Revista Opinión

Sólo literatura

Publicado el 13 enero 2016 por Lulesi

bescansa

(Basado en un relato de Manuel Vicent)

Estaba en la terraza de un bar leyendo el periódico y de pronto se enteró de que había habido elecciones generales pero él no se había enterado de nada, porque el acordeón sonaba igual y las noticias del periódico eran exactamente las mismas.

Algunos diputados eran imputados por asociación criminal, alguien había grabado a otro alguien triturando documentos reveladores de una contabilidad en B y un ministro revelaba que tenía un ángel de la guarda particular cuando iba a aparcar su vehículo. El músico indigente continuaba tocando y el sol de enero brillaba sin calentar.

Comenzó a sospechar que algo raro había sucedido cuando en el televisor de la terraza cubierta, vio a una diputada dar el pecho a su bebé en su asiento parlamentario, mientras otra jugaba al Candy Crash en el suyo de la  vicepresidencia.

Después vio a un tipo sin corbata, apoyado en el escaño de otro muy encorbatado, con cara de empleado de Banca en excedencia, debían de estar pactando como repartirse algo, pero no le importó demasiado porque parecían el mismo diputado en dos personas distintas.  Todo era tan igual, tan normal, que aquel hombre siguió tomándose el aperitivo en aquella  terraza,  una mañana de enero, bajo los árboles fríos y dorados.

En la terraza había parejas jóvenes con niños y un caballero con aspecto de militar retirado observaba atentamente cómo en el alcorque de una acacia defecaba su perro. A fin de cuentas, el cambio  de parlamentarios,  era algo tan lampedusiano, como la caca de un perro: “Que  cambie algo para que nada cambie”.

Pensó sobre el tiempo que había pasado en la anterior legislatura  y se llevó una sorpresa al comprobar que de los últimos cuatro años  solo recordaba una acción abortada de rodear el Congreso,  los siete colores del arco iris y la espuma de la cerveza  que en el verano se había tomada en la playa.

En ese momento alguien se acercó a pedirle fuego y después de prender el cigarrillo, le preguntó: “¿Se sabe ya quién va a ser el próximo presidente?”. “Todo está pactado y bien pactado”,  le contestaron. Consúmmatum est.

Cuando el músico mendigo cesó de tocar el vals con el acordeón, le tendió una lata de cerveza  pidiéndole limosna y el hombre le entregó una moneda acuñada con la efigie de un rey, cuya hermana se sentaba en banquillo judicial esos días.

A su alrededor sucedían estos hechos curiosos, aunque, en realidad, la única prueba de que había habido elecciones era que un señor con barba, con acento gallego, ya no se sentaba a leer el “Marca” en un despacho con banderas y escudos de algo indefinido, con sabor a lentejas, a lo que llamaban “la patria”.


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