Revista Cultura y Ocio

South America

Publicado el 21 febrero 2016 por María Bertoni
Mapa publicado en Oxford en 1690, y extraído del sitio Raremaps.com. Clic para ampliar.

Mapa publicado en Oxford en 1690, y extraído del sitio Raremaps.com. Clic para ampliar.

Algunos argentinos lamentan que no hayamos sido colonia británica como Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda. Para estos compatriotas, si Inglaterra hubiera sido nuestra madre patria, habríamos prosperado a la par de esas naciones en principio ejemplares, y en ese caso hermanas.

Como sus antepasados, estos connacionales señalan una y otra vez el contraste entre el status desarrollado de Estados Unidos y Canadá, y el atraso del resto de los países que conforman el continente americano. El disgusto de haber sido colonia española constituye la contracara de esta añoranza por un destino de grandeza que la resistencia rioplatense a las invasiones de 1806 y 1807 habría frustrado.

Los argentinos anglófilos parecen ignorar la relaciones carnales que mantuvimos con Inglaterra en distintos tramos de nuestra Historia, y que son incompatibles con el sueño de un país soberano y central. Hace poco más de un mes, un columnista de The Telegraph las evocó con fruición en el artículo ‘Es tiempo de que el Reino Unido haga negocios con la Argentina‘.

Asimismo estos compatriotas parecen desconocer la suerte adversa que corrieron demás ex colonias o protectorados ingleses. O quizás exista alguna otra razón por la cual les resulte inconcebible imaginarnos en la trágica lista que integran India, Kenia, Nigeria, Sudán, Zambia, Zimbabue, Palestina, Irak, Afganistán.

Los argentinos que discrepamos con nuestros connacionales anglófilos invocamos sobre todo el caso sudafricano para refutarlos. Los estragos que causó el apartheid conforman un gran argumento contra la percepción exitista de la injerencia anglosajona, pero a veces necesitamos señalar algo más. Se trata del nombre del país que hoy gobierna Jacob Zuma. O mejor dicho: se trata de la decisión, no sólo de despojar a un territorio de su nombre original (algo típico del poder colonial), sino de rebautizarlo por sus coordenadas geográficas elementales.

Como sus predecesores (y rivales) holandeses, los ingleses optaron por un nombre básico -si se quiere aséptico, libre de marcas históricas o culturales- para el territorio usurpado al sur del continente africano. La descendencia nacida y criada allá no demostró mucho interés en cambiar esa elección; a lo sumo incorporó primero el vocablo Unión, luego República (posiblemente en respuesta a los reclamos de una democracia genuina).

Con algo de picardía, podría decirse que los españoles fueron un poco más creativos a la hora de bautizar tierras conquistadas. En manos inglesas, nuestro país habría corrido serios riegos de llamarse South America.

Los argentinos que miramos cine anglosajón sabemos bien que no pudimos escaparle del todo al reduccionismo WASP. Son varias las películas -sobre todo de acción- cuyos personajes nos mencionan con el apodo continental.

Entre los compatriotas convencidos de que nos habría ido mejor si hubiéramos sido súbditos de la Corona inglesa, algunos reprimen sus ganas de incluir a Sudáfrica en la lista de las ex colonias encomiables. Por el mismo sentido de corrección política, sólo cuando se sienten en confianza se animan a pronunciarse a favor de un Estado segregacionista que supo poner las cosas -sobre todo a los negros- en su lugar.

Para retratar la mentalidad de esos argentinos, vale transcribir el siguiente fragmento de la entrevista que Marisa Pineau, historiadora especializada en el proceso de descolonización africana, le concedió a Página/12 en octubre de 2014, a propósito del hallazgo de documentos oficiales que los represores Rubén Jacinto Chamorro y Alfredo Astiz firmaron cuando fueron agregado naval y agregado naval adjunto en Pretoria, en tiempos del eufemístico Proceso de Reorganización Nacional (nuestra Marina les asignó estos cargos en reconocimiento por la labor cumplida en la ESMA).

(En la Sudáfrica del apartheid) se podían hacer muchas cosas que no se podían hacer en otros lugares del mundo. Era un sistema legal que mantenía una separación entre las personas; sostenía una división entre ciudadanos de primera y otros considerados extranjeros; donde había violaciones sistemáticas a los derechos humanos legalizadas. Desde ese punto de vista, era un país que seguramente ellos miraban como desarrollado, bien organizado”.

El mencionado artículo que The Telegraph publicó el 23 de enero pasado formó parte de la cobertura que el periódico inglés le dedicó a la Cumbre de Davos. Jeremy Warner dividió su columna en tres grandes partes: en la primera ofreció un panorama general del evento; en la segunda presentó con entusiasmo al nuevo Presidente de la Argentina; en la tercera señaló la conveniencia de que el FMI reemplace a la francesa Christine Lagarde.

Sin embargo, algún editor decidió que el título y la bajada de la nota giraran en torno a la relación anglo-argentina. Concretamente, a las expectativas que “el centro-derechista Mauricio Macri” despierta en su propio país (porque “promete un nuevo comienzo”) y en Gran Bretaña (porque debería ayudar a “revivir una relación comercial histórica”).

Seguro, una buena porción de argentinos habrá compartido el entusiasmo del columnista de Telegraph. Algunos incluso habrán pensado que todavía estamos a tiempo de desandar la Historia que transitamos como (ex) colonia española, y de ascender al status desarrollado de Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda, Canadá… Sudáfrica (shhhh).


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