Escucho y leo a muchas mamás que dicen estar hartas de que les hagan comentarios que no pidieron, pero al darse vuelta opinan, critican y aconsejan sin ningún tipo de reparo.
Existe entre las madres una relación bastante interesante: de solidaridad en caso de problemas, pero a la vez de crítica cuando la otra mamá no piensa, actúa o juzga como lo hacemos nosotras. En ambos casos nos sale el consejo a flor de piel, no podemos evitar aconsejar sobre cualquier situación que se plantee, aunque en los casos contrarios odiamos las recomendaciones que no pedimos.
El hijo de nuestra amiga se enferma de algo leve y ya estamos listas para decirle todo lo que funciona con los nuestros: cuál es el mejor remedio, en qué momento llamar al médico y hasta podemos casi diagnosticar sin reparo. “Mejor ir al hospital que queda cerca” o “creo que es solo es una etapa, no hagas nada”.
A nuestra cuñada le llega una nota de la maestra de la escuela por una situación con un compañero y damos consejos durante horas sobre qué hacer con el chico, con la maestra, con el colegio y con el Ministerio de Educación si hace falta.
No te dieron la promoción laboral que esperabas y hay una fila de personas entre amigas, familiares y hasta tal vez tu madre explicando con lujo de detalles cómo hablar con tu jefe, poner los límites laborales, pedir un aumento, exigir horas adicionales para los actos escolares y sobre todo más respeto por tu trabajo.
Cuando algo nos pasa a nosotras, no queremos que el mundo opine sobre lo que nos pasa. Desde afuera es simple encontrar soluciones teóricas a problemas reales, el gran objetivo es llevar a la acción con la dimensión justa aquello que pensamos.
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