Revista Sociedad
Tal vez hoy soy presa de la tristeza y la decepción en la Humanidad, y me disculpo por ello. Pero a veces este duro pellejo permite sentir. Y es doloroso y triste. Es vergonzoso. Las diferencias de los hombres no sólo se dan por las fronteras, sino, sobre todo, por modos de pensar, por creencias, por la forma como las personas creemos que debe ser el mundo.
Sea en lo económico, en lo legal, en los derechos más fundamentales, al parecer las personas nunca nos pondremos de acuerdo, al menos no todas. Y es ése el origen de nuestros mayores conflictos: respetar las diferencias con los demás (y de los demás con uno) o luchar por imponer nuestras ideas a los demás.
Cuando pensamos que el mundo sucumbe herido de muerte por los intereses materialistas, las ambiciones desmedidas, el odio, el egoísmo, el deseo de imponer patrones morales a otros que no piensan igual, la indiferencia que nos mata... no estamos desenfocados, pero no nos remontamos al origen: ¿qué genera esas respuestas sociales?
Aunque nos enseñen que las personas somos todas iguales en dignidad y derechos, sin importar las diferencias de cultura, raza, credo o género, la vida cotidiana nos dice lo contrario: una tendencia natural a identificarnos con los iguales, a sentirnos seguros en el grupo en el encuentro patrones compartidos, genera a su vez antagonismo con los demás. Cómo actuemos de ahí en adelante, puede terminar en una actitud de respeto aunque no de aceptación, en una tolerancia que permite una convivencia pacífica y armoniosa, o en una lucha de interminable violencia.
Y no hablo de grandes representantes políticos, de luchadores sociales o de líderes importantes, hablo de los individuos de a pie, que como tú o como yo, deben elegir, a cada instante, cómo vivir su vida. A grandes rasgos, y buscando una simplificación demasiado pretenciosa, podríamos decir que hay cuatro grandes grupos en los que se puede estar:
LOS QUE LUCHAN Quieren un cambio (el que fuera) y se mantienen al tanto del acontecer, de las noticias, y hacen lo que pueden (unos más y otros menos, pero lo intentan), y se llenan de ira y decepción un día tras otro, y comparten con los demás las última barbaridades que se hacen públicas, son los que comentan, que mastican, que se amargan la vida porque no existe justicia ni orden ni futuro. Son los denunciados, los criticados por buscar siempre el conflicto, por vivir obsesionados, por concentrarse en lo malo en lugar de disfrutar lo bueno.
LOS QUE APROVECHAN Sólo viven para sí, para mejorar su situación, para disfrutar la vida y aprovechar cualquier oportunidad, son los que buscan el confort, el estatus, el “progreso” como ley suprema, sin mayor preocupación por los valores o los derechos de los otros porque que los consideran conceptos abstractos, sin concordancia con la realidad o las posibilidades de la vida. No se consideran materialistas y pueden esgrimir un credo y un sentido espiritual, pero su desarrollo material es el norte. Son considerados egoístas, consumistas e indiferentes sociales, porque sólo comparten con otros como ellos.
LOS QUE DEPREDAN Muchas veces fruto de los vacíos, del desinterés, del egoísmo de la sociedad, de la indiferencia de los demás. No creen en nada ni en nadie, no les importa el sistema ni la vida ajena, son la ingratitud y la codicia puras, la ambición desmedida, el deseo de conseguir lo que sea y como sea, sin límites ni barricadas. Sin ley ni credo. Son los despreciados, los marginados, hasta que se adquieren fuerza y poder, y en ese momento son invencibles.
LOS QUE SE ALEJAN Finalmente están los que sin caer en uno u otro esquema, desean privilegiar el don de la vida, y gozarlo y compartirlo, tratando de vivir en paz sin llenarse de ira o de odio, respetando y entendiendo el derecho a la diversidad. Los que siguen su línea de valores, aunque su impacto en la sociedad sea mínimo o casi nulo. Los que educan a sus hijos para vivir en un mundo que no existe. Unos los consideran locos, indiferentes, porque no se conectan al barullo, a la “lucha”, aunque ésta sólo sea comentar frente al noticiero que aparece en el televisor. Otros los consideran tontos, pues podrían vivir mejor, disfrutar más, si sólo fueran menos “respetuosos” de valores que muchos creen obsoletos.
Sin importar dónde estemos, todos contribuimos al distanciamiento, lo hacemos cada día más infranqueable, rompemos un poco más los puentes. Y quienes se hallan en el vacío, en el terreno de nadie, sólo se abrazan a la oportunidad de cazar, de herir, de abusar, de imponer sus reglas sólo porque nadie se va a oponer. Porque al final, a nadie le importa lo suficiente.
Y así seguimos caminando, distinguiéndonos a cada instante, no sólo por nuestra raza o color, sino por las cosas que hacemos, los lugares donde vivimos, la movilidad que usamos o las opiniones que tenemos, y sentimos que eso es lo correcto.
Dice Jiddu Krishnamurti (reconocido filósofo,1895-1986): "¿Es posible que esa división termine?
Mientras estemos atrapados en la ilusión de la individualidad, por más íntima que sea nuestra relación con otra persona, por más cercana, por más personal que sea la forma de escapar de la soledad a través de la compañía, debemos responder esta pregunta. Porque toda vida es relación: con la naturaleza, con el universo, con la más diminuta flor de campo, y también con los demás seres humanos. No es posible vivir sin relación, incluso los monjes que han tomado ciertos votos están relacionados. Sin embargo, el conflicto parece invadir toda nuestra relación. Debemos empezar muy cerca para llegar muy lejos, y ver si podemos vivir sin conflicto, por tanto, en paz. Debemos empezar donde estamos, con nuestra familia, con nosotros mismos.
Al mirar juntos el mundo, al mirar juntos nuestra relación, como amigos podemos cuestionarnos unos a otros, podemos cuestionar lo que decimos sin herirnos mutuamente porque somos amigos. Desde esa amistad podemos comprender la profundidad y la belleza de una relación en la cual no existe conflicto. La relación es enormemente importante, es nuestra vida; y mientras haya conflicto, la relación se convertirá en algo muy destructivo".
Es importante pensar en lo que hacemos, en cómo pensamos, en la dirección que nuestras decisiones le dan a nuestra vida. Los seres humanos somos seres superiores, nos diferenciamos de los grandes animales y los pequeños insectos por nuestro intelecto, porque usamos la mente para ir más allá del instinto y la mera supervivencia. Porque no nos contentamos con ella. Pero tampoco nos contentamos con el conocimiento, a veces ni siquiera con la felicidad. Nada nos satisface.
No sabemos vivir ni siquiera como animales.