Revista Diario

Sobre los Sacrílegos y sus Sacrilegios Parte III

Por Bodegaateneo


En un lugar de “Madrid”, de cuyo nombre no quiero acordarme…(Como diría uno de los pocos, insignes y respetables españoles que en el mundo son o han sido):

Pues eso, en un periférico “local” de Madrid que prefiero no mentar para no enfrentarme a temibles mafias del este, me ocurrió la siguiente anécdota, relacionada (como es de ley) con el vino.

Ocurría que por circunstancias que no vienen al caso me encontraba yo en la nombrada capital, buscando dónde comer con un grupo de amigos en lugar para todos extraño y desconocido. El sitio elegido fue consecuencia de nuestra ignorancia, y caímos en el primer local que se cruzó a nuestro paso con menú variado y a buen precio.
El menú, por suerte, venía acompañado de vino. Eso me alegró, más por poco tiempo. De vino de menú, como es lógico. Vino manchego de nombre para mí desconocido: Manchón.
AL aparecer en nuestra mesa la botella de vino me sorprendió que nos la trajeron sin abrir (hasta con la caperuza puesta), y sin sacacorchos que nos permitiera comenzar con la degustación. Me sorprendí, y pensé en pedir uno. AL poco caí en que no era necesario, y empezó la temida cuesta abajo….

Antes de yo proceder a abrir cuál Frío Matarife con su victima la botella, se me adelantó un compañero (para mi alivio). Abrió la botella girando el tapón (tapón, si, no corcho) como el que abriría una gaseosa.

Quise interesarme por el curioso caldo con semejante sistema de apertura, antes de perder cualquier último hilo de interés por él. El olor que apareció fue indescriptible. Penetrante, eso si, pero indescriptible.

Uno de los comensales pidió a la camarera una copa para echarse el vino, y así no “compartirlo” con la de agua que había puesta. Para redondear la presentación, la camarera nos trajo con desgana cuatro vasos de tubo altos y estrechos (como los de cubatas, vamos). Se vislumbraba la tragedia.

Aun tuve fuerzas para probar semejante vino en semejante recipiente, situación totalmente surrealista rayana en la comicidad. He de decir que el vino no era vino. Simplemente. O por lo menos no era así clasificable. Con eso lo digo todo, no creo necesario hacer sangre. Esto ni es “circoteklecinco” ni yo soy un colaborador meapilas dispuesto al escarnio público por la fama.

El detalle curioso fue que mientras yo daba sentencia a esta pobre pócima, el compañero de mi derecha proclamó que aquella no era manera de servir un vino. Perplejo le miré, y me señaló sonriente el vaso de tubo, añadiendo “ donde servirías tu un vino?”. Yo le respondí que en una copa, claro, abierta y de ancho fondo, como es justo y necesario. Ese momento de gloria para el compañero lo corté pronto pues le añadí: “Pero tampoco lo veo necesario en ésta ocasión”. “Por? Fue su respuesta. Y allí muró: “Porque tampoco esto es vino”, le contesté.
Ante la evidencia acompañó el silencio cómplice: Aquello no era merecedor ni de digno recipiente.

Ahí acabó aquel vino para mí. No así para mi atrevido compañero comensal, que dio buena cuenta de media botella de aquel mejunje rematándolo con dos pacharanes que supongo en mi buena fe que fueron necesarios para aliviar el escozor provocado por aquello.

M.

Sobre los Sacrílegos y sus Sacrilegios Parte III


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