Deseo aclarar la confusa idea sobre el carácter objetivo o subjetivo de la belleza artística, centrando la reflexión en los casos donde la obra que la expresa ha permanecido oculta o ignorada. Pues entonces cabe preguntarse si la belleza es una cualidad de la obra a solas consigo misma, aunque nadie la contemple, o un atributo que la sociedad pone en ella cuando la descubre y aprecia. A primera vista la cuestión se asemeja a la de posibilidad de bellezas naturales en el universo antes de que la evolución creara sujetos capaces de verlas y estimarlas.
Se sabe que numerosas obras geniales del arte de la belleza no son reconocidas como tales en vida de sus autores y que, de vez en cuando, se descubren bellezas artísticas indiscutibles que permanecieron ocultas o despreciadas durante siglos o milenios. También se sabe que algunos artistas de verdadero genio creador fueron indiferentes a la estimación social de sus obras y a la aceptación estética de las mismas por el público o la crítica de los expertos. Estos artistas, cada vez más escasos en el panorama mercantil del mundo artístico, desprecian los gustos dominantes y, a solas con su personalísima concepción del arte, crean tipos de belleza solitaria que se incorporan a la obra y pueden vivir en ella por tiempo indefinido sin que nadie los contemple o valore.
Este fenómeno parece otorgar a la belleza artística la independencia o indiferencia de las bellezas naturales respecto al hombre. A diferencia de lo que ocurre con las normas morales, las leyes físicas y biológicas que han causado y mantienen la bella armonía de los paisajes, figuras y colores de la naturaleza no necesitan ser descubiertas por la humanidad, ni contemplados sus efectos por almas sensibles, para que aquéllas y éstos subsistan. La socialidad no caracteriza a las bellezas naturales del universo. ¿Sucede lo mismo con la belleza de las obras geniales de arte?
Para la teoría estética que puso la substancia del arte en las intuiciones de esencias inefables (inexpresables), y no en las representaciones de algo, existe una incomunicación entre la obra y su espectador, del mismo orden que la existente entre Dios y sus criaturas.
Sólo la vivencia mística de los amadores del arte podría hacer revivir la belleza artística de la esencia intuida en cada creación. El arte carecería de socialidad y las bellezas que produce podrían permanecer inéditas sin menoscabo de su grandiosidad. Un absurdo metafísico, derivado de la fenomenología de Husserl, que saca al arte del mundo de la representación.
La socialidad del arte, en los casos de obras ocultas o inapreciadas por la sociedad, tiene otra explicación mucho más coherente. El método consiste en separar el acto de la creación y el de la eventual contemplación, para analizar en el primero la procedencia de los materiales, formas, ideas, intuiciones y sensibilidades que el artista seleccionó a fin de componer o recomponer, en la unidad de su obra, otra visión del mundo más bella o certera que la ordinaria o la dominante.
Si la obra expresa algo inédito que la sociedad ignora o rechaza, cuando ésta lo descubre y admira se produce un doble reconocimiento de naturaleza social. La obra devuelve a la sociedad lo que el artista, aún el de genio más autónomo, tomó de ella en el momento creador. Pues no puede haber nada en su inspiración que no proceda de la experiencia de su vida personal en la Naturaleza y en la humanidad. Y la sociedad devuelve a la obra el sentido humano de la belleza solitaria que encerraba mientras permaneció escondida o incomprendida, haciéndola social. La necesidad de este doble reconocimiento explica que todas las obras geniales, incluso las originariamente comprendidas, no pertenezcan la época donde nacieron y que cada generación las complete, sin agotar nunca el sentido universal de su expresión.