Los sonidos y las nuevas palabras van llegando a nuestra casa, pero con cuentagotas. De momento, las contamos con los dedos de una mano y no se puede decir oficialmente que ya hable. Por insistencia de su abuelo, el pequeño ya dice “abu” desde hace unas semanas. La nueva incorporación al escaso diccionario de mi hijo de tres años es “matxi”, de amatxi, refiriéndose a su abuela. Pero esta nueva palabra no está afianzada del todo y aún hay confusiones: a veces “matxi” se convierte en “patxi”, con el premio de más besos y abrazos que cuando lo dice bien.
Abu y matxi, dos sustantivos que abarcan a los cuatro abuelos, son ahora mismo un triunfo en casa y se repiten sin parar por teléfono. De pronto, al pequeño se le ha abierto un mundo, porque se ha dado cuenta de que sólo intercalando esas palabras en su discurso plagado de onomatopeyas y gestos puede hablar de la huerta del abuelo, de los juguetes de la amatxi o del pueblo y el gato de los abuelos.
El esfuerzo ha tenido su recompensa, pero ha dado pie a que los tíos tengan la esperanza de ser su próxima palabra: “Ti-o”. “tí-a”, “Tina”… ya todo vale. Pero cuando le vienen con esas, el enano les suelta un “matxi” (o “patxi” si ya se está terminando el día y las fuerzas escasean) una subida de hombros y un ‘no’ y lo da por zanjado. Bastante hemos progresado, no la vayamos a liar.
Desde hace unos pocos días, además, hemos subido un nuevo peldaño de la escalera del lenguaje y ya casi se sabe las cinco vocales. Con sus sonidos, su grafía y su animal de referencia para reforzarlo. Todavía la ‘o’ y la ‘u’ resultan confusas, porque mi hijo se lía abriendo más o menos la boca, pero sabe que la lección termina con la ‘u’ y por eso la mete en todos lados, deseando acabar pronto con la lección.
La clave de semejante avance ha sido, además de la insistencia de los abuelos, la promesa de una gominola con forma de pizza, esa que no se vende en todas las tiendas y que se ha convertido en moneda de oro en casa. Sí, yo también peleo para desterrar de nuestra crianza el recurso a los castigos, chantajes y premios, pero también soy una madre práctica y creo que una ayuda como ésta no puede venirnos mal. De hecho, y quizá pecando de atrevida, he empezado a enseñarle a dibujar circulitos que se convierten en la ‘o’, aunque acaben siendo pizzas coloreadas que después recorto y él mete al horno.
Tanto, que estoy reflexionando si estaba equivocada en mi visión del respeto: respetar los ritmos no es presionar, pero tampoco mantenerse al margen y dejarle hacer. Ahora me doy cuenta de que podría haber trabajado un poco más con él en este tema, quizá desde hace tiempo. Sin agobiar, sin forzar, pero probando de vez en cuando, no dejándolo al margen.
Puede que esta explosión expresiva de los últimos días sea fruto del trabajo que hace en el cole la logopeda, o que simplemente ha pasado más tiempo y ha madurado. Sea como sea, seguimos en la difícil tarea de reforzar e insistir con las palabras sin saturar ni agobiar, sin convertirlo en una tarea ardua. Una frontera muy difusa, la misma que se desdibuja entre el respeto y la no intervención.
¿Alguien tiene un consejo o una clave que nos ayude en esta tarea?