En mi querencia, llevo muchos años defendiendo la honestidad como principio generador de las relaciones humanas, aunque soy consciente de que no puedo implantarla por decreto. No obstante, hago por conseguirlo y el presente artículo quiere ser otra prueba de ello.
En “Documentos TV”, el programa de La 2, he podido ver el reportaje “La industria de los expertos”, todo un alegato contra esta inflación de seudoexpertos de todo tipo que nos inunda y que se ha convertido en una profesión para muchos avezados en el cuestionable arte del parecer sin ser.
Es indudable que no existirían tantos expertos como hoy pueblan nuestro alrededor sin la necesidad que parece tenemos todos de ellos. El experto vive de la demanda social de su magisterio, aunque este frecuentemente sea un misterio. Vender gato por liebre no es honesto y todavía menos cuando de lo que se trata es de ilusionar al personal garantizando la felicidad gratuita.
El mundo del Coaching o del desarrollo personal y profesional está rebosante de aspirantes a expertos que se imaginan poblando las estanterías de las librerías de los grandes almacenes de medio mundo o dictando conferencias internacionales ante auditorios multitudinarios. En su sueño nace el engaño para los demás, pues alcanzarlo es tan difícil que para llegar buscan el camino más fácil, que no es otro que decir lo que otros quieren escuchar pese a su falacidad.
De todas, quizás la encomienda que más asiduamente manejan estos expertos en sus intervenciones es la del éxito, destino por todos buscado y solo por algunos encontrado (dar con la clave es la cuestión y si alguien me la descubre, a él lo trataré como a un dios).
Pues bien, no hay recomendación experta para el éxito que se precie que no integre lo del… “querer es poder”, claro está, aderezado de los más variados juegos de artificio que suelen convertir la realidad en un “disneyano” mundo de fantasía e ilusión. La simple reducción de la consecución de nuestros deseos al hecho de tenerlos vende tanto en la actualidad por cuanto desear es gratuito y lo regalado no tiene competidor en el contemporáneo mercado de la indolencia permanente vacacional.
Cualquiera puede llegar a triunfar como experto ante los más variados foros si el centro de su discurso se sustenta en el bálsamo de fierabrás que contiene la mágica fórmula del tener sin hacer, pues precisamente el hacer es lo que a todos nos cuesta hacer.
El poder no es solo una cuestión del querer dado que la voluntad, sin estar acompañada del tercer eslabón de la cadena que es el hacer (que incluye el llegar a saber), deviene en ilusoria esperanza en un destino que siempre nos será escrito de no conseguir hacerlo nosotros.
Y a quien probablemente no le hayan gustado mis palabras, solo tiene que pensar que yo en esto no soy un experto…
Saludos de Antonio J. Alonso