Fotografía de Laurent Ladever
El aborto es uno de esos temas peliagudos que nunca sabemos por dónde cogerlo. Está de nuevo de actualidad, dado que el PP pretende anular la ley del aborto que aprobó el gobierno anterior. Es necesario hablar de ello, porque creo que el debate público sigue estando lejos del meollo del asunto.
Hagamos un diálogo imaginario:
¿Debe ser legal el aborto?
Parto diciendo que estoy a favor de la legalidad del aborto. La ilegalización del aborto sólo trae como consecuencia insalubridad, violencia, mafias y aumento de la mortalidad de las mujeres. En los países donde el aborto es ilegal, las mujeres ricas pagan por abortar en otros países o clandestinamente en clínicas privadas, y las mujeres pobres caen en manos de personas sin escrúpulos o se violentan ellas mismas, con grave peligro para su salud y para sus vidas.
La ilegalidad del aborto (como por otra parte, la de la prostitución o las drogas) es hipócrita, no impide la práctica del mismo, y sí produce marginalidad, insalubridad, delincuencia.
¿Y el derecho a la vida? ¿Hay vida en un embrión recién concebido?
Desde mi punto de vista, sí. Claro que hay vida. Pero las mujeres somos las guardianas y las tejedoras de la vida. Somos las mujeres las que tenemos soberanía sobre nuestros cuerpos, y somos las mujeres las que tenemos el poder sobre la vida que engendramos, gestamos y traemos al mundo.
En un mundo donde mujeres empoderadas retomarámos el control sobre la vida (¿nuestras vidas?) el aborto sería mínimo. Ninguna mujer sana física y emocionalmente, madura y sostenida por una sociedad igualmente sana, desearía pasar por la auto-agresión que es al fin y al cabo un aborto.
¿Por qué decide una mujer entonces abortar?
Hay dos factores milenarios que nos llevan a la desagradable situación de un embarazo no deseado: la falta de información y la falta de autoestima que padecemos las mujeres. Ambas son consecuencia del patriarcado, y no se curan con más patriarcado (más control) sino con más conciencia y más empoderamiento de las mujeres.
La incultura, el desconocimiento sobre nuestros ciclos, el escaso control y conocimiento sobre nuestro cuerpo, las leyendas urbanas, los tabúes sobre el sexo, la nula educación sexual y emocional, las prohibiciones milenarias de la Iglesia... lleva a que muchas mujeres, sobre todo adolescentes y jóvenes, tengan prácticas sexuales de riesgo que aumentan tanto los embarazos no deseados como las enfermedades de transmisión sexual.
Algunos médicos y mujeres conectadas con su femineidad, afirman, por ejemplo, que si las mujeres tuviéramos mayor conciencia de nuestro cuerpo, seríamos capaces de saber siempre en qué momento estamos ovulando. Ni siquiera harían falta píldoras anticonceptivas, que tienen tantos efectos secundarios y que silencian los signos de nuestro cuerpo. Las prácticas (invisibles de tan "normales") de las sociedades patriarcales nos separan del cuerpo desde que nacemos, y esto es especialmente perjudicial en las mujeres. Hemos perdido todos los ritos y prácticas que nos conectaban con nuestros úteros, con nuestra vida cíclica, nuestras fases menstruales. Hay que leer, por ejemplo, el libro La Luna Roja, de Miranda Grey, para saber lo lejos que estamos las mujeres de conocer -y por tanto de poder disfrutar y no padecer- nuestra femineidad en toda su plenitud.
Porque no es sólo una cuestión de información técnica y de acceso a los preservativos u otros medios de control de la fecundidad: hay también detrás un grave problema emocional y de autoestima, tanto de hombres como de mujeres.
Somos analfabetos emocionales y sexuales. La "liberación sexual" aparente del siglo XX nos ha llevado quizás a más sexo (lo que nunca está mal) pero no nos ha llevado al control sobre nuestras vidas. Las niñas, adolescentes, jóvenes y mujeres nos seguimos entregando muchas veces a parejas que no nos respetan ni nos merecen, en condiciones inseguras. Seguimos usando el sexo como "prueba de amor", o lo que es peor, como reclamo de amor. Nos plegamos si ellos no quieren usar preservativos, "perdemos la cabeza", somos irresponsables... Nos autoengañamos creyendo que estamos haciendo sexo "por placer", desdeñando los mecanismos inconscientes y las necesidades afectivas no satisfechas que hay detrás.
Encima, cuando llega el embarazo no deseado, nos encontramos en la mayor soledad y desamparo, y con un bebé que será un "obstáculo" para todas las posibilidades de realización personal. El aborto está asegurado.
¿Pero en una sociedad con una natalidad tan baja como la española, no es conveniente evitar los abortos?
