Alexey Lébedev declaró su homosexualidad y llovía. Y la lluvia golpeaba el asfalto de Moscú el día que Alexey Lébedev supo que no jugaría la Copa del Mundo. Con resignación, encendió el último cigarro que habitaba en su pitillera.
Con cada calada, repasó cada uno de los movimientos que habían situado a su persona a estar llorado en medio de un pasillo. Y no supo ver qué dolió más: la injusticia de quedarse en casa o el hacerlo sin una llamada de explicación.
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