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Sociego

Publicado el 23 septiembre 2014 por Pablo Ferreiro @pablinferreiro
Lola se despereza, una luz intrusa corta su cara en dos. Siete días lleva sin salir a la calle, el sweater manchado combinado con una bombacha grande y medias con talones gastados no puede significar otra cosa. Arrastra los pies, toma su desayuno en la cocina, magro café instantáneo con galletitas de agua y ahí recuerda que Rolo no está. Rolo panzón, peludo y cariñoso, Rolo presente, cumplidor, atento. Lola ya superó el hecho de que no duerma más con ella. Antes de desaparecer él ya prefería la comodidad incomoda del silloncito del living, pero en el desayuno tenían el primer contacto del día. ¡Ay desayunar con Rolo! Hoy Lola no saldrá tampoco, el teléfono apagado, la computadora también,  hoy solo será alguna película de Julia Roberts y la cama, mañana verá. Tal vez mañana  Rolo vuelva a aparecer o tal vez esa angustia que le tapa el pecho se transforme en el ardor de la desesperación por buscarlo.
Felipe limpia la prestobarba, olvidó reponerla cuando bajó a comprar cigarrillos, será otra lucha que terminará con ardor, cortes y cara de culo. Tiene la cabeza en otro lado, ese otro lado es Armando, su hermano, muerto en un accidente de tránsito. Imposible sacar la búsqueda de justicia de sus ojos, como también el momento en que el Polara gris embistió al pequeño Armando para después darse a la fuga. Juan Cruz le toca bocina y lo saca de la ensoñación, Felipe sale con un nudo de corbata a medio hacer y sube al auto, mira su teléfono sin mirar no cree que nada hoy vaya a cambiar lo que siente.
Otro día más, otra demente que amenaza matarse, otra vez Felipe al rescate. Esta es nueva, los nuevos son mejores, se los puede sacar de su estado, los que llaman hace años están perdidos. Ya lleva cuatro años en ese trabajo, atender suicidas por teléfono es más fácil que tener un consultorio propio y se ganaba bien. Había escuchado de todo, gente que creía que un fantasma lo perseguía, ágora fóbicos que pasaban hambre hasta mujeres con novios imaginarios, ¿pero querer suicidarse por un gato? ¿Qué quedaba para él? Esta pregunta lo atemorizaba,  uno no sabe cómo la mente puede jugarnos una mala pasada.
El muchacho logró tranquilizarla, es la primera vez que Lola llamaba un lugar así, en esos momentos avergüenza pedir ayuda. Es vergonzoso admitirse loco, no ver que la vida tenga sentido. El caso de Lola era aún peor. Un gato, la falta de un gato, de Rolo era el motivo. En realidad lo que ella no veía y se hacía presente con sólo verla dejada y derrumbada era que el verdadero motivo era la soledad, pasar demasiado tiempo en la cabeza hace daño. El hombre que la atendió tuvo el poder de relajarla desde que le dijo que se llamaba Felipe. Lola cambió el animo, cuando uno se desespera se aferra a la minima esperanza, a ese mal que Prometeo logró dejar dentro de la caja de Pandora. Empezó a depilarse otra vez, se desenredó el pelo, imbuida en la limpieza se encontró con veinte pesos debajo de la cama. Se pintó los ojos y prendió la computadora, puso música y empezó a buscar: “Felipe + suicida”, “Felipe + psicólogo + suicida”, “Felipe + locos + suicida + Buenos Aires + gato”. Nada sucedió, navegó la página de atención al suicida y cuando se aburrió se sacó la peineta y volvió a ponerse pantuflas. Citó a Unamuno en Twitter y cambió el sentido de la búsqueda: “dolor en el pecho + puntadas en el cuello”, “temblores  + dolor en la panza + diafragma cerrado”. Tomó un cuchillo y volvió a llamar para escuchar la voz de él.
