Revista Opinión

Soledad

Por Sstucchi

Soledad
Definitivamente algo había cambiado. No podía precisar qué exactamente, pero ya no era el mismo. La lenta progresión del proceso no le permitía precisar el inicio, y por tal motivo no había sido capaz de reaccionar ante los imperceptibles cambios que se habían estado dando. Pero con el tiempo, ya no cabía duda alguna. Hace no mucho las cosas iban bien, no todo por supuesto, pero el balance podía calificarse como positivo; la mayor parte de aquello que siempre había anhelado lo tenía, poco había por esperar. Pero ahora su existencia misma estaba en cuestionamiento, lo que era agradable se tornó desagradable y lo satisfactorio devino en insatisfactorio. Aunque el comienzo había sido muy sutil, al punto del no reconocimiento, de todos modos había hechos que podía recordar. Quizá episodios de inexplicable angustia, que en su momento fueron relacionados a eventos otrora anodinos, en un intento muy humano por explicar lo inesperado. Quizá la aparición repentina de preocupaciones por temas que hasta poco tiempo antes no hubieran causado en su conciencia más impresión que el de un diálogo de aquellos fácilmente calificados como discusiones bizantinas. Quizá una sensación muy leve pero paradójicamente abrumadora de náusea, pero no la náusea rápidamente progresiva que desencadena el vómito y se ve totalmente aliviada por éste; no, era una náusea, por explicarlo de alguna manera, difusa, corporal, una náusea que invadía todo su ser, una náusea vital. De ahí al alienamiento de lo cotidiano que lo embargaba ahora, ya en forma casi continua, no transcurrió mucho tiempo. Era todo lo que podía recordar y narrar con palabras medianamente inteligibles.
En realidad, la vida le había venido anunciando este cataclismo, recién ahora le quedaba claro. Recordaba ese episodio acontecido siendo niño, cuando súbitamente y en cuestión de segundos, el mundo se le tornó inexplicablemente extraño, en medio de una reunión familiar. Veía a todos como siempre, los escuchaba, los reconocía, interaccionaba en forma aparentemente normal, al punto que nadie notó cambio alguno en él. Pero algo no andaba bien. El entorno se le presentaba sin modificaciones objetivas, pero subjetivamente distinto; quizás la descripción más aproximada para tal situación fuese el ver las cosas como si hubiese sido transportado a una realidad paralela, en contacto íntimo con la nuestra, pero con una suerte de cortina infranqueable, invisible e intocable, pero monstruosamente real, pero real solamente para él. Sus acciones, su discurso, su sonrisa y hasta sus propios pensamientos le parecieron mecánicos, enajenados de su ser esencial, como si de una patética actuación se tratase.
Tan angustiante vivencia no duró mucho, afortunadamente, pero su desaparición no lo dejó incólume. Pensamientos totalmente nuevos invadieron su mente; mientras los otros niños dedicaban su tiempo a los estudios escolares y a los juegos, él quedó ensimismado en divagaciones filosóficas acerca de su propio ser y de los demás. Lo que era reconfortantemente seguro dejó de serlo, lo que tenía por tranquilizadoramente evidente no lo fue más. Partiendo de la imposibilidad de verificar en forma absoluta la existencia de los otros, llegó a la desoladora posibilidad de estar completamente solo en el mundo, rodeado únicamente de espectros engendrados por su imaginación anhelante de compañía. De poco sirvió confesarle tales razonamientos a su padre, pese a su bien intencionada refutación. Solamente el tiempo atenuó la angustia. Pero sólo parcial y temporalmente...

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