Revista Viajes
Es una delicia pasear por la zona del Collado y aledañas. Piérdete sin temor por los vericuetos que abrazan la bonita, grande y diáfana Plaza Mayor.
Te verás circuido de edificios nobles con fachadas dignas de mención. En la Plaza Mayor seguramente repararás en la estatua de una mujer. Se trata de la esposa de Antonio Machado, Leonor Izquierdo, muerta de tuberculosis a la precoz edad de los 18 años.
Prosiguen mis pasos buscando nuevas emociones, y así las hallan ante la bonita y grande concatedral, cuyo claustro está declarado Monumento Nacional. Me llama la atención tanto su estructura como esa fachada anaranjada que me agasaja con una portada preciosa plateresca. Esta iglesia del siglo XII la construiría el obispo de Osma y sería establecida como concatedral en 1569.
Es amplia por dentro, oscura, soportada por hercúleos pilares y revestida de maravillosos retablos, a los que ya me está acostumbrando con profusión la ciudad de Soria.
Si quieres acceder al claustro tendrás que abonar dos euros.
Ahora, bajando por la calle San Agustín, recorro el Duero desde la plataforma colgante del puente que lo cruza. Es un lugar casi de estacionamiento obligatorio para sacarle brillo a la cámara de fotos y dejar que inmortalice instantáneas de postal. Me encantan esos juncos de humedal a ambos lados del lecho de agua dulce, y la arboleda, que de presumida, se mira y regodea en el espejo transparente del Duero.
Desde la Plaza Mayor hasta aquí hay tan solo tres kilómetros. Es un camino que apreciarán nuestros sentidos, por mucho que los coches nos lleven raudos como cohetes, los pies sirven para andar, y andar aquí es una delicia.
Arrojada mi proclama a favor de las caminatas y en contra de los vehículos que algunos cogen incluso para acudir al bar que tienen frente a su casa, es momento ya de detenerse en el imprescindible monasterio de San Juan de Duero, siglo XII.
Perteneciente entonces a la Orden de los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén, es Monumento Nacional desde 1882. La entrada te costará la nadería de un euro. Sábados y domingos gratis.
Es un lugar de reposo, sin duda, bonito, agradable; el mismo aire parece mecido en un susurro. Aprecia el camino junto al Duero, la exuberante arboleda.
Destaca especialmente ese claustro desnudo y vetusto, cuyas columnas juegan con ornamentos diferentes que nada tienen que ver con los de la que la sigue. Se trata de una curiosa y asombrosa mezcolanza románico-musulmana.
Enseguida se llega a la que fuera la demolida Puerta de Navarra. Cayó en 1848 y era el acceso principal. Quien no se hastíe fácilmente con los placeres de la fotografía, podrá bañarse de gozo ante las posibilidades que albergan esos paisajes, ahora otoñales, junto al río Duero, acaso desde los pictóricos puentes que lo cruzan. Pero uno de los grandes acicates de mi visita a Soria está esperándome en la ermita de San Saturio, siglo XVIII. El paisaje ahora en otoño no puede ser más bonito, preparado como está, posando tranquilamente para la paleta del pintor paisajista.
Mientras caminas por este regalo de colores encendidos, claros, amarillos, rojos y verdosos, detente para observar el monasterio de San Polo, siglo XII, fundado por Alfonso El Batallador. De origen templario, es privado, no se puede visitar.A lo lejos ya se atisba sobre la roca, junto al río Duero, la que fuera morada del anacoreta Saturio. He llegado en un momento idóneo de cromatismo; el lecho del río que quiere ser espejo y se queda con la mirada del arbolado suspendida sobre la límpida superficie acuática.
Nos cuenta la historia que el noble Saturio decidió un buen día repartir sus riquezas entre los más necesitados para llevar una vida de retiro espiritual en el interior de una gruta junto al río Duero.
Sus restos mortales serían hallados en el siglo XVI. Entonces surgirá la devoción por el ermitaño y se erige el actual centro de peregrinación.
En su interior hallamos una representación del obispo de Tarazona llamado Prudencio, quien siendo niño adolescente acompañó al santo en su ostracismo voluntario.
Destaca también la preciosa sacristía barroca, documentada como camarín del Santo Cristo, siglo XVIII. Es preciosa la bóveda barroca blanquiazulada. Una maravilla la capilla que retrata pasajes de la vida del santo. Toda pintada y decorada, es una rotonda espléndida ornada con los frescos de Antonio Zapata.
Insisto, conviene llegar hasta aquí disfrutando del paisaje, saboreando el terreno caminado. Por un rato se puede dejar el coche aparcado y mover las piernas unos kilómetros inapreciables. El paisaje bien lo vale.