Por eso mismo, por ese posible olvido de los que no están en el espesor de nuestras paredes, Yan Lianke escribía hace un par de días a sus alumnos que “a medida que el tiempo fluye y va quedando atrás, sobreviene un olvido inmenso. La carne pierde el alma. Y cuando todo recobra la calma, ese minúsculo sustento de una verdad que podría remover el mundo deja también de existir.” Recomienda escribir, escribirlo todo para no olvidar cuando todo esto haya pasado. Para no olvidar lo que lloramos, lo que leímos, los que estuvieron. Para que no se pierdan los que aguantaron el llanto sin huir, los que arroparon en la distancia como si estuvieran aquí, los que tuvieron la necesidad de crear su historia junto a la nuestra. La carne pierde el alma. Hay que cuidarla, como dicen los versos de Pilar Adón en Las órdenes, “sostener el alma, guardarla en su armadura, / y que no cesen las tripas, las pulsaciones / ni los flujos”. Sostener el alma, aunque sigamos latiendo. Que cuando todo esto acabe nos quede el alma, la armadura y la memoria.
“La memoria no puede transformar el mundo, pero sí dotarnos de una verdad interior.” Lianke afirma que todos los sentimientos vividos estos días, si no se guardan, se verán desbordados por la calma venidera, cuando sea, y que nada quedará si no está escrito. Que nos quede la memoria, de ahí mi diario de confinamiento. Para recordar el “nosotros” de ahora, por si la calma se lo lleva y el mundo prefiere andar solo cuando todo esto acabe. Para hacer reales, en unos años, las lágrimas por todo lo que ahora falta, la sonrisa al sol de la terraza, los primeros pasos de la pequeña de la familia. Los comoestás que sobresaltan, las frases subrayadas en los libros, los aforismos a los que nos agarramos como verdades absolutas, las dedicatorias en los directos de Ben Clark. Porque, como dice Adón, hay que sobrevivir sumando caldos y yogures. Seguir, escribiéndolo todo, pero seguir aunque no exista el “nosotros” que nos espere cuando todo esto acabe. Seguir y que nos quede la memoria junto a la armadura.
Abramos la ventana... tal vez nos lleve a Ponta Delgada de nuevo.