Revista Opinión

Soy de Vigo y me gusta

Publicado el 16 julio 2014 por @igarro @igarro

Vigo es una ciudad situada en el noroeste de la península Ibérica, de  296 479 habitantes y con 2300 horas al año de sol (apenas 200 menos que ciudades mediterráneas como Barcelona, por ejemplo).

  Respecto al origen de su nombre hay varias tesis interesantes: la primera y más conocida dice que proviene de “Vicus”, en latín aldea pequeña. Hay otra, avalada por el CSIC, que habla de un origen medieval del nombre y que procede de Burbida – tesis del arqueólogo Manuel Santos-.    Sea cual sea su origen, Vigo pasó de ser una pequeña villa de marineros a una ciudad industrial en un breve período de tiempo (segunda ciudad europea que más creció proporcionalmente en el siglo veinte solo detrás de Newcastle). Ese boom propició un desarrollo urbanístico caótico al que intentó poner remedio el afamado arquitecto Antonio Palacios -sus obras más famosas fueron el Palacio de Comunicaciones y el Casino de Madrid -. Evidentemente, rechazamos esa posibilidad de hacer de Vigo una ciudad ordenada y preferimos el caos. Antonio Palacios, tras ser rechazado su plan, dijo:  “Vigo nunca dejará de ser una aldea, enorme, pero una aldea”.    En la actualidad Vigo es la ciudad más empinada de España. Esto tiene sus ventajas, como disponer de monte – O Castro – a apenas 50 metros del mar, y sus desventajas: sus cuestas (de ahí los bonitos culos de sus habitantes, sobre todo del género femenino). De entre todos los detalles que nos confirman su sinuosidad casi imposible, la más característica es que Vigo debe de ser la única ciudad en donde su Gran Vía tiene un desnivel tan tremendo. Si viniese el Tour de Francia, más de uno perdería una minutada en esas rampas.    Tenemos una de las bahías más bonitas de España, con el Morrazo enfrente, y culminada con las imperiales Islas Cíes cerrando la entrada a nuestra ría. Las Cíes te atrapan, son como el candado que no te permite escapar de esa preciosa vista. Una visita al Monte Galiñeiro (altitud de 711 metros sobre el nivel del mar) , te permite divisar la ría en todo su esplendor, desde Rande hasta las Cíes. Un atardecer en un día soleado es una de las postales más maravillosas que uno puede ver.   Los vigueses somos generosos y amables con el turista. Si viene en coche y pretende tomar una rotonda de forma circular – como es debido- , le damos la bienvenida con sonoros toques de claxon y con un simbólico gesto, bajando la ventanilla, y mostrando un bonito ademán consistente en cerrar el puño fuertemente y solo mantener el dedo corazón levantado. No nos malinterpretéis, su significado viene a ser algo así como “Welcome to Vigo”.   Nuestra bondad con el forastero es tal que hemos renunciado al uso y disfrute de la Playa de Samil desde los meses de Mayo a Octubre. Es tal nuestro buen talante que incluso mediamos en las disputas entre portugueses y ourensanos para ver quien posa antes el mantel y la empanada en las mesas dispuestas como merenderos en el jardín de la playa.

En Vigo somos gente dialogante que arreglamos nuestras diferencias desde el buen talante y a través de la negociación pic.twitter.com/Es1PHAP2r1

— Igarro (@Igarro) julio 15, 2014

   Somos especiales, lo he de reconocer. Tenemos una jerga propia. A cualquier turista que se acerque por Vigo le recomiendo encarecidamente, que si quiere saber que pasa en el mundo, no pida un periódico, nadie le entenderá. Aquí solo hay “Faros”. Aunque leas “El País” o el “ABC” (allá cada uno con sus perversiones, los hay que se follan cabras, los hay que leen ese panfleto). Tampoco debes preguntar por el autobús urbano. Diga usted Vitrasa, si pretende llegar a montarte en uno, claro. No hay hombres ni mujeres, somos jichos y jichas. Y las patatas fritas de bolsa -tipo Matutano – son patatillas.    Somos gente de bien y muy pacífica. Eso sí, si llevas más de un año en Vigo y sales de marcha con relativa frecuencia, te han zoscado. Eso es impepinable. indiscutible. Eso es así: te han curtido. Solo a ti se te ocurre haber mirado el culito de esa chica (tanto subir cuestas, es difícil que no se te vayan los ojos). Los vigueses somos tan corteses y educados que incluso en el momento de apalearte no perdemos los buenos modales. Te han dado la paliza de tu vida, te han roto tres incisivos y dos molares (ahora molar, ya molas menos porque te pareces al cuñao del risitas), un neumotorax y una rotura de tibia limpia por tres sitios distintos; pero ni con esas dejamos al forastero desinformado. Mientras te debates entre la vida y la muerte uno de tus agresores te dice: -eso te pasa por mirarle el culo a una de Coia. Saber el origen del que te ha mazado como a un pulpo viene muy bien por si tienes alguna queja o aportación que hacer. Somos como El Corte Inglés, vuelves por Coia y si no te has quedado con satisfecho con las hostias, te puedes llevar otras gratis. Y no os creáis que hay un límite, puedes volver a por todas las que quieras.    Como os he dicho anteriormente, somos gente de bien y muy tranquila. Pero somos una ciudad obrera y de vez en cuando hay alguna huelga que otra. Debo destacar las del metal por su pacifismo. No hace demasiado, he visto como vaciaban un vitrasa (autobús para los no vigueses), y le plantaban fuego. Todo con el máximo respeto y educación. La cordialidad siempre impera: – A ver señoras, no se amontoneeen, de una en unaaaa – decía animoso un miembro del piquete mientras ayudaba a las viejeciñas a bajar los escalones con un brazo mientras en la otra mano agarraba el coctel molotov ya prendido. En alguna manifestación del metal en Vigo se han visto a cascos azules de la ONU. Aunque duran poco, prefieren destinos más tranquilos como Siria o Irak.

viguesas

                                                          Viguesas tomando el sol en O Vao, en Samil no podemos    Como cualquier otro lugar, donde hayamos sido engendrados y consideremos nuestra casa, tiene sus cosas buenas o malas; ahora bien, no la cambiaría por nada del mundo. Allí es donde he nacido y allí es donde querré morir (espero que no por una paliza de uno de Coia).

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