“Que difícil resulta ponerse delante del ordenador para tratar de describir lo que vivimos en el coliseo romano de Nimes. Confieso que me siento desbordado por la histórica actuación de José Tomás ante seis toros. Todo lo que ejecutó este hombre se podría escribir en un libro de oro de la tauromaquia. Y es que desde el primer capotazo a la última estocada todo ha sido un tratado del toreo, explicado con sencillez, con hondura, con temple personal y con un perfecto control de los tiempos.
Y nada mejor que el marco histórico y bimilenario del anfiteatro romano nimeño para que este emperador del toreo llamado José Tomás coronara su carrera con los laureles de un triunfo inenarrable, imposible de igualar con letras, imposible de explicar con la frialdad de un texto, aunque se escriba con la pasión sentida en las gradas del imponente escenario. Y el primer triunfo de JT ha sido la elección de los toros, impecables de presentación, algunos, como el lote de Victoriano del Río, propios de una plaza como Madrid. De esta forma José Tomás tapaba la boca a tanto idiota que ha querido poner en duda sus triunfos.”
“Rozando la perfección. A José Tomás no le queda nada por hacer en el toreo. Su actuación en Nimes le consagra por méritos propios como uno de los grandes de la historia de la tauromaquia. De principio a fin. Desde el paseíllo con Carmen de fondo, arrastrando el paseo por la arena del coliseo romano, mientras los más rezagados escalaban por las ruinas del templo para poder ver al mito viviente en su actuación más completa.
Atrás quedan aquellos tiempos en que el diestro necesitaba un toro muy concreto para triunfar. Joaquín Ramón, su veedor, el profesional dedicado en ir al campo a escoger los animales, se consumía a cada calada del tabaco de liar.
El conocedor acertó con el material. Hubo un recital de mando, dominio y tauromaquia pura. Pudo a los seis animales de principio a fin. No sonó un solo aviso, no sobró un lance, no hubo excesos, ni reiteración, ni insistencia. Tampoco gestos para la galería. Un intimista, centrado e inspirado torero con halo expresó toda su tauromaquia en poco más de dos horas, sin una sola nube.
El resultado puede sonar a exageración, a éxtasis, a locura colectiva. Puede que solo la segunda oreja del primer toro pueda tener algún pero. Lo demás, todo fue medido, paladeado, deleitado. Seis toros y cinco estocadas, en la del segundo, en dos tiempos, salió despedido por el toro. Se tiró tan de verdad que no tuvo salida. Ese fue el único momento de apuro. No se le pudo acusar de tremendista. No hubo lugar al uy, solo al profundo olé, a algún quejido, a los gritos de Visca Catalunya o a expresiones de júbilo: "¿Esto cómo te lo pagamos?"; "Esto es el toreo puro"; "Me estás haciendo llorar". No hubo una nube, solo un sol de justicia y, sin embargo, al término de cada faena se daba una improvisada lluvia de sombreros de paja con corte panamá.”
Patricia Navarro en La Razón:
“La locura nos había visitado antes. Los nervios previos. El miedo. El vértigo al presentir que algo bueno nos espera a la vuelta de la esquina. Pero en el toreo pasa, ocurre, que a veces más allá de la arena se desploma el espectáculo. Nadie manda sobre la magia. Nimes bullía minutos antes, mentira, horas antes, mentira de nuevo, días atrás en el tiempo. Incluso preparando ese viaje que en algunos casos era una aventura extraordinaria para llegar a ese sitio y a esa hora. Coliseo de Nimes. Once y media de la mañana. Sol de principio a fin, para todos, que contrastaba hasta herir con las tinieblas de ese patio de caballos. El solo de José Tomás, como se anunciaba en francés en los carteles. Y José Tomás no estaba solo. Pero lo parecía. Legión de fotógrafos y cerco inaccesible. No porque nadie lo impidiera sino porque José Tomás desprende algo que está por encima de este mundo, al menos de los mortales. Un buen puñado de banderilleros para la ocasión. Para la encerrona del año. Y ya de la historia. Y qué historia. Hasta la suya propia la ha elevado a una cumbre inaudita. Pero a las once y veinte de la mañana estaba todo por hacer. José Tomás, vestido de pizarra y oro, aguardaba con la cabeza baja, meditativo, si la levantaba era para mirar a la plaza. Imponente coso. Escenario inigualable para soñar el toreo. Y cuando el toreo repica en 14.000 espectadores al unísono, podemos hablar de locura. Un manicomio de emoción que se desprendió ya a borbotones cuando José Tomás pisó la arena. El solo de José Tomás daba paso. Silencio sepulcral cuando el torero puso pie en el escenario y palmas después para acompañarle hasta presidencia y hasta el fin del mundo, si hiciera falta. Bellísimo paseíllo, preámbulo del ritual. Ovación de gala para el torero antes de comenzar una apoteosis de toreo bueno. No suicida. Se desploman argumentos ficticios. Sin sentir en las entrañas el riesgo, acabamos por abandonarnos al son de su batuta. La del toreo bueno. Sutil, suave, templado, hondo, largo, de plomo y seda. Una y otra vez. Más difícil todavía.”