“Figures”, Vladimir Semenskiy
La felicidad es un ideal muy sobrevalorado. En general, la felicidad no es posible porque los motivos para serlo son muy escasos, en cambio los motivos para ser desdichados, para sufrir, son abrumadoramente infinitos. Pero no sólo es imposible la felicidad por sí misma, sino por nuestra desdichada manera de buscarla. Buscamos la felicidad por el camino de la consecución de bienes y esta es una infausta manera de pretender alcanzarla. En cuanto conseguimos lo que creíamos era el objeto de nuestra felicidad, apesadumbrados nos damos cuenta que la dicha de obtenerlo es breve y a veces contraproducente. Comprendemos con tristeza que no era eso lo que buscábamos y que si era lo que buscábamos no era más que un engaño. Pero nos engañamos no con el objeto, sino con el punto de partida. El problema no es que deseamos algo imposible, sino que nuestro deseo es en sí mismo imposible. La inmortalidad es imposible, la completud es imposible y es una fuente de sufrimiento colosal intentar satisfacer un deseo imposible. Si aceptas que lo que buscabas y que has alcanzado no es suficiente, ni lo es todo, desplazas tu deseo hacia nuevos horizontes, nuevos objetos, significa que la máquina funciona, pues el deseo humano se funda en la insatisfacción, en el no todo. Es una ley muy simple, pero muchos (quizá demasiados), no la aceptan.
La búsqueda exclusiva de la felicidad a través del amor al prójimo es con seguridad una de las fuentes más grandes de dolor a nuestra disposición, pues el prójimo no es para nosotros más que un fantasma que nunca terminará de ajustarse con la realidad. Jamás somos más vulnerables que cuando, enamorados, amamos a alguien. Nuestra finitud orgánica y nuestra insignificancia frente a las grandes calamidades naturales cumplen la cuota restante de sufrimiento.
Otra variante del padecimiento, algo paradójica para nuestra lógica racionalista, es la de aquellos que encuentran la desdicha precisamente alcanzando aquello que tanto habían deseado. Son aquellos sujetos que fracasan al triunfar: deportistas que se lesionan en la cumbre de sus carreras deportivas, escritores de una sola y maravillosa obra, artistas que desaparecen después de actuar en un gran película, es algo que vemos con mucha frecuencia.
Ello nos lleva a pensar que nuestra propia estructura psíquica no es competente para el trabajo que le hemos asignado. En realidad no estamos preparados para la felicidad. En cambio estamos más preparados para el sufrimiento. El sujeto humano no soporta largos periodos de felicidad. Nuestro paradigma de goce y felicidad, el orgasmo, apenas dura unos segundos. A veces, aunque no siempre, pero si muchas veces, no soportamos que nos vaya bien y atentamos contra nuestros mejores y más legítimos deseos. Sin darnos cuenta, minamos el camino que debemos recorrer con obstáculos que nos sorprendería ver en la manera de proceder de nuestros semejantes.
Por otro lado, despreciamos auténticas fuentes de satisfacción y de felicidad perdurables, como son el trabajo físico e intelectual. El privilegio que nuestra sociedad da a los bienes sobre la realización de una tarea es, en muchos casos, una extensión de nuestra disposición ideológica. La mayoría de nuestras formas de diversión parecen hechas para la perpetuación de nuestra condición de lactantes: recibimos siempre, pero muy pocas veces nos invitan a participar activamente. Es por eso que algunos grandes pensadores han preferido decir “No fui feliz, porque la felicidad es argucia del sistema” (M. O. Menassa).
Ruy Henríquez
Psicoanalista