Nadie más que nosotros escribe nuestra historia. Por más que algunas creencias recurran a la predestinación, al karma o al estricto cumplimiento de un plan de un ser superior, cada uno somos los únicos responsables de la determinación y el destino que imprimamos a nuestras vidas.
¿Somos dueños de nuestro destino?
Hace un momento me he sentado a escribir, reconozco que sin muchas ganas, después de pasar un día más bien anodino y falto de alicientes. Conforme enlazaba palabras con más palabras construyendo frases promovidas por una inercia inconsciente, me he sorprendido reflexionando conmigo mismo sobre algo que aparentemente nada tenía que ver lo que estaba escribiendo.
Así, me he encontrado cavilando sobre la importancia de que cada cual tuviera la capacidad de conferirle un sentido a su propia vida, siendo consciente en cualquier lugar, momento y circunstancia de que todos estamos dotados de las herramientas necesarias para tomar nuestras propias decisiones. Como consecuencia de esta meditación, me he abstraído en la consideración de que todos pudiéramos ser capaces de avanzar hacia un futuro —tal vez el destino de cada cual—y hacerlo como un acto volitivo, como una elección propia no impuesto por nadie ni por nada, al menos en la medida en que más nos fuera posible tal premisa de autosuficiencia. ¿O acaso no resulta absurdo consumir energías prolijamente, y condicionar nuestro estado anímico a los requerimientos y exigencias de aquellos con quienes nos relacionamos, o bien a los altibajos que nos imponen los avatares que, lo queramos o no, acaecen en el devenir de nuestras vidas?
Un análisis de nuestra realidad desde un pragmatismo racional, tal vez no exento de las connotaciones psicoafectivas que convierten en sentimientos los pensamientos y sensaciones, podría hacernos concluir que el destino es el resultado de culminar un ansia que sólo nosotros convertimos en voluntad, y lo hacemos al actuar libre e independientemente de lo que una hipotética entidad superior pueda predeterminar como nuestra razón de avanzar en pos de una meta, algo que a ningún ser superior—en el supuesto de que existiera— y solo a cada ser humano le corresponde programar, ejecutar y después asumir como un acto volitivo con sus inherentes consecuencias y responsabilidades.
El destino o el arte de dar un sentido a nuestra vida
Nadie más que nosotros escribe nuestra historia. Por más que algunas creencias recurran a la predestinación, al karma o al estricto cumplimiento de un plan de un ser superior, cada uno somos los únicos responsables de la determinación y el destino que imprimamos a nuestras vidas.
Aunque a veces nos dejemos llevar por la intuición que emana del subconsciente, siempre correremos el riesgo de creer de que no estamos actuando por propia voluntad, sino sólo cumpliendo lo que alguien o algo predestinó como un plan de nuestro devenir.
Puede ser turbador tomar consciencia de esta falta de libertad, de esta veleidad que nos convierte en marionetas de una voluntad superior. Es por ello que cuando esto acaece, resulta fructífero para nuestro bienestar emocional no sucumbir a las artimañas de nuestra mente y creer que estamos a las órdenes de ese algo o alguien, sino por el contrario, reafirmarnos en la convicción de que sólo a partir de nosotros mismos se activará el motor de nuestras actuaciones, el propulsor capaz de ejecutar ciertas necesidades que nuestro inconsciente, a través de pulsiones, proyecta sobre el yo para que este las ejecute en la medida que se lo permitan las represiones.
«Somos dueños de nuestro destino.
Somos capitanes de nuestra alma»
(Winston Churchill)
A modo de conclusión…
Simplificando, y a modo de conclusión, destacan dos posturas confrontadas e irreconciliables:
De un lado, la de los convencidos de que el ser humano está en posesión de un libre albedrío que les permite elegir entre opciones contrapuestas como el bien o el mal. Y al otro lado de la mesa, quienes consideran que ese el libre albedrío no es mas que una falacia.
De estos dos planteamientos nace la disyuntiva de si somos o no dueños de todas nuestras decisiones. Si somos el resultado de unas capacidades innatas impresas en nuestra programación genética o, adentrándonos en un planteamiento filosófico, si estamos sometidos a un determinismo que se escapa de nuestras manos, y según el cual todo estaría prefijado de antemano, bien por una voluntad superior que se escapa a los argumentos de la razón y de la metodología científica, o bien de por las circunstancias que influyen en nuestros actos, de tal modo que ninguno de ellos sería libre sino necesariamente preestablecido.
Podríamos resumir este dilema con una breve pregunta: ¿Nacemos ya tal cual somos, o tenemos posibilidad de convertirnos en quienes deseamos ser?
Soy de la opinión de que dentro de cada uno de nosotros existe la posibilidad de contribuir a nuestro crecimiento como persona activa y volitivamente, bien a expensas de habilidades que heredamos en nuestros genes, y también las que adquirimos a partir de la experiencia, permitiéndonos unas y otras crecer y evolucionar
Las creencias se erigen como los cimientos que sustentan nuestras vidas, y gran parte de lo que somos es la consecuencia de quienes creemos ser, de lo que pensamos y de aquello en lo que nos convertimos. Todo ello siempre que las influencias externas paralizantes, los condicionantes educacionales, las imposiciones dogmáticas, las costumbres o el miedo nos empuje a la creencia de lo que nunca seremos.
Colofón
Independientemente de razones ajenas a nuestra voluntad como la dependencia determinista de un destino prefijado, independientemente de que creamos que no nacimos con el potencial necesario para llegar a ser lo que desearíamos y no lo que ahora somos, independientemente de cualquier influjo que reprima y cohíba nuestras ansias e iniciativas, no es posible saber con certeza hasta donde podemos llegar hasta que no lo intentemos. Siempre, al final de cada empresa que emprendamos, la decisión será nuestra, y en eso no hay destino ni predestinación.
Dr. Alberto Soler Montagud – Psiquiatría Privada – Médico y escritor
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