Siempre he defendido que lo personal en el ser humano invade por necesidad cualquier área de nuestra su vida, quedando en la imposibilidad real cualquier intento de compartimentación vital, pues ninguna actuación puede ser estanca a la idiosincrasia de cada cual. Lo contrario no es más que hipocresía, en un vano intento de falsear la verdad. Verdad que nunca será propia por más que lo creamos pues finalmente siempre la definen los demás.
La frase que titula este artículo la pronuncia Michael Corleone (Al Pacino) en El Padrino y tras ella no puede haber mejor definición del espíritu que anima las actuaciones de los atrabiliarios personajes de la inmortal trilogía de Francis Ford Coppola, todo un monumento cinematográfico a quienes entienden la ética como un pañuelo de usar y tirar, después de sonarse, claro está.
El Padrino es inmortal porque lo que nos cuenta vive hoy en los nombres de otros inefables personajes que con igual catadura se arman de caradura y medran en la España actual. Padrinos algunos de familias tradicionales que enteras se entregan a estafar y que bajo el bondadoso aspecto de bienhechor Yedai rememoran a Brando en su actuar. Padrinos otros de familias políticas, que prestidigitan las contabilidades públicas para financieramente perpetuar sus cuotas de poder hasta más no poder y así prevaricar. Padrinos los demás, de familias bancarias que como nuevos tahúres del engaño y la trampa esconden sus tarjetas negras bajo esas mangas que sabiamente cortan sus sastres expertos en ocultar. Padrinos hasta quienes sin todavía edad, demuestran que pronto todo se puede aprender de sus mayores, incluso a traicionarles con el engaño que facilita un aspecto infantilizado y un seudónimo de pequeño niño a dónde vas. Padrinos en fin, que hasta las familias más coronadas, cuentan en su seno y muy a su pesar.
Todos, pero todos, convencidos de que los negocios no tienen nada que ver con lo personal. Que su vida tiene dos caras para así salvar una en caso de que la otra llegue a peligrar. Todos siempre autodeclarados inocentes de cualesquiera cargos se les pretenda imputar. Todos aferrados a su doble moral, aprendida de esa historia que Mario Puzo escribió sin adivinar que se convertiría en manual básico de la Universidad del perfecto criminal.
La historia nos demuestra que los Padrinos se constituyen en una especie dominante que tiende a proliferar llegando a considerarse una plaga en la actualidad. Yo no sé si nos lograrán extinguir a los demás y si así lo fuera ese será evidentemente el comienzo canibalizante de su final. Por de pronto el bochorno es público y nacional, aunque no descarto que las realidades de otros países se asemejen al nuestro convirtiéndolo en un asunto universal.
En Marathon-15% también pretendo demostrar que en esta vida no se alcanza ningún destino final atajando por caminos prohibidos pese a que algún oscuro GPS nos prometa así antes llegar. Para mejorar nunca recurriré a ninguna ayuda al margen de lo natural. Avanzar paso a paso por la senda del autocumplimiento y la honestidad es la mejor garantía para lograr nuestras metas sin reprocharnos nunca nada que nos pueda sonrojar.
Mi negocio ahora es retar mi capacidad de correr y escalar más que nadie y lo he convertido en un asunto personal. Por eso lo escribo, porque quiero hacerlo público y para ayudar…
Saludos de Antonio J. Alonso