Ya no se admira como antes. Pero es lógico, porque nos hemos olvidado de cómo se hace.
Puestos a buscar culpables, las redes sociales – tan útiles y prácticas para muchas cosas – han sido un tanto premonitorias de esta situación.
Posiblemente porque generan una falsa creencia de cercanía que desmitifica a las grandes figuras. Hace un tiempo, tú admirabas a un músico, a un cocinero, a un escritor, a un pintor o a un actor. (Y cuando digo un también digo una, permitidme la practicidad). Para empezar, no había forma humana de acceder al personaje. Tu aproximación más real se reducía a un concierto, un estreno, una firma de libros o algún tipo de encuentro popular esporádico. Hasta aquí, muy similar a lo que ocurre en la actualidad. Pero si querías contactar con el personaje, a veces, solo a veces, lograbas dar con un apartado postal al que enviar una carta que casi nunca sabías si alguien había podido leer o si simplemente había acabado en la basura junto a otras tantas.
Entonces llega Instagram, y creemos que la fama se ha democratizado y que cualquier persona está a un simple comentario de nuestro alcance. Para decir ‘qué bien lo haces’, para decir ‘qué mal lo haces’.
Lo del ahorro léxico es otro tema. Parece que nos cobran por palabra. O mejor dicho, por pensar palabras. Así que nos limitamos a repetir expresiones estandarizadas.
Imagino a alguno de aquellos artistas en ese maravilloso proceso ya casi olvidado de abrir meticulosamente un sobre, sacar con cuidado y desdoblar una hoja manuscrita y leer: “Muy fan. Carita sonriente/besito“
No me voy a meter con el uso desmedido de emojis, lo prometo. Bueno, es mentira, pero lo voy a intentar. Soy partidaria del emoji antes que nada. El emoji de agradecimiento a tu tiempo por escribirme, por leerme. El emoji que humaniza en un solo carácter a la persona que está detrás y que no tiene tiempo de contestar a todo el mundo. Yo lo uso, culpable. Pero cuando el dibujito incomoda y dificulta la lectura, ya no le veo la gracia.
Hace unos días decía Sánchez Dragó en twitter : “Los seres humanos, a diferencia de los animales, están en posesión de un lenguaje articulado. Solo los niños, cuando no saben leer ni escribir, recurren a los dibujitos para expresarse. En los adultos es pereza o estolidez.”
Me reafirmo, se nos ha olvidado admirar de verdad, con fidelidad, con continuidad, con vehemencia y con dedicación. Y no admirar cuando conviene, admirar por moda o hacerlo a golpe de clic.
Por supuesto, después está el arte de saber ser admirado y que no todo el mundo tiene. Si te contesta con palabras, ha leído tu carta.
Si no fuese porque iba a llenarse de telarañas, me abría un apartado postal con su casilla metálica y su llave numerada que solo yo poseo.
Y lo sé, es más romántico en mi cabeza.