El psicólogo está acostumbrado a declaraciones rimbombantes, la declaración de amor es una de ellas. Lo enterneció un poco, pensar en el amor en un momento en que alguien está al borde de la muerte es estar muy cerca de la cura. ¿Pero qué le pasaba a él? ¿Podía seguir  con la idea de la justicia sobrevolando su cabeza pero sin accionar ningún tipo de solución? ¿Habìa soluciòn posible para Armando? ¿Podía seguir en el aire, suspendido? Decir yo también a la declaración  rozaba la falta de profesionalismo, que lo echen, que le quiten la matrícula. Que mas dá, pensó en un rapto de inconsciencia que lo emulaba a Emma Bovary. Le dio su teléfono y esperó tirado en su cama el primer mensaje de Lola. Lo excitaba la idea de cierto anonimato, aunque en el fondo sabía por defecto profesional que todo sería en vano, que no llegaría a nada, que Armando seguiría muerto.
Lola estaba renovada. Su belleza que tantas alegrías le había dado, había vuelto a florecer en forma de sostenes tirantes y aretes enormes. Radiohead le cedió el lugar a Juan Luis Guerra. Las primeras charlas, los contactos por redes sociales, los emoticones que no alcanzan a decir lo que las palabras tampoco pueden.  La aparición en cada foto de un morocho interesante como Felipe, incentivaba el contacto en espera del primer contacto real y efectivo. Ella había vuelto a escribir, en este caso una novela, las molestias físicas cesaron y Rolo era un recuerdo lejano que era recordado como un amor de primario. Las flores en primavera estaban hermosas, todas las canciones hablaban de Felipe, hasta los imitadores de la radio le parecían graciosos. Habló con sus amigas a quienes recuperó después del colapso, fijó el domingo siguiente a su cumpleaños para el encuentro.
Los sueños con el Polara Gris cesaron, la mujer de pelo negro corto, curvas aventureras y sonrisa cansada acompañó las noches de Felipe.  Cada conversación era épica, él cuidaba los modos, cada tanto ponía algún comentario picante, dedicaba cada momento en Internet a formar una imagen para Lola. Le preocupaba mucho como ocultar un granito inoportuno que se presentó con cuatro días de anticipación al domingo señalado. De estar en una nube de nada pasó a estar inmerso en el amor, vivía distraído, tanto que un tipo se mató con él al teléfono, lo despidieron. No importaba, ahí estaba Lola para decirle que èl era el mejor.
El primer encuentro abundó en silencios, ninguno admitió el aburrimiento y solo se sintió satisfecho cuando llegó a su casa e intercambio mensajes con el otro. De ahì en más cada encuentro fue planeado con meticulosidad, cada vez más esporádico y cada vez más parecido a una visita higiénica. Con el pasar de las semanas el recuerdo del primer encuentro fue adquiriendo características dignas de un poema de Homero. Ellos lo sabían, pero seguían escribiendo te amos vacíos. Ambos tenían miedo de volver a su estado anterior, su vida pendía del fino hilo del las comunicaciones y la distancia.
Cumplieron un año y sus fantasmas con ellos, lo que se podía hablar ya estaba gastado. ¿Cómo podía mantenerse algo así? La solución fue sencilla: ser otras personas. Así cada año o cada vez que se cansaban cambiaban su personalidad, sus gustos, sus perfiles, su forma de verse. A veces se confundían y las charlas parecían de locos. Pero Lola y Felipe lograron, a su manera, vencer a la soledad. Yo dudo de que sigan siendo Lola y Felipe, tal vez sus cambios virtuales los han vuelto otros en la realidad. Tal vez esto que estoy contando no tenga sentido de ser contado, tal vez he llegado tarde y he caìdo en una de sus imposturas. Tal vez yo mismo no estoy escribiendo lo que me gustarìa escribir y me estoy haciendo pasar por otro. Tal vez soy Felipe, tal vez soy Lola o tal vez soy los dos.

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