¿Cabe mayor terror para un hombre que vive en un mundo bitono que descubrir a su lánguida hijita convertida en starlette del porno duro?, y más allá ¿existe una manera superior de completar esa oscura fantasía autopunitiva que el hecho de que esta se entregue voluntariamente a las variedades más sórdidas y degradadas de la espectacularización sexual?. Esto es Hardcore (parafraseando la gloriosa canción de Pulp), no una pesadilla, sino la sublimación brutal de los deseos más profundos y escondidos de castigo. Jake Van Dorn (que no deja de ser un alter ego enfermizo del director) ha fracasado como marido y padre, como hombre de acuerdo a su escala de valores. Por lo tanto se merece esta ordalía, la necesita para probarse y encontrar de nuevo el camino.
La experiencia vital del propio Paul Schrader es clave para la misma naturaleza de esta película tan profundamente autobiográfica, no ya en cuanto a tomar detalles y vivencias de su propia infancia y juventud calvinista, es ya un tópico recordar que no vio una película hasta la mayoría de edad, sino como puro exorcismo ideológico, que batalla crudamente contra un objetivismo moral implantado por ese mismo ambiente, por la presencia de una religión de aplastante pesimismo (hasta el punto de sostener la creencia de la depravación absoluta e irredimible del hombre y el conocimiento previo por parte de Dios de quienes van a ser salvados; por tanto esos nombres están ya predeterminados y no quedaría otra que dirigirse con rectitud con la esperanza de que la gracia te haya elegido) unida a la vida burguesa en pequeñas comunidades cerradas del medio oeste. Pero
Schrader tiene el buen gusto de no subrayar nunca estas características durante la primera parte del metraje,ni las banaliza ni pretende ridiculizarlas; simplemente las presenta de un modo no intervencionista, se deja mecer por la cotidianeidad mientras muestra la presencia constante de la religión (las casa llenas de proverbios y admoniciones, las conversaciones teológicas , la obsesiva búsqueda de la modestia –el episodio de la pintura del stand que representará a la empresa del protagonista-) y convertir en más abstracta, y por lo tanto aterradora en su arbitrariedad, la prueba que tendrá que superar un soberbio George C. Scott para volver a ser digno a ojos de Dios y de si mismo como creyente.Si una parte de este film utiliza la experiencia del autor, la otra recicla su
segunda educación, es este caso la cinematográfica. Paul Schrader pertenece a esa primera generación de autores cinéfilos que asaltaron a las bravas el Hollywood de los setenta y que, en muchos casos tenía como fetiche principal una película que les había marcado en su etapa de formación: Centauros de desierto. Así Hardcore. Un mundo oculto no es otra cosa que una relectura llenita de neurosis ciudadana, culpabilidad moral universal y sordidez vital/ambiental, del gran clásico de Ford, reelaborando la historia de la búsqueda de un inocente (teóricamente) pervertido, por parte de un elemento que quiere recomponer el orden (natural) social estando el mismo fuera de esa sociedad -de igual modo que lo era Taxi Driver que participa de algunos de los elementos de esta (no solo a nivel temático sino incluso visual al aceptar igualmente las texturas hiperrealista de la fotografía del gran Michael Chapman) y que Scorsese siempre ha reconocido como un proyecto absolutamente personal de su guionista o de semejante manera en la que las sobresalientes American Gigolo (1980) y, sobre todo, Posibilidad de escape (1992), quizás su trabajo más perfecto, aclimatan el Pickpocket (1959) bressoniano a otras realidades igualmente estilizadas en aplicación del “estilo transcendental” que Schrader analizaría y plantearía teóricamente en su etapa de crítico y que fue publicado por la Universidad de Berkeley en el 72- Todo ello a la luz de las obsesiones (sexuales/religiosas/sociales/políticas) del autor y a su intensa manera de entender el cine y más concretamente las estructuras del thriller como un camino de castigo y dolor, un martirologio de obligado fracaso final que debe aspira a la transcendencia.Coherente con esto Hardcore (que puede verse sencillamente como el (casi) último jalón de ese policiaco setentero progresivamente oscuro del que hablaba en la reseña de I spit on your grave, una versión intelectualizada de las paranoias vigilantistas a lo Death Wish -a su vez la reciente y frenética Taken sería la variante turmix de esta- que explota la extrema (e hipócrita) dicotomía social/moral entre el puritanismo y la condición de productor número uno de sexo empaquetado) no olvida nunca sus deberes como pieza de género –aunque también intenta plantear un cierto discurso sobre el poder de la imagen (no solo fílmica sino también la personal o física) y su impacto demoledor sobre el subconsciente, algo que se ha repetido en diversa formas a lo largo de su cine, desde el deslumbramiento por la belleza/lo prohibido de la misma American Gigolo o de la subyugante El placer de los extraños (1990) a esa viscosa relación entre el filmar y el follar, entre la experiencia registrada y la experiencia vivida que vuelve a exprimir en la muy reivindicable Autofocus (2002)- como artefacto puramente narrativo y emocionante que demuestra la extraordinaria solidez de Schrader como artesano y constructor de ficciones.
