Sonrisas que ni la muerte trunca (Reseña de 'La sonrisa etrusca' .- José Luis Sampedro)
Rocío Núñez (@potablava13)Volvimos a sobrevivir a otro fin del mundo, pero no nos libramos de las listas, ya sea por el aviso de los mayas o porque simplemente estamos en diciembre y caemos en los tópicos de cada año. Una tuitera, Nebulina, preguntó qué libro nos gustaría leer antes del fin del mundo. Mi respuesta a su pregunta fue: “Volvería a releer 'La sonrisa etrusca' para llorar mucho”. Creo que no hay libro en el mundo al que le tenga más cariño que a esta obra maestra de José Luis Sampedro.
'La sonrisa etrusca'
Autor: José Luis Sampedro
Editorial: Alfaguara
El viejo cascarrabias Salvatore Roncone no tardó en robarme el corazón. El señor Roncone representa el mundo puro y silvestre que no está contaminado ni por gases ni por más maldad que la de la supervivencia. Es un corazón limpio y luchador que ha sabido (sobre)vivir con una dignidad admirable. Este mundo acaba por enfrentarse al de la ciudad de coches, de gente con prisas y sin nombre y de lo material. Pero ahí está, siempre presente para rescatarnos, para aferrarnos a él cuando nos arrancan, incluso, nuestras raíces: el amor. El amor de verdad, el que se siente cuando una Hortensia se cruza en tu camino en el momento más inesperado (y necesario) o el de un nieto que es capaz de darte vida hasta cuando un cáncer te la roba.
Dar a sabiendas de que no vas a recibir nada, es más, siendo plenamente consciente de que vas a perder la batalla y la guerra, eso es el amor. Quizá la vida consista precisamente en eso, en perder. Perdemos objetos, recuerdos, lugares y personas continuamente. Es tan habitual que apenas nos damos cuenta. Perder, ese verbo que tanto miedo nos da, que tantas angustias nos produce y que a su vez tanto nos regala. Sí, perder también es ganar, aunque se empeñen en enseñarnos la lección contraria. Perder es crecer, es encararse a la vida, y también a la muerte, con la dignidad que se obtiene al haber aprendido esta asignatura justo a tiempo. Nunca es demasiado tarde para volver a nacer, tampoco para amar como un viejo moribundo o como un niño que aún no se ha enfrentado a la crueldad que la vida esconde en sus rincones.