Revista Cultura y Ocio

Somos legión – @virutl38

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Nunca se lo había imaginado. Él. Un hombre vulgar y corriente. Con una vida corriente. Un trabajo aburrido. Una casa. Una hipoteca. Dos cuentas mediocres en el banco. Una mujer que no tenía interés en él. Una hija que lo ignoraba. Un perro que lo odiaba. O era al revés.

Pero el azar tiene esas cosas. Cuando no parece que vaya a pasar nada. Pasa. Y si tú estás en el medio. Y las circunstancias son favorables. Es suerte. De la buena. No de esa que te quedas mirando y te dices a tí mismo. Menuda mierda de suerte. Para una vez que me sonríe. Y la suerte es desdentada.

Pues no. Aquel día. Aquel mismo día. La suerte tenía una dentadura preciosa. Qué digo dentadura. Era la boca más hermosa del mundo entero.

Lo que pasa es que el azar es muy puñetero. Y no sabemos por dónde va a aparecer. Ni siquiera si lo va a hacer. Da igual que lo busques. O que lo estés esperando. Si no es. No es.

Si aquel día hiciese como todos los días. Cinco minutos más en la cama. Después del sonido ahogado del despertador. Si todos los días esos cinco minutitos se convertían en quince. Y llegaba tarde a todo. A todo. Pues aquel día no. Sonó el despertador y dio un brinco. No se lo creía ni él.

Si aquel día como todos los días saliese corriendo de casa. Sin tomar nada. Sólo correr. No habría ido a la cocina. A hacerse un sorprendente café. Y no hubiese encendido la radio. Porque no había día que no perdiese el autobús. Ni perdiese las llaves. Ni las ganas de vivir.

Aquel día se acomodó en el taburete mientras olía aquel café. Cuánto hacía que no disfrutaba de aquella esencia. Revives con uno. Y encendió la radio aquella que no se utilizaba desde qué más da si no lo recordaba. Mientras sonaba música suave se enteró de aquella exposición de litografías en el centro cultural. El que quedaba cerca de la oficina. Y pensó. Pensó que le daría tiempo a la hora de comer de pasar por allí. Y disfrutar.

Era de Bellas Artes. Ya hacía tanto tiempo. Que lo olvidaba a menudo. Universidad. Mediocridad. Oposiciones. Funcionariado. Oficina del censo. Horario contínuo. Vida corriente. Punto.

Si aquel día no hubiese llegado a la hora. No habría cogido el autobús que correspondía. A su hora. Y no se habría sentado al lado de aquel señor tan serio que leía el periódico. Aquel señor trajeado y grueso que le preguntó que qué hora era. Tres veces. Y en aquella tercera se fijó en el anuncio que sobresalía en la página central. Que decía que el horario del centro cultural se reducía hasta las 12 de la mañana por las obras del interior. Vaya. Pues menos mal que lo he visto.

Así que aquel día llegó a la hora. Y decidió que visitaría la exposición en su hora de descanso de media mañana. En vez de ir al bar de todos los días. Aquella barra pequeña y cutre. Un bar corriente. Camarero infeliz. Tele puesta a todo trapo. Olor a calamares de bolsa y a tostada. En el que hasta el café se siente corriente. Por no poder determinar si es café. O agua de fregona.

Y aquella mañana trabajó de modo tranquilo. Sin asperezas. Atendiendo con amabilidad. Y sintió como que un peso que llevaba permanentemente en los hombros desaparecía. Como por arte de magia. Las personas de las mesas contiguas lo miraban con asombro. A ti te pasa algo. Pues no. No he hecho arroz. Y rió. Y se quedaron paralizados. Él riendo. Cuchichearon. Esto no es normal. A este qué le pasa. Para mi que ha follao. O peor. Que se le ha ido la mujer. Y la niña. Y el perro. Quita quita. Que ahí viene.

Si no hubiese acabado su trabajo a la hora. No habría salido en el momento en que había dejado de llover. Y el sol no hubiese aparecido al final de la calle. A la altura de aquellas terrazas tan bonitas con plantas y parterres que no había apreciado nunca. Levantó la vista y se dijo. No estaría nada mal. Pero nada mal.

Cruzó la calle por el paso de peatones de la esquina. Justo  un instante antes de que aquel tarado del Corsa blanco se estrellase contra la perfumería. Llevándose por delante la papelera donde él había arrojado el chicle de menta. Justo un minuto antes.

Si no hubiese estado allí. No habría visto el sol. El sol brillaba como si no lo hubiese hecho nunca. La lluvia se evaporaba en forma de bruma del asfalto. No recordaba nada igual. Se paró un instante y cerró los ojos. Oliendo aquella humedad. Aquel momento.

Si no hubiese cerrado los ojos. No hubiese tropezado con ella. Aquella sonrisa. Diminuta y asombrosa. Entre aquel pelo enmarañado y la bruma del asfalto. Llevaba una carpeta más grande que ella. Pidió disculpas. Pero ella se rió.  Soy yo. Que voy como una moto. Para la exposición. No sé si la has visto. Es de mi trabajo. Oye. Tío. Tienes una pinta de Bellas Artes que no puedes contigo. Y volvió a reír.

Él asintió y rió con ella. Tienes pinta de Bellas Artes. Dónde había oído eso. La acompañó al interior del centro. Y ella le explicó. Aquellas maravillosas litografías. De miradas y risas veladas. De colores desvaídos. Suaves. Como aquella luz. Mis litografías tienen el espíritu de aquellos que no tenemos suerte. Que somos muchos. Un montón diría yo. Y rió frente a aquella imagen descentrada y sinuosa. De una mujer mirando con sorpresa. Como si se hubiese quedado congelada. Frente a alguien. Con quien querer cruzar la mirada.

Somos legión. Lo juro. Los poca suerte. Ya ves. Menudos estamos hechos.

Y entonces él lo supo. Si no hubiese sido así. No lo habría sabido. Los poca suerte. Somos legión. Se repitió. Hasta que el azar quiere que un despertador. Un café. Una radio. Un señor serio. Un periódico. Una exposición. Un tropiezo. Me zarandeen hasta despertarme. Se lo repitió mientras miraba hacia aquellas maravillosas litografías colgadas. Enmarcadas. Llenas de sentido. Llenas de silencio.

Si no hubiese sido todo aquello. El azar no le habría cambiado la suerte. No habría cambiado de vida. No habría dicho adiós a la mujer. A la niña. Al perro. Al enorme piso de la hipoteca. No habría vuelto a pintar. A exponer. A tener éxito. Porque el señor grueso. De traje. Que quería saber la hora. Era un importante marchante internacional. Amante de las acuarelas realistas. Y del surrealismo mágico. Justo lo que a él le venía a la mente cada vez que trabajaba.

Si no hubiese sido por el azar. No la habría conocido. Al complemento de su soledad. A la sonrisa desgreñada y diminuta. Que lo amaba por lo que era. Por lo que pintaba. Por lo que no decía.

Salió a su terraza. Llena de plantas verdes y con un precioso parterre. Miró hacia la calle. En la penumbra de la noche. Justo después de haber llovido. Y observó la bruma latente Que subía desde el asfalto. Y decidió pintarla.

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