Revista Cultura y Ocio

Soy un hombre blandengue

Publicado el 14 junio 2013 por Benjamín Recacha García @brecacha

Antes de leer, por favor, ved el siguiente vídeo y prestad atención a lo que dice el señor bajito…

Ahí está, José Luis Cantero ‘El Fary’, genio y figura. Para los lectores españoles no hace falta presentación. El resto probablemente no tenéis ni idea de quién es. Diré que se trata de un icono del folklore casposillo de nuestro país. Cantante de copla, hizo también sus pinitos como actor, convirtiéndose en un personaje muy popular y querido. Víctima inagotable de todo tipo de chanzas, objeto de chistes, fue, sin embargo, admirado y respetado, seguramente porque se le recuerda con una sonrisa perpetua en la cara. El 19 de junio hará seis años que murió… y ahora es cuando yo me pregunto por qué le estoy dedicando este post al Fary…

Ya sé. Vale, lo reconozco: soy un hombre blandengue. Hago la compra, cocino, llevo al niño al cole y por la noche lo acompaño hasta que se duerme (por supuesto, cuando era bebé lo paseaba en su carrito), hago la colada y friego los platos (vale, los friega el lavavajillas, pero me reconoceréis que casi tiene más curro colocar los cacharros cuales piezas de tetris), limpio el polvo y las ventanas (¡Ja! Lo de las ventanas no cuela, que una vez al año no suma para hombre blandengue), y le doy la mar de bien a la escoba (no, no usamos aspirador ni tenemos robot mágico de esos).

Es que, como decía El Fary, “la mujer es mu pícara”. Ahora vienen con cerebro incorporado y ya no es tan fácil convencerlas de que su sitio natural es la cocina… Bueno, bueeeno, que sólo era una broooma…

Hablando en serio, nunca he entendido, ni cuando era niño, por qué las tareas del hogar tenían que ser cosa de mujeres. Sí, ya sé que existe una profunda imposición cultural, amparada por y fomentada desde el poder eclesiástico (y las religiones en general). En determinados momentos históricos y en sociedades muy especializadas tenía su sentido, pero considero que hemos evolucionado lo suficiente como para que el tradicional reparto sexista de tareas ya no cuele.

Somos muchos los hombres blandengues, los que interaccionamos con las integrantes del sexo opuesto desde una posición de igualdad absoluta, no porque sea lo políticamente correcto, sino porque no concebimos otro tipo de relación. Hombres y mujeres hablamos de tú a tú, sin prejuicios, sin ideas preconcebidas sobre lo que pueden y no pueden hacer unos y otras. Es lo normal, ¿no?

La realidad, en cambio, es tozuda. Al Fary lo escuchamos con una sonrisilla, sin darle mucha importancia a lo que dice. No nos lo acabamos de tomar en serio… Pero en esta España nuestra quedan demasiados Farys, infinitamente menos simpáticos. Hay mucho casposo que considera aún a la mujer una propiedad, a la que hay que tratar, pues, desde una posición de superioridad. La mujer pertenece al hombre y, por tanto, el hombre decide qué puede y qué no puede hacer por sí misma. Por ejemplo, no puede decidir sobre su propio cuerpo, o no puede formar parte de la élite eclesiástica que tanto se cuida de seguir manteniéndola alejada. El trato que la religión da a la mujer es tan troglodita que no me explico cómo puede haber mujeres modernas, independientes, que todavía escuchen los dictados de sus captores morales. Incluso se escucha de vez en cuando a alguno de esos portavoces de la moral justificando lo injustificable.

La sonrisa con las que empezasteis la lectura se ha ido borrando, ¿verdad? Pues lo siento, porque he dejado lo peor para el final. Os prometo que no puedo evitarlo. Empiezo a escribir con la idea de hacer algo ligero, con mucho jijijaja, pero me voy liando, me voy liando y… acabo hablando sobre la violencia machista.

Normalmente los Farys de España ladran más que muerden, pero resulta que unos cuantos muerden de verdad, desde una mezquina posición de dominio basada en la fuerza bruta, en el miedo… Y se les va la mano. Hoy ha sido asesinada una chica de 21 años en Jerez de la Frontera, la que hace 26 en lo que va de año, según la estadística oficial. Probablemente en realidad sean más y, desde luego, no sabemos cuántas mujeres sufren la violencia en silencio, sin que se entere nadie de ello. De esas 26, sólo cinco habían denunciado a sus agresores.

Independientemente de que los asesinos sean monstruos desalmados, me parece fuera de toda discusión que en la raíz del problema se esconde un terrible poso cultural que debemos extirpar de una vez, de forma decidida. Lamentablemente, no veo yo por la labor a nuestra clase dirigente. Además de estar impregnando cada vez más la acción política de postulados reaccionarios (incluyendo la visión trasnochada que la Iglesia tiene de las relaciones familiares), en plena época de recortes las políticas de educación en la igualdad y de lucha contra la violencia machista no se encuentran, desde luego, entre las que se salvan del tijeretazo.

De hecho, salvo alguna declaración altisonante del político de turno, no parece que la oleada de crímenes haya puesto especialmente alerta a Rajoy y sus chic@s, mucho más preocupados en asuntos de alto calado, como lograr un pacto con el PSOE (anecdótico es un adjetivo generoso para calificar el papel que va a acabar ocupando en el panorama político estatal) para acudir al Consejo Europeo con una postura común.

Definitivamente, hacen falta muchos más hombres blandengues.


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