Revista Deportes

Sobre le indulto de Algeciras (II)

Por Malagatoro

Mejias

Fotografía del acto de presentación de Francisco Ortiz Mejías (a la izquierda), como Presidente de la plaza de Algeciras y a su asesor Carlos Alvarez Briales (a la derecha), por parte del entonces Subdelegado del Gobierno de la Junta de Andalucía en el Campo de Gibraltar, Tomás Herrera.


El vigente Reglamento Taurino Andaluz, publicado en el Decreto 68/2066 de 21 de marzo por la Junta de Andalucía, dedica un artículo completo, el 60, al indulto. En su punto primero establece que "en las plazas de toros permanentes, exclusivamente en corridas de toros o novilladas con picadores y al objeto de preservar la raza y casta de las reses, cuando una res por sus características zootécnicas y excelente comportamiento en todas las fases de la lidia sin excepción y, especialmente, en la suerte de varas, sea merecedora del indulto, podrá concederlo la Presidencia del espectáculo, de manera excepcional, cuando concurran las siguientes circunstancias: a) Que sea solicitado mayoritariamente por el público. b) Que lo solicite el diestro o quien haya correspondido la lidia de la res. c) Que muestre su conformidad el ganadero o mayoral de la ganadería a la que pertenezca".

A tenor de lo publicado en relación al indulto del ejemplar de Cuvillo por El Fandi en el coso de Las Palomas de Algeciras, ese indulto ha sido totalmente antirreglamentario. Hubo petición mayoritaria por parte del público desconocedor y enfervorizado, y que El Fandi, más que solicitarlo, lo provocó. Sin embargo, las declaraciones del ganadero apuntan a que no hubo conformidad para ello. Pero tampoco hubo “excelente” comportamiento en varas, sino todo lo contario, y el burel acabó rajándose, tal y como el propio Ortiz Mejías afirma en sus declaraciones en las que intenta disculparse: “Me equivoqué y quiero perdón a los aficionados de Algeciras que se han sentido molestos por haber indultado a un toro que no reunía las condiciones. El primero que se sintió mal fui yo, porque soy bastante autocrítico. Quizás no supe estar a la altura de las circunstancias. Al final terminó rajado y tampoco se pudo ver en la pelea en varas. Consulté con los asesores y, en el fondo, los tres sabíamos que el toro no era para indulto, pero reconozco mi torpeza al sacar el pañuelo”.

En conclusión, indulto totalmente antirreglamentario que debiera ser motivo, por parte de la Junta de Andalucía, del cese inmediato de Ortiz Mejías y de sus asesores, si no presentaran, por dignidad propia y respeto a la afición de Algeciras, su dimisión. Creo, sin embargo, por los antecedentes vividos en Andalucía, que la batalla está perdida.

Nadie puede estar en contra del indulto merecido a un animal excepcional, de comportamiento extraordinario en todas las fase de la lidia, pues supone el triunfo de la casta, la bravura y el trapío del toro de lidia, que enriquece la cabaña brava  y dignifica la Fiesta. Por contra, lo que prevalece en el ruedo ibérico del Sur es la gran mentira del indulto, la “epidemia de la indultitis” que desde hace tiempo venían preparando los taurinos, con la inestimable colaboración de una parte estimable de la “crítica” y de la radiotelevisión pública que seguimos pagando los andaluces, aún en tiempo de crisis. Y esa gran mentira contó en Algeciras con la colaboración inestimable de un presidente nombrado por la más nefasta política taurina de la Junta de Andalucía, que ha consumado otra afrenta a los más elementales principios de la tauromaquia. Si, como el caso del Cuvillo de Algeciras, encima el cornúpeta indultado no le sirve a su criador, entonces el perdón se convierte sólo en repugnante propaganda para el ganadero y el torero indultador, como en este caso El Fandi con su pasividad a la hora de entrar a matar y sus gestos para enfervorizar al público, para inclinar la voluntad de un presidente sin criterio. Otro ejemplo más de que entre los mayores antitaurinos se encuentran muchas de las “figuras mediáticas”.

Todo comenzó por echar de los palcos de las plazas andaluzas a muchos policías y grandes aficionados a los que ni siquiera se les agradeció los buenos servicios prestados en tiempos pretéritos, para continuar colocando en las poltronas a personas sin criterio ni autoridad y fácilmente manejables, sin capacidad ni argumentos para prestigiar una plaza y exigir seriedad en los corrales y en el palco.

La única defensa del aficionado, que es el reglamento taurino (que conoce muy bien Ortiz Mejías), se aplica para aquello que conviene a los intereses de los que viven de la fiesta. Será difícil, casi imposible, recuperar la confianza que hoy no tiene el público en sus autoridades. Si esto se lograra, al menos los aficionados que pasan por taquilla notarían cierta sensación de honestidad y seriedad. Sentirían que hay alguien dispuesto a defender sus intereses, para que no esquilmen su bolsillo, ni acaben con su afición. Como dice Javier Villán, actualmente el poder de los aficionados no va más allá de sacar el pañuelo o pegar gritos. En las decisiones importantes que afectan al desarrollo de la Fiesta no pintan nada. Como en la democracia política.

Finalmente, por  una simple cuestión de ética y estética, por su gestión manifiestamente mejorable (sin que sea necesario recordar lo del famoso “rabo”), Francisco Ortiz Mejías debería presentar su dimisión como presidente de la Unión Taurina de Abonados de Málaga. No basta con pedir disculpas, han sido errores muy graves, por los motivos que sean que ni los conozco ni realmente importan ahora, y deseo que al final en él impere su dignidad como persona y buen aficionado, que lo es.  Aunque, dado los devenires de esta Unión, antaño ejemplar en la defensa de la integridad de la Fiesta y de los derechos de los aficionados malagueños, son muchas las dudas  al respecto. Tristemente, y crean que me duele porque fui socio de la misma y en ella encontré grandes aficionados que me han seguido honrando con su magisterio y amistad, hace tiempo que dejó de servir a los fines para los que fue creada, para convertirse en algo más cercano a una peña recreativa. Algunos buenos aficionados quedan en ella, como lo es su secretario, para enderezar un rumbo muy torcido que se me antoja muy difícil, casi imposible. Ellos, los pocos aficionados cabales que aún quedan en ella, tienen la última palabra.


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