El otro día (el 25 de noviembre) al consultar las estadísticas de mi blog me quedé patidifuso viendo que había habido un tsunami de visitas.
En un momento había habido tres mil simultáneas. (Y en un par de días sumaron ocho mil y pico).
Busqué con inquietud más datos, y resultó que la entrada objeto de aquel "ataque" era una de agosto que ya dormía el sueño de los justos: "Piso en venta", y que aquel desaforado tráfico de visitantes procedía de "menéame".
¿Que qué es eso de menéame? Pues no lo sé muy bien. Un sitio web que tiene muchísimos seguidores y comentaristas (y un buen puñado de brothers-in-law) que cuando se fijan en una noticia, en una entrada de un blog o en lo que sea, lo "menean". Y vaya si lo menean. A mi entrada la han meneado pero bien. Demasiado.
Un sitio web pequeño y modesto como es este blog se ve de pronto petado a visitas, colapsado, y roza por un par días la gloria de... ¿la gloria de? ¡qué narices! Este blog ni tiene publicidad ni vive de las visitas ni ingresa ni un céntimo por ellas, pero reconozco que yo sí vivo (moralmente) de vuestros comentarios y de vuestro más que demostrado aprecio. (Ah, vanitas vanitatis).
Pues, hablando de vanidad, cuando vi esto fui a menéame (os he puesto el link más arriba) y comprobé con alegría (vale, y también con babosa autosatisfacción) que había muchos comentarios elogiosos. Creo que me hinché más de lo que me convenía. Qué tonto y qué ingenuo fui.
Porque los comentarios seguían apareciendo sin parar, hasta que entró el primer ¡zasca!: "El autor es un snob, pero los que comentan en el blog se llevan la palma". (Sí, amigos: os incluyen).
También había bastantes consideraciones de que el fin último de las viviendas es que sus usuarios vivan en ellas, de que cada uno es libre de decorar su casa como le parezca, etcétera. Pues naturalmente que sí; estaría bueno. Hasta ahí podríamos llegar. Yo nunca he pedido penas ni multas de ningún tipo para ninguno de estos propietarios. Lo que no me va a quitar nadie es mi afán de bocazas, de opinador, incluso de crítico. Pues también eso estaría bueno y también hasta ahí podríamos llegar. Eso sí: suelo ser educado, e incluso suelo tirar de sentido del humor, enfangarme lo menos posible e insultar muy poco.
Y ya, claro está, como no podría ser de otra manera, por fin apareció la palabra que todos estábamos esperando: gilipollas.
Soy un purista, prefiero la versión original con mención a Alfredo Kraus
en vez de a Luz Casal, pero dejo esta por el clarinete. Qué bueno.
"Un gilipollas se hace el graciosillo guay porque la gente tiene su casa como le viene en gana.
Esa casposa superioridad moral, bastante más casposa que cualquiera de esos muebles o decoración".
Bueno: se ve que esto es el precio de la fama. Lo asumo. No pasa nada. Keep calm and lo que sea. "Menéame me lo dio y menéame me lo quitó. Bendito sea su santo nombre".
Pero es que hoy uno de ellos ha entrado a comentar a mi blog con muy mala leche y mucho odio.
Yo no sé. A lo mejor ver que se meten con uno en una página ajena no ofende, y que vengan a tu casa a llamarte cosas sí. O a lo mejor es que lo que trasluce ese comentario es un odio y una animadversión dolorida y frenética contra toda nuestra profesión.
No soy yo quién para defender la profesión. (Además, una profesión que estuviera necesitada de mi defensa no podría estar peor, y la nuestra no está tan mal). Tampoco quiero contestar este comentario ad hominem, ni tampoco rebatirlo punto por punto. Se me hace aburrido. Además ir punto por punto sería darle demasiada importancia.
