que reconocer esa verdad horrible solo generará violencia contra el colectivo musulmán. Yo tengo más confianza en el buen sentido de la mayoría de las personas normales, que saben distinguir perfectamente entre aquellos que asesinan a periodistas y la familia musulmana pacífica que condena los atentados (de estos hay una mayoría, mal que les pese a los profetas alarmistas).
Mientras Europa en su conjunto no tome muy en serio las fronteras y el problema migratorio (incluido la terrible irresponsabilidad del líder de Podemos y Syriza – quieren abrir todas las fronteras y dejar que entren como Pedro por su casa), esto solo generará más votos a la extrema derecha, más fascismo y el fin de los derechos humanos para todos. Corren malos tiempos para todos los seres humanos que buscan más libertad, democracia, igualdad, respeto y dignidad.