En estos días, semanas, meses, que Somalia está encima de la mesa (de quienes quieren verla), no es mal momento para ver una película sobre uno de los episodios recientes de la historia del país: Black Hawk derribado, de Ridley Scott.
La película, basada en un libro con el mismo título y escrito por Mark Bowden, narra la conocida como “Batalla de Mogadiscio”, la intervención de las fuerzas de élite de los Estados Unidos desplegadas en Somalia para capturar a un señor de la guerra, Mohamed Farrah Aidid. La película está contada por americanos, desde su bando y, probablemente, para los espectadores estadounidenses, y las voces que acusaron a Ridley Scott de retratar a los somalíes poco menos que como animales, fieras, salvajes, no estaban exentas de razón. Pero la cinta tiene el mérito de retratar los obstáculos de las Naciones Unidas en sus intervenciones y de recordarnos las raíces de la devastación del país.
Desde finales de los años ochenta, el país estaba inmerso en una guerra civil entre milicias armadas enemigas a lo que se unían las pretensiones independentistas de la región de Somalilandia. El último empujón hacia el abismo lo dio una sequía de 1992, que condenó a 4,5 millones de personas, más de la mitad de la población del país, a la amenaza de la hambruna, la malnutrición y las enfermedades derivadas. La misma situación que se repite ahora, 20 años después. Por aquel entonces, murieron 300.000 personas y hubo dos millones de desplazados, según cifras de la ONU, que decidió intervenir.
La primera misión de la ONU en Somalia fue UNOSOM I, que se regía por un mandato que limitaba su labor a la escolta de la ayuda humanitaria, bloqueada incesantemente por las milicias. Pero la ONU, o los de los miembros del Consejo de Seguridad, tampoco ocultó sus intereses en la zona: Somalia ocupaba “una posición geopolíticamente importante en el Cuerno de África”.
El propio despliegue de la misión se convirtió en misión imposible: el caos total del país, los insurgentes controlando el aeropuerto, ataques al personal humanitario, los almacenes y los convoyes,… Y el propio espíritu de los Cascos Azules, que no podían atacar sin ser atacados. Ante la parálisis, Estados Unidos, con George Bush padre al frente, inició una operación con uno de esos nombres de aires mesiánicos, “Devolver la Esperanza”. En este punto es donde comienza la película.
La intervención de la ONU y de Estados Unidos en Somalia fue un fracaso. No se consiguió el objetivo principal, además del de repartir la ayuda, de estabilizar el país. La ONU extendió su mandato e inició una segunda operación, UNOSOM II, con capacidad para el uso de la fuerza y que estuvo desplegada hasta 1995.
Los efectos del fracaso en Somalia recorrieron toda la década de los años noventa. A él se debió el retraso de las Naciones Unidas a intervenir en países como Ruanda, a pesar de la evidencia de que se estaba cometiendo crímenes contra la humanidad, o Yugoslavia, la última guerra en suelo europeo.
El pasado domingo 6 de noviembre, Jon Sistiaga contaba en El País Semanal el caos en el que está sumida la capital somalí, dominada por los señores de la guerra. Justo el día antes, impresionaba ver a Vicente Romero, veterano en la cobertura de conflictos armados, conmovido por la situación dramática de los refugiados en el reportaje Postales del horror de Informe Semanal. Muchas partes de esta historia vuelven a repetirse.