Revista Psicología

Somos el fruto de nuestros fracasos

Por Joanillo @silosenovendo

Uno de los peores errores que podemos cometer cuando educamos a nuestros hijos es meterles en la cabeza que "tener un fracaso" equivale a "ser un fracasado": los estamos estigmatizando. Porque cuando uno hace relaciones tan drásticas, lo único que consigue es que -a partir de ahí- muchas de sus decisiones vitales estén condicionadas por esos paradigmas. Por ejemplo, que dejen de asumir ciertos riesgos, no sea que fracasen y sean vistos por la sociedad como unos fracasados. Les apuntaré una frase que debe ayudarles a cambiar este concepto tan absurdo:
Toda acción exitosa nació de una decisión arriesgada


Y añadiré otra frase de "cosecha propia": somos el fruto de nuestros fracasos. Así lo creo porque, mientras los éxitos nos "acomodan" en aquello que nos funciona y no nos planteamos cambio alguno, cuando se produce un fracaso uno comienza a reflexionar en búsqueda de los porqués, paso previo a un cambio de rumbo que, en muchos casos, conduce a un lugar mejor que el de antes.
Esta reflexión nace de mi propia experiencia vital, aunque no creo que yo sea la única persona que haya experimentado cambios a raíz de un tropezón. Mi experiencia me demostró que a pesar de los éxitos que pudiera haber tenido en mi pasado profesional, las decisiones realmente trascendentes que cambiaron mi vida, nacieron como consecuencia de algún fracaso o alguna situación verdaderamente incómoda que me llevó a dar un puñetazo encima de la mesa y decir: "hasta aquí hemos llegado". Tuve fracasos, pero nunca me sentí "un fracasado" (ojo de nuevo al matiz).
Esas contingencias tan desagradables son las que nos llevan a hacernos preguntas del tipo:  ¿cómo me gustaría que fuera el trabajo "de mi vida"? ¿qué me gusta hacer realmente? ¿en dónde me siento realizado? Preguntas todas ellas tremendamente poderosas cuyas respuestas sirven para reorientar nuestra vida, antes de que la vida nos consuma en lugares en los que no nos gusta estar.
Si somos capaces a determinar con precisión cómo es el "trabajo de nuestra vida", aquel que nos podría hacer felices, la siguiente pregunta es: ¿en dónde está? ¿cómo accedo a él? Cuestiones que no siempre tienen una respuesta clara y, otras veces aun teniéndola, aparecen ciertos condicionantes ajenos (familia, especialmente) que nos cercenan la libertad para plantearnos cambios. Pero no está todo perdido: una buena solución puede ser la siguiente: "si ya sé cómo es el trabajo de mi vida pero no puedo acceder a él, ¡¡creémoslo!!" Emprendamos las acciones necesarias para que "si Mahoma no va a la montaña, que venga la montaña a Mahoma".
Todo lo hasta aquí comentado resulta muy simple de decir, soy consciente. Es en el momento en el que queremos llevar adelante nuestros propósitos cuando aparecen los problemas, el primero de ellos derivado de ese infranqueable muro que construyeron en nosotros con la educación inculcada: el miedo al fracaso. O mejor dicho, el miedo a que nos tengan por "fracasados".
Fíjense lo duro que resulta no ser capaces de tomar decisiones que conllevan cierto riesgo: dejamos de luchar por lo que más nos gusta (ese trabajo ideal que nos haría felices para el resto de nuestras vidas) a cambio de quedarnos anclados en otros lugares menos satisfactorios pero aparentemente muy seguros. ¿Les extraña que haya tantas personas insatisfechas con su empleo actual? ¿Les extraña que haya tanta gente asistiendo a cursos de crecimiento personal en busca de respuesta a su vida? ¿Les extraña que 5 de cada 6 personas que trabajan por cuenta ajena se estén planteando cambiar de empresa?
Y la última pregunta; ¿saben cuándo realmente lo harán? (algunos, matizo) ¡¡Cuando tengan un severo fracaso!!, es decir, cuando les despidan o cuando caigan en un burnout insoportable. Así que ya ven: muchos de los que reconducen su vida son, en el fondo, el fruto de sus fracasos, algo que no debería de llevarse como un estigma si realmente esos problemas contribuyeron decididamente a encontrar el lugar que uno busca dentro de la sociedad. Por lo tanto, dejemos de ver los fracasos como algo peor que el infierno y pensemos que cuando acontecen son una puerta abierta para plantearse hacer cosas diferentes, esas que todos llevamos tiempo soñando hacer pero nunca nos atrevimos a iniciar, por comodidad y miedo fundamentalmente.
El mensaje de hoy va especialmente dedicado a todas esas personas que se encuentran desempleadas y no saben qué hacer con sus vidas. ¿Se dan cuenta que ahora tienen la oportunidad de emprender aquello que siempre quisieron hacer? ¿Por qué están buscando volver a un sitio similar al que dejaron atrás si no les satisface plenamente? Definan sus cualidades, sus aficiones, aquello que realmente les gusta realizar y creen una vida laboral nueva en torno a ello. ¿Difícil? Si; nadie dijo que las cosas fueran fáciles. ¿Imposible? NO.  Pues recuerden esta última frase: "lo logré porque nadie me advirtió que era imposible" Con una clara definición de los objetivos, con paciencia y perseverancia, y con la ayuda de quienes siempre están ahí, todos las metas son alcanzables. Ya lo decía alguien:
"al final todo sale bien; y si no sale bien, es que no es el final"
Un cordial saludo
Somos el fruto de nuestros fracasos
[Conferencia en Pontevedra; 9-10 de noviembre]

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