Hace días que me ronda una idea, un pensamiento oscuro. Es sólo una intuición, pero de tantas vueltas que le doy, está tomando forma. Tengo la secreta convicción de que estamos en crisis. Lo intuyo a cada paso cuando ando por la calle, por el supermercado, cuando cruzo una galería comercial de una avenida a otra para ganar tiempo, cuando me sorprendo mirando al suelo para no pisar a ningún indigente, uno en cada esquina, como las estatuas de las Ramblas, siempre ahí, con la palma de la mano hacia arriba o aguantando un vaso de plástico donde echar monedas, cuando miro las bolsas de papel ajadas, que un día fueron nuevas, con la comida del día hecha en casa, el do it yourself del día a día, cuando miro de reojo las pilas interminables de diarios y revistas en los quioscos listos para devolver a la imprenta al final del día. No sé… Es una intuición.
No sé… Es una intuición. Tanta ansiedad como nos genera el haber dejado de ser nosotros mismos crea adrenalina. Para desfogarnos nos vamos a la guerra, también periódicamente como las crisis, a democratizar lo que se ponga por delante a bombazos, a democratizar nuestra crisis y nuestros valores que ya no son nuestros, son de otros, y diluirla en el mar o mezclarla con la arena del desierto a ver qué crece.