Editorial Renacimiento. 69
páginas. Primera edición de 2010.
Ya he hablando aquí de Miguel d´Ors (Santiago de Compostela,
1946). En uno de los pequeños homenajes poético que últimamente hago en el blog
a media semana ya comenté que había leído tres libros suyos: La
imagen de su cara (1994), Hacia otra luz más pura (1999) y Sol
de noviembre (2005); y colgué unos cuantos poemas suyos (ver AQUÍ esa
entrada).
Este libro, Sociedad limitada (2010),
lo compré hace unos meses en la Casa del
Libro de Goya, en Madrid, pero no ha sido hasta ese otoño que me he puesto
con él. En realidad quería leer una detrás de otra las dos grandes novelas
argentinas de los años 90: El traductor de Salvador Benesdra y El desierto y su semilla de Jorge Barón Biza. Pero después me
pareció excesivo leer seguidas las novelas de dos suicidas y tomé de la
estantería este poemario de d´Ors para oxigenar tanta tensión dramática.
Sociedad limitada, al
igual que los otros poemarios que he leído de este autor, conjuga las formas
clásicas (versos de métrica reconocible, en ocasiones haciendo uso de la rima)
con una visión irónica, y en muchos casos desmitificadora del hecho de escribir
poesía; efecto que se consigue con el empleo en más de una ocasión de un
lenguaje coloquial; por ejemplo, podemos leer en la página 50 el siguiente
verso: “Bien miradas las cosas, es un churro de calle”, o en la página 21: “una
camisa comprada en las rebajas.”
Los poemas que más me suelen
gustar de d´Ors son aquellos en los echa la vista atrás y recrea algún recuerdo
de infancia o juventud, como éste:
DE MI NIÑEZ SILVESTRE
A mi hermana Paz
Aquel olor de heno recién segado,
en julio,
en los prados de «A Costa». La hierba se dejaba
extendida por cuatro o cinco
días,
que el sol de por Santiago la
secara,
para luego apilarse en el
palleiro
y aquel perfume iba creciendo,
iba
invadiendo callado nuestras
horas,
se adueñaba de los pasillos de la
casa,
del lavabo y la ducha, de los
juegos reunidos,
del rezo anochecido del Rosario
al borde de la hoguera donde se
consumían
los abecés del último verano,
y hasta a veces de noche se
infiltraba
en mis sueños, y en ellos
me desataba en un mundo de raras
peripecias
por otros prados y otros veranos
irreales.
Y hoy sé que iba metiéndome
también
de alguna forma inexplicable en
mi
futuro: esta mañana estaba aquí,
victorioso del tiempo y la
distancia,
y he vuelto a respirarlo, y ha
traído a esta página
la luz feliz y pura de mi niñez
silvestre
en los prados de «A Costa»
allá por el mil novecientos cincuentayfranco.
Una de los recursos que suele
emplear Miguel d´Ors en sus poemas es el de la referencia metaliteraria al
momento en el que se escriben los versos (como podemos observar en el final del
poema reproducido arriba). El poeta escribe el poema para retener un instante
vivido (un paseo por el campo, por ejemplo) y para hacer suya la belleza que
observa, normalmente en el entorno natural. Miguel d´Ors en la página 26
escribe un poema para celebrar la belleza efímera de una amapola, y con este
verso cierra la composición: “que va a quedarse en mí y en estos versos.” O
bien la metaliteratura le sirve a d´Ors para reflexionar sobre su propia
condición de artista y el paso del tiempo: “Con la edad uno aprende / a
fracasar y a hacer / de la resignación una poética.” (pág. 47)
Creo que en este poemario más en
que los anteriores (y si era así lo he olvidado) se puede observar en mayor
grado el interés del autor por la presencia de Dios: “en nuestro corazón –arcas
de Fe” (pág. 14), “del rostro del Eterno” (pág. 14), “la llama de la Fe” (pág.
44), “la mirada eterna de Dios” (pág. 51).
En un esclarecedor prólogo, el
propio d´Ors apunta que una consecuencia de llevar muchos años escribiendo
poesía es “la despreocupación por encajar el libro en el corsé de una
homogeneidad temática, tonal y formal.” Así en este libro nos podemos encontrar
“páginas graves con otras poco menos que disparatadas”. El poema Belinha
(págs. 14-15), una elegía por la hermana muerta, es quizás el poema más
solemne del conjunto; que puede convivir en la página 24 con una composición
humorística, jugando con la forma del haiku japonés:
A LA MANERA DE BASHO
Tantos jazmines,
tantos jazmines, tantos…
¡qué pestilencia!
Nótese, que pese a la intención
paródica, el haiku mantiene su estructura silábica clásica 5-7-5.
En el poema A dos sombras de 1874
(pág. 34) d´Ors, a través de la figura de uno de sus antepasados gallegos,
realiza un curioso homenaje a la poesía de Jorge
Luis Borges y su mitificación de un pasado de familia militar.
Como en las otras ocasiones que
me ha acercado a sus libros ha sido agradable volver a leer un poemario de
Miguel d´Ors, volver a poder disfrutar de esa mezcla de reflexión, recuerdo,
deslumbramiento ante la naturaleza y el uso del humor. He visto en las listas
de los libros más vendidos de poesía del ABC cultural que su nuevo libro, Átomos y galaxias, se encuentra desde hace
semanas ahí. Me alegro, y espero que este poeta llegue a un público cada vez
más amplio (si en algún sentido se puede considerar amplio al público de la
poesía). Dejo aquí algún poema más del libro:
DÍAS FELICES
Aquel apartamento de alquiler,
embaldosado y frío como los
mataderos.
Hacia las cuatro y media el sol
se me ponía
detrás de aquellos patios
desconchados
de cuadro hiperrealista.
Y los 1.800 marroquíes
del tercero. Que Alá no les
perdone
aquellas noches de jamalajá
que me volvían musulmán pasivo.
(En la cocina el grifo,
desvelado,
goteaba y goteaba, contando los
segundos,
las horas, las semanas que me
faltaban para
volver al Norte y a mi vida).
Pero
qué extraña beatitud
cuando, ya anocheciendo,
regresaba
del trabajo, encendía, sin
quitarme el abrigo,
a máxima potencia aquella estufa
prestada y, apretando contra
ella,
volaba con la orquesta de Glenn
Miller.
REGRESO AL «SAVOY»
No necesito los superbi colli
que meditaron otros, ni los
mármoles
ilustres arrasados por la edad,
ni el recuerdo de Itálica famosa:
me basta lo que queda del
«Savoy»,
aquel café de espejos infinitos
-Plaza de la Herrería- donde
tantos
helados de turrón tomó mi
infancia,
para saber que todo está llamado
a la ceniza, que estos ojos míos
que hoy miran estos muros
claudicantes
pronto se reunirán con ellos, que
lo que aquí se hunde no es sólo
el «Savoy»:
es mi infancia, mi vida, lo que
soy.