Los abusos sexuales han existido siempre, no son de ninguna manera un producto de la sociedad actual. En el pasado los derechos y necesidades de los menores no fueron nunca una prioridad, y los malos tratos físicos, el abandono o la explotación laboral o sexual formaban parte de la vida cotidiana de niños y niñas, y aún siguen machacando a la infancia de otros países y culturas.
Fue Freud el primero que sacó a relucir la elevada incidencia de los abusos sexuales a menores, aunque tal vez ante el revuelo que esta realidad podría crear se echó atrás, y consideró que estos recuerdos eran producto de la fantasía infantil. Sin embargo, desde los primeros estudios de Kinsey, se ha ido acumulando una abundante evidencia empírica que indica que un amplio porcentaje de menores, que suele estar comprendido entre el 10 y el 20%, sufren abusos sexuales en la infancia. También disponemos de abundantes datos que señalan las graves consecuencias emocionales que estos abusos tienen para quienes los sufren: vergüenza, culpa, miedo, estigmatización, pérdida de autoestima, depresión, tentativas de suicidio, etc.
En este momento esos efectos devastadores suelen ser bien conocidos por la mayoría de la población, que rechaza y repugna este tipo de comportamientos. Es cierto, que en épocas pasadas la sensibilización ante la gravedad de estos actos era menor, e incluso puede afirmarse que existía una cierta tolerancia hacia las relaciones sexuales con menores cuando se trataba de niños o niñas que habían llegado a la pubertad.
En ese contexto puede entenderse que bastantes adultos se implicasen en este tipo de actividades, de lo contrario difícilmente podría explicarse la elevada prevalencia que encuentran estudios retrospectivos. Y también nos ayuda a entender que incluso algunos de estos adultos reconociesen los abusos ante conocidos o incluso desconocidos. Es el caso de algunos escritores como Jaime Gil de Biedma, que en sus memorias “Diario de un artista seriamente enfermo” describe con mucho detalle sus relaciones con niños filipinos. Sin embargo, esta obra fue escrita en 1974, y los abusos cometidos mucho antes, por lo que aunque no sean justificables bajo ningún concepto, en su defensa se puede decir que cuando se escribió el libro estos actos no generaban tanto rechazo.
Sin embargo, el libro escrito por Fernando Sánchez Dragó en el que reconoce haber mantenido relaciones sexuales con dos menores japonesas de unos 13 años ha visto la luz en la actualidad, es decir, en un momento en el que el personaje conoce perfectamente la naturaleza depravada de sus actos. Por lo tanto, el que haya reconocido abiertamente los abusos e incluso se jacte públicamente de ellos nos indica de forma clara la catadura moral del sujeto. Y es que escuchando su justificación podríamos pensar que este anciano escritor vive anclado en el pasado y considera que los abusos sexuales a menores son incluso instructivos para ellos. Ahora ya conocemos uno de los motivos por los que Sánchez Dragó siente tanta pasión por Oriente.
Revista Educación
Sus últimos artículos
-
Las redes sociales como riesgo y oportunidad para el desarrollo adolescente
-
Creatividad y vulnerabilidad al like. o donde dije digo….
-
La vida transcurre entre los 10 y los 25 años o la plasticidad del cerebro adolescente
-
Malestar psicológico y creatividad: de las experiencias infantiles adversas a la originalidad innovadora