Sólo he pretendido poneros en antecedentes, y con ello he ocupado ya bastante espacio como para empezar ahora con una desaforada y desubicada defensa de nuestra profesión. No haré tal. Sólo me apetece decir tres cosas:
1.- El edificio conocido como Torres Blancas, diseñado por el arquitecto Francisco Javier Sáenz de Oíza, es una puta obra maestra, y quien no sepa apreciarla, allá él. Es una desgracia como no ser capaz de disfrutar del West End Blues de Louis Armstrong o del Suprematismo dinámico, 1916, de Malévich. Qué se le va a hacer.
2.- En mi artículo digo que esos pisos, que para nosotros son templos, para estas familias han sido sus hogares, y eso me llena de hondo respeto y comprensión. Creo que no he sido pretencioso ni prepotente. Casposo y gilipollas puede ser; cada uno es como es, pero he releído la entrada y tiene muchas menos burlas de las que creía recordar. Vamos, burlas burlas no tiene ninguna, y el tonito irónico es algo a lo que todos tenemos derecho. Estaría bueno.
3.- Ya he reconocido los excesos de nuestra profesión muchas veces. Creo que en general los arquitectos somos muy autocríticos con ella. Pero ya está bien. Ya es hora de poner pie en pared y decir "hasta aquí". Hace muchos años (yo era niño) era frecuente escuchar una explicación ignominiosa y brutal cuando un indeseable pegaba a su esposa: "Algo habrá hecho". Pues no. Esta vez no voy a usar una explicación parecida. Nos pegan a todos con odio y con saña, pero esta vez no me sale de la caspa agachar la cabeza, asumir la culpa y justificar la agresión. Esta vez no me sale decir el humillado y feroz "algo habremos hecho". No. Me arrogo el derecho de repetir que Torres Blancas es una reputísima obra maestra, y que gastarse más de un millón de euros (ahora con la crisis unos 800.000 €) en un piso que no te gusta y que llenas de muebles cutres y adocenados sí que es de... Bah, no lo digo.
Ya critiqué el edificio del Ruedo, y ahí hay un problema muy distinto. Los destinatarios no tienen medios de elegir ni de comparar, y hay fallos inaceptables por gente que no puede encargar muebles a medida, pero quien tiene un millón de euros tonto (bueno, ochocientos mil) para comprase un piso en Madrid tiene muchos, muchos, muchos pisos para elegir; y casi todos con todas las paredes planas. También tiene dinero para elegir o encargar muebles coherentes (ojo, que muchos de los muebles fotografiados en aquella entrada del blog son caros). ¿Por qué se lo compran precisamente en Torres Blancas para llenarlo de mesas con patas terminadas en garras de león y cojines con pompones?
Creo que la posesión privada de obras de arte está regulada en cuanto a castigar la intervención caprichosa en ellas. No estoy seguro. Pero pondré el ejemplo de un multimillonario que se compre el citado cuadro Suprematismo dinámico, que no le gusta absolutamente nada, y que lo arregle pintando flores, muchas flores, entre los cuadrados, rectángulos y trapecios. ¿No es suyo el cuadro?, ¿no lo ha comprado él con su dinero? ¿Es que no va a poder hacer con él lo que quiera? Pues hala, a cascarla. Y quien ose criticar la operación (ya sé que a muchos os gustaría y os haría mucha gracia, viciosos) es un sobrevalorado, un absurdo, un casposo y un gilipollas.
Nota.- En el rato que he tardado en escribir esta entrada, mi amiga Anarwen, Ana Espiral, etc, vamos, Ana, ha contestado a ese comentario en mi blog con una defensa de nuestra profesión. Con ello me defiende a mí y a mi entrada. Muchas gracias, Ana. (Claro, que se acaba de enterar de que va a ser la protagonista de un capítulo de mi novela Cortadle las alas, le ha hecho ilusión y está de mi parte).
Bueno. A ver si pasa la tormenta de menéame del todo, que yo creo que sí, que ya ha pasado, y vuelvo a estar tranquilito una temporada.
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