Revista Cultura y Ocio

Sonoro bofetón

Por Aceituno
Sonoro bofetón

Cuando has visto todo tu mundo cayéndose a pedazos, entiendes aquello de la fragilidad de la vida. Solo desde el prisma de absoluto perdedor me parece posible comprender lo insignificantes que somos y lo poco que vale nuestra existencia. Sé por experiencia que, cuando las cosas te van bien, te sientes como un toro, casi indestructible, lleno de magia y de luz, feliz a ratos y casi feliz el resto del día. Tus cimientos son sólidos y tu mirada se proyecta hasta más allá de las últimas estrellas del cielo.

Pero en la adversidad, cuando le ves las orejas al lobo, empiezas a comprender lo miserable que eres, la mala suerte que tienes y lo mal que se han portado esas estrellas contigo. “¿Por qué yo?” -clamas a todas horas sin encontrar respuesta. Y no la encuentras porque no la hay, porque después de verle las orejas al lobo le empiezas a ver la cabeza entera, cuello incluido, luego el cuerpo agazapado en una aterradora e inconfundible posición de ataque y finalmente los dientes abiertos y humeantes y dispuestos a ir a por ti.

La verdad es que uno tarda un poco en aceptar que está completamente perdido. Es un proceso largo y doloroso. Todos, en mayor o menor medida, nos creemos muy originales, auténticos, únicos, casi poderosos, confiamos en nosotros mismos para ciertas cosas que se nos dan bien, damos opiniones sobre aquello que nos gusta opinar y flotamos en una nube cuando algo nos sale bien, aunque sea algo pequeño y cotidiano, algo que no revista la menor importancia para nuestras vidas. Nos sentimos realizados y sonreímos con frecuencia, somos importantes para nosotros mismos y nos gusta que nuestro entorno nos valore y nos respete. Somos así hasta que nos quitan la tontería de encima con un bofetón de esos que resuenan más allá de los siete mares.

A mí me dieron ese bofetón y eso que yo me creí que jamás me iba a suceder nada parecido. Pues mira por donde me sucedió y ahora soy un ser humano diferente, débil y confuso, apagado, casi triste y con un futuro tan frágil que no me atrevo ni a mirarlo no vaya a ser que lo rompa.

Soluciones no hay. Como mucho podemos ponerle parchecitos a las heridas, aunque en este caso son heridas tan grandes que no sé si habrá parches de ese tamaño. Hasta ahora me ha servido luchar por mi gente más que por mí, así que es lo que seguiré haciendo. Y fotos, eso también ayuda.

Poco más en el horizonte. Resignarme a vivir mi vida de la mejor manera posible, como hacemos todos, solo que yo nunca volveré a sentirme otra vez como un toro.


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