Recojo lo que encuentro en el blog Moleskine Literario acerca de lo dicho por el crítico Ignacio Echevarría sobre Intemperie, la primera novela de un autor español, Jesús Carrasco, de quien todo el mundo, por allá, está hablando últimamente. Sirve el caso para ilustrar un poco la manera en que funciona el marketing literario en estos tiempos de Coelhos, crepúsculos y sombras de Greys...
La explicación del fenómeno se encuentra en el celo con que Elena Ramírez, la editora de Seix Barral, ha promovido la novela. Persuadida de su valía, no ha escatimado recursos a la hora de solicitar a periodistas, críticos y agentes culturales de toda laya su atención para un libro que ella misma es la primera en elogiar apasionadamente: “es uno de esos libros que te cambian al leerlos”, ha dicho. Entre los argumentos esgrimidos por Ramírez para convencer a unos y otros de la valía de la novela, se cuenta el dato de que, antes de su publicación, haya sido vendida a nada menos que a trece editoriales extranjeras. (Un dato que dice bastante, por cierto, del tipo de expectativa que se sigue teniendo fuera de España sobre la literatura que aquí se escribe). El libro se presenta envuelto por las declaraciones que algunos de sus próximos editores han hecho sobre la novela, emitidas todas -cómo no- con esa fraseología publicitaria tan característica de los textos de solapa. El “caso” Carrasco da pie a algunas consideraciones. En primer lugar, sirve para observar la obediencia con que los agentes culturales reaccionan a las consignas de los editores, con tanta mayor presteza en cuanto se olfatean “fenómenos” de recepción. Es cierto que Elena Ramírez ha jugado fuerte sus propias bazas, y que lo ha hecho con talento y convicción. Pero el espectáculo de todo un sistema literario respondiendo de inmediato, al unísono y en todos sus escalafones (blogosfera incluida) al reclamo de un editor no deja de resultar curioso y algo mosqueante.Sobre todo si se piensa en el trabajo de otros muchos editores que perseveran mucho más sordamente en la esforzada y a menudo desatendida tarea de dar a conocer talentos emergentes, de promover libros que poseen a veces tantos méritos como el de Carrasco, y en algunos casos bastante mayor novedad. (…) Hay razones sobradas para saludar Intemperie como un debut prometedor. Las hay también para celebrar su vigor estilístico, lastrado, como no ha dejado de señalar alguno, por un formalismo excesivo y algo autocomplaciente. Pero se ha hablado insistentemente de austeridad, cuando yo percibo más bien lo contrario: una especie de bulimia hiperrealista (con cierta tendencia al gore) que, para desplegar toda su panoplia léxica, abusa hasta la exasperación de minuciosas secuencias descriptivas, con las que se dilata una historia que daba más bien para un cuento, y que abunda en no pocos clichés. El revuelo armado por Elena Ramírez con Carrasco recuerda al que armó Beatriz de Moura, hace más de veinte años, con Luis Landero y su primera novela, Juegos de la edad tardía (1989). No parece improbable que aquella historia se repita. Por mucho que se consienta y hasta se aplauda que se vaya de vez en cuando de picos pardos, de la narrativa española no hay nada que se celebre más a gusto que los reencuentros con la que se entiende que es su propia tradición: realismo, preciosismo estilístico y ética de los sentimientos.
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