En los países industrializados, aumentan los abortos, aumenta la infertilidad, aumenta el uso de métodos anticonceptivos, y disminuye la natalidad. La procreación, la maternidad y los niños se convierten en general en "obstáculos" para el trabajo, el "éxito", la vida propia, la libertad individual...
Ha dicho Gallardón que, a diferencia del PSOE, «el PP ofrecerá a esas mujeres inmigrantes, con discapacidad o menores, alternativas frente a la interrupción del embarazo, mientras que los socialistas sólo ofrecían el aborto, "nosotros les vamos a decir que tienen derecho a la maternidad".
Truco retórico falaz, en primer lugar, porque no son solo las mujeres inmigrantes (paren más que las nativas), discapacitadas o menores, las que abortan. Una gran cantidad de mujeres adultas, perfectamente capacitadas, renuncian o postergan la maternidad, o nos limitamos a tener un solo hijo.
El derecho a la maternidad -y a una infancia feliz de los bebés y niños, a una (con)vivencia feliz conjunta de los adultos con nuestras crías- no se defiende ilegalizando el aborto, sino con políticas positivas de apoyo a la maternidad.
Tanto el derecho a no reproducirnos, como el derecho a reproducirnos en las mejores condiciones, debe ser protegido, uno no niega al otro. El aborto se minimiza cuando las condiciones sociales son óptimas para la maternidad, ampliando y no restringiendo derechos.
La natalidad baja de los países prósperos indica que la sociedad en su conjunto se vuelve adversa a la maternidad, a la reproducción y a los niños pequeños. Es el precio que hemos pagado por la incorporación de la mujer al trabajo, por el aumento de la productividad y por un modelo social donde prima única y exclusivamente la producción de bienes materiales. El prestigio de la maternidad y la crianza bajan, y sube el prestigio del triunfo laboral y personal (lo cual conviene a los mercados, principal fuerza socializadora). Pasan a reproducirse sólo los extremos sociales: las clases altas -que delegan la crianza en criadas-, y las clases muy bajas, sin acceso a la planificación familiar, con embarazos no deseados. Las familias trabajadoras de clases medias lo tenemos muy crudo para reproducirnos, criar y trabajar a la vez.
La Iglesia y la derecha resultan hipócritas porque pretenden resolver el problema con prohibiciones, y no con políticas de cambio social que vayan al meollo del problema. La izquierda, los sindicatos, las feministas, los homosexuales... ¿sin saberlo? también se han sumado a la voz unidimensional que dice que lo más importante es el trabajo (la otra cara del mercado). Así, es normal que embarazos, partos, lactancias y crianzas felices no sean prioridad para nadie. ¡Pero se trata de la continuidad y de la calidad de nuestras vidas!
¿Y qué condiciones sociales serían óptimas para la maternidad?
Los países nórdicos, que se enfrentaron hace décadas a índices bajos de natalidad, lo solucionaron bastante bien. Noruega se considera el mejor país del mundo para ser madre, y también para vivir, por cierto. En Noruega el aborto es legal, la maternidad es apoyada, y las mujeres tienen una alta participación en los asuntos públicos. Es en un modelo de ese tipo donde podemos poner las miras.
Bajas maternales (y paternales) más largas, políticas de conciliación reales, prestigio de las labores de crianza y cuidado, flexibilización de las condiciones laborales para los progenitores (teletrabajo, trabajo por objetivos y no presencialistas, guarderías en los centros de trabajo, incluso trabajos a los que se pueda acudir con niños…), convertir las ciudades en espacios acogedores para los niños; embarazos, partos y lactancias respetados, placenteros y felices… Mujeres y hombres que retomamos el poder sobre nuestras vidas, y dejamos de ser seres unidimensionales, meras fuerzas de producción.
Pero ahí es donde entramos en contradicción. Todo el mundo considera que más bajas y menos horarios laborales es un "lujo" que no nos podemos permitir. Ahí llegamos a la verdadera dimensión política del fenómeno, ese modelo de desgaste productivo-industrial que está en crisis. Empezamos hablando de aborto, y tenemos que terminar hablando del trabajo, de la producción, del sistema económico y político. Una sociedad más justa, más igualitaria, más ecológica, más sostenible, y más amorosa, más cuidadosa con todos... tiene que ir hacia nuevas formas de concepción y organización del trabajo... un mejor reparto de la riqueza que lleve inevitablemente a ¿menos trabajo?, porque es en realidad el trabajo y la dedicación absoluta a la lógica mercantil-industrial lo que está entrando en conflicto con la forma en que queremos nacer, criarnos, vivir... y ya no es posible llegar a ella desde el discurso tradicional de la izquierda ni de la derecha.