Le encanta zambullirse en la vida y asomarse a la de los demás, de puntillas, de prestado y de reojo. Con afán de experimento sociológico, que diría la Milá. Meterse en una de las cafeterías pijas de la Gran Vía y espiar a los adolescentes de otro planeta –de Extramuros, sí- pero de otro planeta al fin y al cabo. Con sus idiomas, sus gestos, sus tortitas. Volver de vuelta en el metro y escuchar conversaciones ajenas.
Le dirán que eso no es sociología, al menos no de la buena, que eso es cotillear. Pero a la Milá no le ha ido nada mal y ya prepara, si no se descuenta, la XV edición de Gran Hermano con la copla de la sociología del endredoning. Le está quedando una columna muy demagógica muy de barrio rico, barrio pobre. O muy Millás, según se mire. Y no es lo que pretendía, la verdad.
Pero casualmente en ambos lugares, y en periodo Navideño, escuchó conversaciones sobre la conveniencia o no de devolver los regalos. Tras una ruptura. Y le sorprendió la conclusión: los regalos no se devuelven. Y punto. A menos que se trate de una joya valiosa de herencia familiar. Aquí las distancias comenzaban a hacerse notar. Pero llegó a su destino. Y la sociología tuvo que esperar.
Llega a casa y puede comprobar que la vida real deja su impronta digital. Y, por ende, las redes sociales también andan un tanto desanimadas. LinkedIn, la red profesional más grande del mundo -con 5 millones de usuarios en España y unos 259 a nivel global- ha publicado recientemente la lista de términos con la que tratamos de hacer más vendible nuestra marca personal.
En tan sólo cuatro años, los españoles hemos pasado de describirnos como expertos, a creativos el año pasado a ser responsables, estratégicos y efectivos en este funesto 2013. Igualito que un laxante, oiga.