Esta es una de las semanas más importantes de mi año. Es la semana en que mis dos sobrinas cumplen años. Los cumplen con seis días de diferencia (y tres años), mérito exclusivo de la capacidad organizativa de sus padres. Es también una de las semanas del año en que me siento viejo. Una de las cincuenta y dos. Pero esta con toda la razón del mundo.
Y sentirme viejo y la nostalgia es todo uno. Y la nostalgia y bucear en el pasado también. Y mi pasado está lleno de mierdas escritas. Escritas y ocultas, o secretamente expuestas, o no publicitadas, o difundidas de aquella manera. Como esto, de hace más de ocho años, cuando yo era casi igual, pero mis sobrinas no:
¿Qué pasará si ellas también pasan por la vida con el sentimiento perpetuo de que no les ha abandonado la infancia? A la parte oscura, me refiero: las incertidumbres y las dudas, la dependencia casi total de un papá y una mamá que les expliquen cómo funciona esto y qué es peligroso y qué no y por qué, los miedos primitivos y cervales, alimentados a base de una ignorancia menguante pero de todos modos inmensa. ¿Qué pasa si crecen y se dan cuenta de que todo ha cambiado pero todo sigue igual? Que la duda sigue siendo mayor que la certeza, que darían el brazo derecho por un libro, una web, un padre sabio que les detallara de qué va esto, aquello y todo lo que ni siquiera ha pasado; que las causas se mueven pero los miedos no abandonan. No sé qué pasará si alguna de ellas algún día viene y me dice que algo falla, que no se sienten bien, que intuyen que fuera todo va a otro ritmo más rápido, que las piernas no les responden y la cabeza se les embota. No sabré qué decirles si me confiesan que ellas también están hartas de fingir la sonrisa, de disimular la estupidez, de simular saber estar. Que están cansadas de aparentar pero no saben qué más pueden hacer ni a quién preguntar. Que ni siquiera conocen exactamente la pregunta, o intuyen que no existe respuesta. Si llega ese día y alguna de ellas me cuenta algo de todo esto, espero haber llegado hasta allí con la suficiente fuerza para poder fingir una sonrisa y decirles "eso no es importante, lo importante es que ha valido la pena".Pues bien, quizá ese día ha llegado y yo, ocho años después, aún no estoy preparado.