Revista Arte
Sólo para el primero la gloria, engañosa, del laurel, o cuando el premio necesitado nos acucia.
Por ArtepoesiaSegún cuentan las historias, el gran poeta latino Virgilio (70 a.C.- 19 d.C.) ya en su lecho de muerte, justo antes de expirar, le rogó al emperador Octavio César Augusto que destruyese su obra épica La Eneida. En ésta había relatado la gesta mitológica de la creación de Roma -basada en la tradición homérica-, y siguiendo además así los propios deseos del César. En ella cuenta cómo el héroe troyano supera los viajes hasta llegar a Roma, y cómo termina por conquistar las tierras y los pueblos que acabarán formando, con los años, el gran imperio latino. Así, en uno de sus libros, describe Virgilio el momento en que el héroe Eneas, ya en tierras italianas, decide celebrar unas gestas donde compitan y luchen sus hombres.
El poema virgiliano, resumido y adaptado, dice en una ocasión: Así que ánimo, y celebremos todos alegre ceremonia: invoquemos a los vientos... Dispondré en primer lugar un combate de las naves más veloces; y además, el que valga en la carrera a pie, o el que osado de fuerzas llegue más lejos con la jabalina y las rápidas flechas, o el que se anime a presentar batalla en la dura lucha con los puños; acudan todos, y aguarden el premio de la merecida palma. Se disponen, así, cuatro naves a partir en la ensenada donde Eneas las observa. Al final, cuando van llegando, después de una lucha enconada, el poeta continúa: Unos temen perder una gloria ya propia y un premio ya ganado, cambian su vida por la victoria; a otros el éxito les alienta: pueden porque creen que pueden. Cloanto, uno de ellos, es el vencedor. Sigue el poema de Virgilio: Entonces Eneas a todos convoca, y con la gran voz del heraldo vencedor, proclama a Cloanto, que con el verde laurel recubre sus sienes.
Todo va al ganador. Desde la más ancestral historia de los seres humanos, la emoción de la victoria se ha asociado a la supervivencia y a la lucha. Pero, es más que eso, es una sensación de plenitud y de justificación que nos eleva por encima de nuestras propias miserias. Se inicia ya en la infancia más precoz, cuando lloramos con más fuerza y resonancia para atraer la vida que queremos. Luego, cuando queremos ganar la pareja que, siguiendo nuestra llamada genética, necesitamos como lo único que, así lo pensamos, existe en el mundo. También, después, cuando arrebatamos a los demás lo que creemos que es nuestro, que es justo que es nuestro. Más adelante, incluso, cuando, desesperados a veces, urgimos a la vida que nos rodee de triunfos, aclamaciones, orlas, aplausos y guirnaldas. Y esto es así porque ya no podemos vivir sin pensar que no hemos dejado de ser aquel niño indefenso, desamparado, precario y expuesto a las fuerzas telúricas del mundo y de los otros.
Sólo el estímulo de las Artes y de la recreación cultural que ésta nos obliga nos salva. A veces, sólo a veces, nos salva de la urgencia de ser el primero, de la ineludible querencia de ser el primero. El único, el que solamente saboreará así las mieles de los laureles colocados en nuestra cabeza. Unas veces en público, pero, también, muchas, con sólo nosotros mismos, porque somos al único que no podemos engañar. Las burlas y la impostura del premio mal ganado sólo sirven al que busca la recompensa material. Hay otra que no requiere orlas ni laureles, que no busca testigos, ni siquiera papeles, sólo la certeza de haberlo logrado; de, por fin, haber conseguido llegar a lo que nos urge alcanzar, irracionalmente casi, para demostrarnos a nosotros que somos, que seguimos siendo, algo más que lo que somos.
(Óleo del pintor barroco holandés Ferdinand Bol, 1616-1680, Eneas en la corte de Latino, entrega a Cloanto la corona ganadora de la carrera de naves, 1661, Amsterdam; Cuadro del pintor británico Frank Bernard Dicksee, 1853-1928, Victoria, un caballero es coronado con una corona de laureles, siglo XIX; Grabado de un relieve griego de los antiguos corredores helenos; Óleo del pintor impresionista francés Claude Monet, Las Barcas, regatas en Argenteuil, 1874, Museo de Orsay, París.)
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