En este sentido resultan ejemplares dos recursos: por un lado la música, tanto del score del excelente productor y mítico músico de sesión Jack Nitzsche (los paseos antes de entrar en los locales está ilustrados con un extraño latido electrónico y sus salidas con tormentosas ráfagas eléctricas) como en el uso de las canciones: el film se abre y se cierra con la misma canción, el bello standard country de Buck Owens Precious memories en sedosa versión de Susan Raye que contrapuntea irónicamente las imágenes (el principio, bucólico y nevado es violentado ominosamente con las letras rojas del contundente título: Hardcore) o durante la primera visita en solitario de Scott a un local porno el hilo musical deja oír el Helpless de Neil Young. Por el otro el muy sutil empleo de los espejos: por tres veces los reflejos suponen un salto
más profundo del protagonista y esa visualización distorsionada/extraña los adelanta; tras ver la película de su hija que el detective Andy Mast (siempre brillante Peter Boyle desatascando la historia con su humanidad y su sarcasmo) Van Dorn sale de la sala reflejado en un espejo cóncavo (simbolizando que ya a pasado “al otro lado”), la segunda ocasión comprende la visita de su cuñado, en esta ocasión el reflejo viene de es “otro lugar” a intentar hacer volver al héroe, el resultado es que este se disfraza de otra personalidad ofreciéndose como productor interesado en invertir en el entretenimiento para adultos, el tercero es justo antes de clímax final: la joven prostituta Nikki (a la que conocerá a través de un cristal) es duplicada como imagen distorsionada de dos mundos y como anticipación de lo que su propia hija podría ser ahora, tras verla decide lanzarse ya sin remedio alguno a lo que puede ser una muerte garantizada.Momentos como estos y soluciones tan inteligentes revelan una extraordinaria elaboración del material –que además propone una muy scharderiana minuciosidad documentalista sobre el auge de la industria pornográfica californiana de finales de la década, esa misma que tan bien retrató Paul Thomas Anderson en la magistral Boogie Nights (1997)- y una preocupación constante en dotar de significado, de volver simbólicos los
elementos utilizados para construir una trama absolutamente clásica que incluso juega con la noción de arquetipos y con la mecánica del hard-boiled detectivesco. Aquí se adscribiría igualmente uno de los rasgos más sugerentes de la película: su rampante subjetividad. Es decir, toda la peripecia esta vista a través de los ojos (y de los valores) del protagonista, un hombre fuera de su tiempo, un cowboy de cemento que filtra a través de una mirada cuadriculada un mundo (y un sub-mundo, esos paseos por aceras bombardeadas por estímulos groseramente sexuales –irónicamente el siniestro Ratán morirá bajo el cartel de un peep-show que anuncia una película titulada “Amor verdadero”- y vicio a precios populares) que ni entiende, ni acepta, convirtiéndolo todo en amenaza y sufrimiento, una realidad que no puede siquiera concebir y que por tanto sentirá como perturbadora, violenta y desquiciada. La puesta en escena corresponderá a esta mirada y la irá integrando progresivamente, si al principio es más fría y distanciada en su parte final se volverá agresiva y pegajosa, más esteticista y barroca incluso -la pelea en la casa sadomasoquista (regentada por tres putas llamadas Faith, Hope y Charity) levemente ralentizada e iluminada alternativamente con neones monocrómos en la que los contendientes van tirando pared tras pared de diferentes estancias/fantasías que no son más que juegos de cartón piedra, falsificaciones del deseo latente- que potencia la sensación de alucinación.Frente al final originalmente previsto (la hija habría muerto en un accidente de coche y toda la búsqueda habría sido en vano) el conservado resulta, quizás no tan demoledor, pero si crudo, incómodo y ambiguo (además de perfecta réplica del de Taxi Driver) ya que la odisea sangrienta y el viaje (de conocimiento como debe de ser en la ficción de aliento clásico) a lo profundo no resulta más que un camino de retorno al origen, al statu quo primitivo y a la comodidad pequeñoburguesa. Un mal sueño del que todos despertaran, todos excepto Nikki, la ayuda
imprescindible para completar la misión, la niña perdida que verdaderamente merece la redención pero que no tiene un lugar en el universo en blanco y negro de Jake Van Dorn. Solo en el gris, solo en el espejismo.Hardcore. Un mundo oculto (Hardcore)
Director: Paul Schrader
Año: 1979
País: Estados Unidos
109 min.
Fotografía: Michael Chapman
Música: Jack Nitzsche
Guión: Paul Schrader
Reparto: George C. Scott, Peter Boyle, Season Hubley, Dick Sargent, Leonard Gaines, Dave Nichols, Gary Graham, Larry Block, Marc Alaimo, Leslie Acherman
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