¿Cabe mayor terror para un hombre que vive en un mundo bitono que descubrir a su lánguida hijita convertida en starlette del porno duro?, y más allá ¿existe una manera superior de completar esa oscura fantasía autopunitiva que el hecho de que esta se entregue voluntariamente a las variedades más sórdidas y degradadas de la espectacularización sexual?. Esto es Hardcore (parafraseando la gloriosa canción de Pulp), no una pesadilla, sino la sublimación brutal de los deseos más profundos y escondidos de castigo. Jake Van Dorn (que no deja de ser un alter ego enfermizo del director) ha fracasado como marido y padre, como hombre de acuerdo a su escala de valores. Por lo tanto se merece esta ordalía, la necesita para probarse y encontrar de nuevo el camino.
La experiencia vital del propio Paul Schrader es clave para la misma naturaleza de esta película tan profundamente autobiográfica, no ya en cuanto a tomar detalles y vivencias de su propia infancia y juventud calvinista, es ya un tópico recordar que no vio una película hasta la mayoría de edad, sino como puro exorcismo ideológico, que batalla crudamente contra un objetivismo moral implantado por ese mismo ambiente, por la presencia de una religión de aplastante pesimismo (hasta el punto de sostener la creencia de la depravación absoluta e irredimible del hombre y el conocimiento previo por parte de Dios de quienes van a ser salvados; por tanto esos nombres están ya predeterminados y no quedaría otra que dirigirse con rectitud con la esperanza de que la gracia te haya elegido) unida a la vida burguesa en pequeñas comunidades cerradas del medio oeste. Pero

Si una parte de este film utiliza la experiencia del autor, la otra recicla su



Coherente con esto Hardcore (que puede verse sencillamente como el (casi) último jalón de ese policiaco setentero progresivamente oscuro del que hablaba en la reseña de I spit on your grave, una versión intelectualizada de las paranoias vigilantistas a lo Death Wish -a su vez la reciente y frenética Taken sería la variante turmix de esta- que explota la extrema (e hipócrita) dicotomía social/moral entre el puritanismo y la condición de productor número uno de sexo empaquetado) no olvida nunca sus deberes como pieza de género –aunque también intenta plantear un cierto discurso sobre el poder de la imagen (no solo fílmica sino también la personal o física) y su impacto demoledor sobre el subconsciente, algo que se ha repetido en diversa formas a lo largo de su cine, desde el deslumbramiento por la belleza/lo prohibido de la misma American Gigolo o de la subyugante El placer de los extraños (1990) a esa viscosa relación entre el filmar y el follar, entre la experiencia registrada y la experiencia vivida que vuelve a exprimir en la muy reivindicable Autofocus (2002)- como artefacto puramente narrativo y emocionante que demuestra la extraordinaria solidez de Schrader como artesano y constructor de ficciones.

En este sentido resultan ejemplares dos recursos: por un lado la música, tanto del score del excelente productor y mítico músico de sesión Jack Nitzsche (los paseos antes de entrar en los locales está ilustrados con un extraño latido electrónico y sus salidas con tormentosas ráfagas eléctricas) como en el uso de las canciones: el film se abre y se cierra con la misma canción, el bello standard country de Buck Owens Precious memories en sedosa versión de Susan Raye que contrapuntea irónicamente las imágenes (el principio, bucólico y nevado es violentado ominosamente con las letras rojas del contundente título: Hardcore) o durante la primera visita en solitario de Scott a un local porno el hilo musical deja oír el Helpless de Neil Young. Por el otro el muy sutil empleo de los espejos: por tres veces los reflejos suponen un salto

Momentos como estos y soluciones tan inteligentes revelan una extraordinaria elaboración del material –que además propone una muy scharderiana minuciosidad documentalista sobre el auge de la industria pornográfica californiana de finales de la década, esa misma que tan bien retrató Paul Thomas Anderson en la magistral Boogie Nights (1997)- y una preocupación constante en dotar de significado, de volver simbólicos los


Frente al final originalmente previsto (la hija habría muerto en un accidente de coche y toda la búsqueda habría sido en vano) el conservado resulta, quizás no tan demoledor, pero si crudo, incómodo y ambiguo (además de perfecta réplica del de Taxi Driver) ya que la odisea sangrienta y el viaje (de conocimiento como debe de ser en la ficción de aliento clásico) a lo profundo no resulta más que un camino de retorno al origen, al statu quo primitivo y a la comodidad pequeñoburguesa. Un mal sueño del que todos despertaran, todos excepto Nikki, la ayuda

Hardcore. Un mundo oculto (Hardcore)
Director: Paul Schrader
Año: 1979
País: Estados Unidos
109 min.
Fotografía: Michael Chapman
Música: Jack Nitzsche
Guión: Paul Schrader
Reparto: George C. Scott, Peter Boyle, Season Hubley, Dick Sargent, Leonard Gaines, Dave Nichols, Gary Graham, Larry Block, Marc Alaimo, Leslie Acherman

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