Es curioso lo presuntuosos que somos los del primer mundo: nos creemos el ombligo del universo y actuamos como si de verdad lo fuéramos. Nuestro sentir, nuestro pensar, nuestra crisis…, son el sentir, el pensar, la crisis… de toda la humanidad. El pensar, el sentir, la crisis de las otras dos terceras partes de la humanidad no tienen importancia y nunca han sido globales. Los problemas pasan a ser globales cuando empezamos a sentirlos en nuestras propias carnes nosotros, los del primer mundo.
Resulta que desde el año 2007 el mundo está en una crisis global, porque hay gente en Occidente, en nuestra Europa, en nuestra España, en nuestro entorno más cercano que empieza a pasarlo mal. Y protestamos y nos quejamos: “Este mundo no funciona”. “Este sistema va mal”. Obviamos que desde siempre este mundo ya iba mal, que este sistema no funcionaba para más de las dos terceras partes de la humanidad; que millones de niños mueren y morían por falta de comida, debido, entre otras cosas, a los precios abusivos que el primer mundo les imponíamos. Pasamos de largo la multitud de personas que viven y han vivido en campos de refugiados expulsados de sus tierras huyendo de las guerras que, entre otros motivos, las fomentamos el primer mundo, vendiéndoles las armas que nosotros fabricamos.
Pero estos problemas no eran globales, y no lo eran simplemente porque se quedaban allá, muy lejos, o acá muy cerca. Quienes padecían esos problemas eran los pobres, los que no sirven sino para subsistir: “Ellos se lo habrán buscado”—decíamos—. Lo máximo que experimentábamos, cuando nos enseñaban por la televisión “imágenes de mal gusto”, es que algo se nos removía por dentro. Y entonces se nos ocurrió, para acallar nuestras conciencias, desempolvar la palabra SOLIDARIDAD… Y organizamos maratones para que los bancos y empresas pudieran deducirse de sus impuestos y los que tenían más pudieran limpiarse su corazón dando de aquello que le sobraba. Aunque, como siempre pasa en estos casos, también había personas —y esas seguirán existiendo siempre— que, como la viuda del Evangelio, daban y seguirán dando parte de aquello que ellas mismas necesitan… Esas personas hacen cambiar la mirada y mantener la esperanza en un mundo más justo para todos.
Ahora, con la crisis del mundo occidental, el problema es global: ahora sí, porque nos ha tocado a los intocables. Ahora necesitamos de otros, de los más ricos y reclamamos la SOLIDARIDAD para con nosotros. Pero la SOLIDARIDAD es sólo… solidaridad y los ricos no están dispuestos a perder prebendas ni beneficios, del mismo modo que nosotros no queríamos perder más de la cuenta ayudando a los más desfavorecidos.
Y pedimos —¡exigimos!— a Alemania y a los bancos que tengan SOLIDARIDAD —¡y hasta JUSTICIA!—, pero los países y los bancos se vuelven para sí mismos y nos acusan a los que menos tenemos de aquello que nosotros acusábamos a los que se morían de hambre o se mataban a tiros: “No sabéis administraros, ni sois capaces de crear riqueza”. Les llamábamos parásitos, como ahora nos llaman quienes tienen los recursos para solucionar la crisis: “…porque mientras hay agricultores que se pasan el día en el bar…”
No es justo que Europa esté pasando esta crisis, pero más injusto es que dos terceras partes de la humanidad esté pasando hambre desde hace mucho, muchísimo tiempo. Y no es SOLIDARIDAD lo que se ha de reclamar, es JUSTICIA, y, ojalá esta vez sí, se reclame una JUSTICIA que sea GLOBAL y para todos.