Ya pasada cierta edad, llevando a las espaldas unos bastantes años de experiencia laboral, y seguramente asentados en familia, como animales de costumbres que somos se nos hace difícil cambiar hábitos, siendo en la mayoría de los casos pequeñas modificaciones las que hacemos, de todo un espectro infinito que podríamos volver a construir dentro de cada uno. De la acción y sueños de la infancia y juventud, pasamos al conformismo del adulto ya "oficialmente asentado". Somos conscientes aunque no lo queremos ver, que decrecemos, y no sólo en estatura. Hemos perdido el brillo en la mirada, la sonrisa en la cara, la alegría de disfrutar de pequeñas cosas. Hemos dejado de accionar, de soñar, de divertirnos, en una palabra hemos dejado de jugar.
Vivimos en una sociedad establecida a través de normas, preceptos o dogmas, con unos patrones preestablecidos que nos dirige en todo aquello que hacemos en nuestro día a día. También es cierto que somos autónomos para elegir seguir el camino marcado o no seguirlo, o al menos deberíamos mínimo ser conscientes. Y si esto es así no es sólo porque el sistema socio-cultural en que vivimos sea así, en gran medida deviene de la educación recibida generación tras generación. En las escuelas jugábamos y mucho, pero fuera de clase, pocas eran las asignaturas en las que el profesor nos hacía aprender la lección mediante un juego, cuando esto pasaba, te volcabas especialmente en esa asignatura, y tomabas un sentimiento especial hacia ese profesor. De aquí viene el principal problemas se nos educó en que el juego es diversión pero no es aprendizaje. Y ahora viene la nueva ciencia y nuevos investigadores a rebatir un sistema anacrónico de enseñanza que da prioridad a las matemáticas o lenguaje, sobre las artes música, danza o teatro. Un sistema que prioriza el juego como método maestro para aprender y retener la información de manera totalmente eficaz.
No lo recordamos porque son edades demasiado tempranas donde los recuerdos se absorben por mil, pero desde que nacemos hasta la juventud la forma en que aprendemos es jugando, a través del juego motivamos a nuestras neuronas a retener la información recibida porque nos sentimos afines a esa actividad que nos produce diversión. La diversión y la creación de vínculos a través de la interactividad es la clave no para aprender sino para tener el estímulo y motivación necesarios por aprender.
"La educación está reprimiendo el talento y las habilidades de muchos estudiantes; y está matando su motivación para aprender" (Ken Robinson). Lo más importante es poder descubrir por uno mismo aquello en lo que somos hábiles, y sobre todo aquello que nos gusta, no aporta placer todo su desarrollo, y más que el resultado jugamos y disfrutamos durante el proceso de creación. En otras palabras el juego es el mayor enemigo del aburrimiento, y cuando dejamos de jugar no es que tengamos déficit de atención simplemente no existe la motivación, no hay nada que sea divertido, y que nos aporte el interés necesario para seguir investigando en ese área y ver qué posibilidades existen.
Probablemente sería una buena excusa volver a retomar el juego en nuestras vidas de adultos, para poco a poco no sólo transformar nuestras vidas, sino transformar nuestro entorno, y por supuesto nuestro propio trabajo. Igual ya es hora de dejar de pasar horas y horas delante de la pantalla de un ordenador, haciendo no se sabe muy bien el qué, y sin poder moverte ni pestañear. Si fueran más las empresas que introdujeran innovación, creatividad y desarrollo a través de las actividades lúdicas, seguramente serían muchas menos las empresas que temerían tanto la palabra competitividad.