Revista Opinión

Sociedad zombi

Publicado el 26 agosto 2019 por Jcromero

El poder, en el nivel que se quiera, necesita de personas sumisas o incapaces de preguntarse nada. Las organizaciones políticas, como las sociales o religiosas, prefieren adeptos y fieles contumaces que no duden ni hagan autocrítica. ¿Discrepancias? Si fuera necesario, las mínimas e indispensables para ofrecer una apariencia de pluralidad. Al fin y al cabo, todo poder anhela una uniformidad carente de conflictos.

Pilar Alberdi publica un artículo en El Cuaderno donde esboza el porqué del actual auge del neofascismo. Lo hace bajo el elocuente título de Un mundo de obedientes y apoyándose en escritos de Hannah Arendt y Tzvetan Todorov. En él recuerda que el nacionalsocialismo contó con la colaboración de los mediocres, de esos que gustan "de una cierta teatralidad, una exuberante puesta en escena, la admiración ciega por el poder, el escándalo, el sucio juego de las palabras emponzoñadas que bailan los necios al compás que marca el autoritarismo de turno". ¿Verdad que cualquier parecido con la actualidad es mera coincidencia?

En el referido artículo se distinguen tres prototipos de conductas sociales: la del irreflexivo, la del mediocre y la del obediente. El irreflexivo elude todos los problemas posibles y transita por la vida sin inmiscuirse más allá de sus propias narices o de sus círculos de acción más próximos (familia, trabajo, amigos o conocidos). El mediocre, del que ya se ha apuntado algún rasgo, carece de criterio propio y opta por dejarse llevar por la opinión mayoritaria, procediendo como un autómata programado para no complicarse la existencia. El obediente, asume lo establecido, lo que se dicte y siempre lo conveniente para eludir los sinsabores y contrariedades que sufre el contestatario. Concluye Alberdi: "Sería interesante pensar que la gente actúa así porque no tiene conciencia o suficientes conocimientos, pero no, al contrario: actúa así por conveniencia, no tiene interés en buscar información que le aclare los hechos, y es esta conveniencia, este primitivo deseo de supervivencia, lo que le hará aceptar como válida cualquier solución a un problema que se presenta como definitivo".

Comparto esta percepción aunque con matices. Verán, con la proliferación de medios informativos y con tantos canales de información recurriendo a elementos espectaculares y confusos para buscar la eficacia inmediata, no resulta fácil rastrear lo interesante y certero o aquello que invite a pensar y a formar criterio. En teoría disponemos de herramientas e información suficiente para conocer la realidad en la que vivimos, para razonar adecuadamente y para proceder en consecuencia. Sin embargo, todas estas posibilidades se quedan en el plano teórico cuando internet, que es la vía de comunicación más usada, está condicionada por algoritmos que además de rastrear tus huellas-lejos de señalar a los manipuladores y a los responsables de este guirigay- filtran, exponen y ocultan al usuario una ingente variedad de mentiras, verdades y tergiversaciones. No, no resulta fácil descifrar las claves secretas de la información.

Si el control mediático y la censura de los regímenes totalitarios atenta contra la libertad y la dignidad de todos, la saturación informativa tiene efectos secundarios al colocar al ciudadano en una situación de aturdimiento ante el alud de datos, en ocasiones contradictorios, y de información casi siempre sesgada. Este continuo flujo hace complicado distinguir la información del rumor o las certezas de las mentiras y, en consecuencia, facilita el triunfo de la polarización, de esas políticas identitarias que señalan al otro, al diferente o al inmigrante, como enemigo.

En fin, les dejo unos versos de Pedro Pastor, cantautor al que le han cancelado un contrato por divergencias ideológicas, ¿o tal vez por pensar y hacer pensar?, o por escribir y cantar que: "Se ha quedado una tarde preciosa / para pasear por las conciencias,/ queda mucho que tragar/ parece que esto no va a reventar,/ pero revienta..."

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