Revista Cultura y Ocio
La excelencia moral es el resultado del hábito. ¿Fumar sería un hábito inmoral entonces? Menos mal que no fumo. No le encuentro sentido a lo de moral a no ser que sea el árbol. Siempre es doble. O falsa. O relativa. O "in-". O "a-" Una lucha de siglos por esclarecer un significado que es tan voluble como ardiente son sus víctimas. Me encuentro incómodo intentando desgranar alguna parida. Se me torna impúdico. La moralidad de puertas para afuera. Dentro, uno puede mostrarse sin pudor siempre que no haga ruido, porque siempre habrá alguna cotorra escuchando y algún que otro vigilante tras la mirilla de puerta ajena. Lo moral, en neutro. Podría decir la moral, pero determinaría un prejuicio. La única moral existente es la que uno tiene. Si hay suerte coincidirá con otras moralidades, incluso con la generalidad. Si uno se muestra inmoral, se desconfía, pues ese alardeo está sólo al alcance de los más pudientes, que todo se les ríe. Demasiada moralidad es dañina para la salud física y mental, sobre todo para esta última. Y moralista somos todos, y muy buenos. Acharcar la etiqueta de inmoralidad a alguien es un arte tan solemne como la envidia o la lujuria. Ay, la lujuria. Qué me dicen de la lujuria. Estamos rodeado de moralina. No se me ocurren más variaciones con moral si no es "moraleja". Esto se agota. Vamos al hábito. Ya saben que el hábito no hace al monje. Y lo de excelencia ya da grima. Este post es ab-moral, por no decir absurdo de los cojones.